No han pasado ni dos semanas desde el terremoto electoral del 24M y las nuevas formaciones del “cambio” ya están dando importantes señales de los límites de este nuevo reformismo. Madrid y Barcelona son las capitales del cambio, y también el escenario de los primeros gestos hacia la banca, la “casta política” e incumplimiento de promesas electorales.
El buen resultado de “Ahora Madrid” abre la posibilidad de que Manuela Carmena pueda acceder a la Alcaldía de la capital. Lo haría con el apoyo del PSM. A cambio, Podemos facilitaría al ex ministro de educación, el socialista Ángel Gabilondo, el voto de investidura para el gobierno de la Comunidad. El entusiasmo entre los sectores populares es enorme y tal vez era de esperar que los primeros gestos y encuentros de la futura alcaldesa fueran con representantes de trabajadores en lucha o sectores afectados por la crisis. Sin embargo los tiros han ido por otro lado.
Los trabajadores de Movistar en huelga llevan semanas tratando de que la futura alcaldesa asuma el “compromiso de las escaleras”. Quieren que el nuevo Ayuntamiento se comprometa a no firmar ninguna contratación con Telefónica hasta que ésta atienda las reivindicaciones de los técnicos de las contratas, subcontratas y autónomos. Mientras Carmena sigue dando largas para firmar, no le ha faltado tiempo para reunirse con el presidente de la principal entidad financiera de la capital, Bankia.
Un encuentro calificado por ella misma como muy “cordial”, nada menos que con una de las entidades que más dinero público ha usurpado para su rescate, que más desahucios ha llevado adelante en la Comunidad y que dejó en la calle a 4.500 trabajadores. Lejos de plantearle medidas elementales como el no pago de la deuda pública contraída con la entidad o la municipalización de las miles de viviendas que mantiene vacías para incorporarlas al parque de viviendas públicas, Carmena quiso calmar cualquier temor, asegurar que cualquier medida se llevará adelante mediante el acuerdo y enfatizar que va a hacer todo lo posible para atraer inversores a la capital.
La otra gran vencedora del 24M, Ada Colau, de “Barcelona en Comú”, ha tenido un estreno parecido. Ayer se separaba de la hoja de ruta de Artur Mas para la cuestión nacional, pero el día anterior realizaba su primer acto de “responsabilidad” como mujer de Estado. En contra de lo que le pedían los trabajadores de Movistar e incumpliendo el “compromiso de las escaleras” que firmó en campaña, avalaba y daba apoyo a la firma del convenio de renovación del Congreso Mundial de Móviles en la capital catalana. Un gesto que le valió el reconocimiento del mismo President Mas en la sesión de control del Parlament.
Su número dos, Gerardo Pisarello, lo justificó por ser un acontecimiento de gran interés para la ciudad. ¿Para qué modelo de ciudad? Sin duda la que han construido en más de 30 años los gobiernos del PSC, ERC, ICV y CiU. El modelo contra el que miles votaron el 24M. Así, Colau incumple sus promesas electorales con uno de los sectores más precarios en lucha, y también con una de las reivindicaciones históricas de los movimientos sociales de la ciudad, mientras concede la venia a uno de los negocios público-privados que más millones cuestan al ayuntamiento y más beneficios generan para un puñado de capitalistas locales e internacionales.
Lo trágico de todo esto, es que ambas posibles futuras alcaldesas han comenzado a desarrollar su agenda pensando en cómo contentar y tranquilizar a los grandes capitalistas. Pero no son sólo gestos, ni mucho menos audaces maniobras para llegar al ayuntamiento. Se trata de la puesta en práctica de un programa y una estrategia de gestión “humana” del capitalismo que es impotente para solucionar los grandes problemas de la ciudad.
Mientras a CiU, Colau le dijo sí a todas las cláusulas del nuevo convenio del Congreso de Móviles, a las asociaciones de vecinos con las que se reunió a la tarde les dijo que ella se llamaba “Ada, sin H”, en referencia a que no era un hada capaz de resolver todas las reivindicaciones vecinales que le estaban transmitiendo.
Y es que sin tocar ni cuestionar a fondo los intereses de las grandes entidades financieras -empezando por sus miles de pisos vacíos-, los grandes negocios público-privados, los servicios externalizados y las grandes contratas… no queda otra opción que gestionar la miseria de lo posible, y esperar que las grandes inversiones y eventos dejen alguna migaja un poco más generosa que hasta ahora para los de abajo.
El último gesto de lo “nuevo”, que también huele bastante a “viejo”, lo protagonizó ayer el líder de Podemos, Pablo Iglesias. Si hay algo que causa rechazo de la casta política son sus prácticas de negociaciones secretas y conversaciones fuera de cámara. Iglesias sabe bastante de esto. Pero en noviembre pasado nos tuvimos que enterar por una filtración indiscreta de la amable tarde que pasaron él y Errejón con Zapatero y Bono. Lo que conversaron seguramente será una incógnita por mucho tiempo. Algo no muy distinto ocurrió ayer. Un encuentro con Pedro Sánchez, en un lugar secreto, sin cámaras ni declaraciones. Podemos, al menos esta vez, informó que iba a haber una cita. Las reuniones públicas vendrán “cuando terminen los procesos regionales”, informaron desde Podemos. ¿De que hablaron? Nada se sabe. Y quieren hacernos creer que no pasó de un primer contacto para conocerse… ¡en mitad de las negociaciones de investidura!
Lo cierto es que después de esa cena en la intimidad, ya algunos barones de Podemos, como el de Asturias, han manifestado su voluntad de apoyar la investidura del PSOE y el mismo Iglesias ha reconocido que este partido, el ala “izquierda” de la casta, está cambiando.
Hace unos meses, comparaba el giro a la moderación de Podemos con el llevado adelante por el PSOE de Suresnes en el ‘82. Entonces señalaba que la nueva formación estaba llevando adelante un giro que a Felipe González le costó 8 años… en apenas 8 meses. Los gestos a los grandes capitalistas y la rápida reconciliación con la mitad de la “casta política” -por no hablar de los acercamientos a la Corona- plantean el interrogante de si no veremos esta misma velocidad de crucero en el paso de un proyecto reformista socialdemócrata y de regeneración política, a una opción más de gestión más “normal” del capitalismo al estilo de los últimos gobiernos de Zapatero.