Hace cuatro años que la situación política del Estado español dio un giro sin retorno. Llevábamos tres años de crisis capitalista y uno de ajuste “socialista”. A todo el mundo sorprendía que el país pareciera una balsa de aceite. Sin embargo el malestar existía e iba a estallar súbitamente. Con el 15M irrumpía una crisis del Régimen del 78 que sigue abierta. Muchos de los desafíos para superarla sin que nos cuelen una Transición 2.0 siguen vigentes cuatro años después. El malestar se notaba antes de aquel sábado de mayo. Saltaba en cualquier conversación en el centro de trabajo, la facultad o el bar. Se mascaba la indignación contra los políticos, los banqueros que habían sido rescatados, era notoria la simpatía con las imágenes que nos llegaban de Túnez o Egipto, o meses antes de los campamentos saharauis. También había habido síntomas de las ganas de luchar. El más contundente la huelga general del 29S de 2010 contra la reforma laboral de Zapatero. En ciudades como Barcelona la tarde de aquella jornada vivió verdaderas batallas entre la policía y la juventud. Estas tendencias a responder al ajuste contaron con los bomberos sociales de la burocracia sindical. No sólo no llamaron a ninguna medida de lucha más, sino que unos meses más tarde pactaban con el gobierno el aumento de la edad de jubilación a los 67 años.

Una manifestación convocada por las redes sociales reunió a miles de jóvenes en todas las ciudades. En Madrid el gobierno “socialista” decidió disolverla como en la dictadura: carreras, porrazos y detenciones. Los jóvenes decidieron acampar en la Puerta del Sol y reclamar la libertad de los detenidos. Había comenzado el 15M. En los días siguientes las acampadas se extendieron y masificaron por todas las ciudades. Miles de jóvenes participaron del que se conocería como el movimiento de los indignados. Las plazas se convirtieron en asambleas permanentes en las que bullían las discusiones, las iniciativas, las propuestas… De aquí iban a salir múltiples grupos de activistas sociales que en adelante iban a replicar la indignación en las luchas contra los desahucios, en defensa de los servicios públicos o en el movimiento estudiantil. En un principio el movimiento expresaba un ambiente pre o anti-político.

El rechazo a la política institucional reflejado en el “no nos representan” reforzaba una “ilusión de lo social” que consideraba que la mera explosión de indignación en la calle podría forzar un cambio y la resolución de las demandas sociales y democráticas que se expresaban en las plazas. Éramos voces muy minoritarias las que hablábamos de convertir esa manifestación de indignación en un movimiento contra el Régimen del 78. Defendíamos la necesidad de levantar reivindicaciones clave como el fin de la Monarquía, el derecho de autodeterminación de las nacionalidades, un programa para que la crisis la pagaran los capitalistas y la apertura de un proceso constituyente sobre las ruinas del régimen actual. Y a la vez “llevar la indignación a los centros de trabajo” y hacer tambalear el sillón de la burocracia sindical, la responsable de que la clase trabajadora no hubiera salido a escena todavía. Poner en marcha las fuerzas sociales necesarias para superar el régimen político y los marcos del capitalismo español, como única vía para una resolución efectiva de las demandas y problemas sociales que estaban emergiendo a escena. Estos dos pilares eran y siguen siendo la clave para poder pensar en una superación del Régimen del 78 sin que nos cuelen una Transición 2.0. Si uno echa la vista atrás en estos cuatro años la “gráfica” de la lucha contra el régimen asemeja una V invertida. En las plazas de mayo de 2011 estas ideas eran todavía minoritarias. En Barcelona por ejemplo la búsqueda de la confluencia con las luchas obreras la desarrollaba una sola comisión en la que participábamos unas decenas de jóvenes y trabajadores. Sin embargo en los meses siguientes esta confluencia se terminó dando parcialmente. La juventud “contagió” a los trabajadores y lo vimos en la emergencia de los movimientos de trabajadores públicos de la sanidad y la enseñanza (las mareas) o ya en 2012 en las dos huelgas generales contra la reforma laboral y la heroica huelga minera. Un año después del 15M los jóvenes de las plazas participaban masivamente en los piquetes, las manifestaciones y los enfrentamientos con la policía. En Madrid, en julio de 2011 tuvo lugar una marcha de los indignados venidos de todo el Estado.

Un año más tarde otra marcha multitudinaria recorrió sus calles, en este caso para recibir a los mineros con el grito “que sí nos representan”. Al mismo tiempo las reivindicaciones de las plazas fueron apuntando cada vez más a los pilares del régimen, se iban politizando. En septiembre de 2012 se convocó el “Rodea el Congreso”. Un desafío a una institución hogar y símbolo de la casta política. Se hacía levantando demandas como la república y la apertura de un proceso constituyente. A la vez en Barcelona, donde un año antes una moción por el derecho a decidir había sido aprobada por pocos votos en la plaza, se vivía la manifestación por la independencia más multitudinaria hasta la fecha. Todos los pilotos de alarma se le encendían al gobierno y al régimen. El fantasma de un ascenso de luchas, del despertar del movimiento obrero, del retorno de demandas democrático estructurales… le quitaba el sueño al Rey, al PP, al PSOE, a CiU…Y 2013 lo usaron para “desactivar” esta bomba de relojería. El primer frente al que atendieron fue al social. Para ello contaron nuevamente con los servicios de la burocracia sindical. Por activa y por pasiva se dedicaron, y dedican, a contener, desviar o traicionar abiertamente, todas las luchas obreras que han ido saliendo. La peor reforma laboral desde la Dictadura -como ellos mismos la definen- la han dejado pasar sin llamar a ninguna jornada de movilización desde noviembre de 2012. ¿El motivo? Impedir que la clase trabajadora salga a escena y forje una alianza con el resto de sectores sociales movilizados, sobre todo la juventud. El régimen es consciente de que se trata de la fuerza y el sujeto social que puede ponerlo contra las cuerdas, ser obstáculo para cualquier regeneración controlada y potenciar la fuerza del resto de luchas populares.

En otros frentes, otros han sido los agentes de desvío. En el caso de la cuestión catalana, CiU se colocó al frente para dilatar el proceso, contenerlo y conducirlo a un callejón sin salida que puede hacerlo retroceder. El bloqueo del movimiento obrero también le allanó el terreno. Y la conformación de un frente soberanista, que incluía desde la derecha catalana hasta la izquierda independentista, se lo ha puesto bastante fácil. Estos resortes viejos -todos “hijos del 78”- han permitido un retroceso y una crisis de “lo social”. La movilización vive un reflujo desde 2013 pero esto no ha resuelto la crisis política. Ésta ha continuado agravándose azuzada por la salida de cada vez más casos de corrupción. De hecho en la primera contienda electoral que tuvo lugar se evidenció con el ascenso de Podemos y el hundimiento del bipartidismo. Aún con el frente social en reflujo, la crisis de representatividad política se expresaba en el voto a una nueva formación que era vista como un ariete contra el Régimen del 78 y la democracia de los banqueros. Así pues 2014 significó la crisis de la “ilusión de lo social” y el nacimiento de la “ilusión de lo político”, expresada en las expectativas generadas de que por medio de las elecciones y detrás de un proyecto político reformista se podrían dar solución a las demandas de las plazas. Hoy esta ilusión está en un punto muy alto. Justo este aniversario sucede en medio de unas elecciones municipales en el que hay altas expectativas en las distintas candidaturas ciudadanas para las municipales y las de Podemos para las autonómicas que se celebrarán el 24 de mayo. Sin embargo en el año que va de las elecciones europeas a las de 2015 los dirigentes de esta formación han hecho todos los esfuerzos posibles para que buena parte de las demandas más rupturistas que habían comenzado a aparecer desde el 15M se queden en el tintero. Es común oír hablar de Podemos como la expresión política del 15M. Es una analogía empleada por sus dirigentes y que, dada la simpatía que levantó aquel movimiento, ha dado muy buenos resultados electorales. Sin embargo son muchas las diferencias entre los dos sujetos. No sólo por su modelo organizativo -del asamblearismo más horizontal a un verticalismo presidencialista- sino sobre todo porque el pragmatismo de Iglesias y su equipo se limitan en muchos casos a coger solo la carga emocional de las demandas de las plazas, entendidas como las que se fueron planteando desde el 15M en adelante. El contenido programático y la estrategia de su formación dejan la sustancia de las mismas en el olvido, para contentarse con un programa socialdemócrata y de restauración democrática de un Estado en crisis. A la labor de CiU de tratar de liquidar por desgaste el movimiento por el derecho a decidir, se suma la ambigüedad calculada de Podemos con este tema o sus declaraciones de que no es una cuestión prioritaria. Lo mismo sucede con la Corona.

Han dejado claro que la forma de Estado no es un tema que interese a los ciudadanos y los acercamientos a Felipe VI son cada vez más descarados. Del «no debemos, no pagamos», pasaron a la auditoría y después a una restructuración cada vez más tibia. La experiencia hecha por miles de jóvenes con los cuerpos represivos, a base de golpe de porra y represión, se quiere combatir con los discursos y elogios a los “ciudadanos de uniforme” de Pablo Iglesias. El proceso constituyente del que hablaban al principio ha desaparecido y se ha sustituido por un “gobierno decente” que, vistas las encuestas, es posible que tenga que constituirse con el apoyo o la integración de parte de lo “viejo” (PSOE) o lo “nuevo-viejo” (Ciudadanos). Y podríamos seguir detallando muchas otras medidas abandonadas en materia de jubilaciones, privatizaciones o empleo. Este cuarto aniversario del 15M se da pues con un toque de retorno. No en un sentido nostálgico, sino de vuelta a algunos de los límites con los que el movimiento de los indignados dio sus primeros pasos. Otros, como la anti-política, han sido “superados” pero en clave electoralista y reformista, por lo tanto convirtiéndose en un nuevo y más pesado límite. Hoy el rol de la burocracia sindical -a la que ninguno de los proyectos políticos de “cambio” señala como parte de las “castas” enemigas de “los de abajo”- sigue actuando como bloqueo a la emergencia de las fuerzas sociales capaces de tumbar este régimen político. Sobre esta labor de “pacificación” han podido emerger proyectos políticos que refuerzan la idea del pase de la calle a las urnas -el Podemos para ganar y no el Podemos para protestar que dijo Carolina Bescansa- y que plantean abiertamente el abandono de las demandas más rupturistas que habían comenzado a tomar forma en la calle. Se retrocede gran parte de lo avanzado en el programa, pero además las mediaciones políticas como Podemos pretenden poner nuevos “candados” sobre patatas calientes como la Monarquía, el derecho a decidir o el pago de la deuda, por nombrar sólo tres. Sin embargo, como todos los retornos, no nos devuelven a cero. La experiencia hecha en estos cuatro años también se hace notar. Lo vemos en las cada vez mayores dificultades de la burocracia para contener a los trabajadores, como les pasa ahora con los técnicos de Movistar. En el desprestigio creciente de las direcciones de CCOO y UGT. E incluso el desinfle de Podemos tiene que ver con la experiencia temprana que muchos jóvenes y trabajadores ilusionados en mayo de 2014, comienzan a hacer con su “giro al centro” acelerado. Resortes “viejos” y mediaciones nuevas vienen actuando para dar una salida ordenada a la crisis del Régimen del 78. Sin embargo las posibilidades de que se pueda reeditar una obra de ingeniería política como la del 78 son más reducidas que entonces. Ni el capitalismo español está en disposición de poder otorgar concesiones duraderas, más bien necesita seguir imponiendo devaluación interna para sobrevivirse.

Ni los viejos y nuevos agentes políticos interesados en un cambio tranquilo cuentan con el control “de los de abajo” que tenían sus pares en los 70, sobre todo el PCE de Carrillo tan admirado por Iglesias. Por ello los dos pilares por los que era clave pelear en aquel mayo de 2011 siguen estando vigentes cuatro años después. Por un lado pelear porque la clase trabajadora se ponga en marcha e intervenga en la crisis política. Al mismo tiempo por un programa que una las reivindicaciones democráticas y sociales y por la apertura de un proceso constituyente sobre las ruinas del Régimen del 78. Frente a los intentos de convertir el 15M como la fecha fundacional de una Transición 2.0, es posible y necesario pelear por una verdadera salida que permita acabar con la “casta”, la Corona, conquistar el derecho de autodeterminación e imponer una salida a la crisis sobre los intereses de los capitalistas. – See more at: http://www.laizquierdadiario.com/spip.php?page=movil-nota&id_article=16081#sthash.eYDB6u7a.dpuf

Publicado por Santiago Lupe

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