Desde sus inicios, Podemos se ha desarrollado en la dicotomía de presentarse como el heredero político del movimiento asambleario de los indignados del 15M y encontrarse liderado por una dirección ajena a dicho movimiento que aspira al gobierno a todo coste.

Esta dirección concibe, a través de la superexplotación de la figura de Pablo Iglesias en los medios, la victoria en las próximas elecciones generales e ingreso en las instituciones del Estado como su cometido estratégico.

Una suerte de construcción de hiperliderazgos que ha resultado en fuertes contradicciones entre un discurso democrático-radical (que se extingue progresivamente) y una práctica política cada vez más centralista que ha devenido en un creciente descontento de amplios sectores de las bases y aumento de las voces críticas reclamando mayor democracia interna.

La dirección de Podemos ha defendido siempre su modelo presentándolo como la opción «ganadora» viable frente a tentativas más participativas y activistas que asociaban con la imagen de una derrota anunciada.

Los ataques de Pablo Iglesias a Izquierda Unida -que contrastan con la adhesión de importantes cuadros de dicha organización en el esfuerzo contrarreloj de conformar el aparato del partido- son realmente una crítica a la izquierda en general y sus métodos de lucha y no un cuestionamiento del papel de la cúpula de IU en la consolidación del reaccionario Régimen del 78, el cual reconoce de buen grado.

En ese sentido, significativos han sido los esfuerzos del equipo de Iglesias de desprestigiar la movilización popular oponiendo la idea del «Podemos para ganar» frente al «Podemos para protestar».

Un intento de los líderes de la formación en desprenderse de cualquier asociación con la izquierda en su búsqueda de la «centralidad del tablero político». Una operación que ha sido avalada desde sectores de la intelectualidad, como el filósofo Santiago Alba Rico o el profesor universitario Carlos Fernández Liria, que no han dudado en señalar a los «viejos y nuevos izquierdistas» como uno de los mayores escollos a superar por parte de la dirección de Podemos.

Una idea que sitúa a la autoridad de Pablo Iglesias, de una forma que recuerda a la antigua figura del dictador militar romano, como un sacrificio imprescindible frente a la imperante necesidad de triunfar en unas elecciones que Alba Rico ha considerado como «las más decisivas de la democracia española».

¿Qué es ganar?

Pero, ante la idea abstracta de «ganar», cabe cuestionarse para qué ganar y a costa de qué o, en una pregunta, ¿qué supone realmente ganar? Un ejemplo práctico cercano de la hipótesis institucionalista (burguesa) de los líderes de Podemos lo encontramos en el gobierno griego de Syriza-Anel.

El gabinete de Alexis Tsipras, en lugar de resolver el infierno al que están siendo sometidos los trabajadores y el pueblo griego, ha optado por profundizar el expolio y pillaje del capital europeo.

La reciente aprobación del memorándum impuesto por la Troika en el parlamento griego -ante las protestas de miles de manifestantes que fueron duramente reprimidos por las fuerzas policiales bajo mandato del gobierno- no parece suponer una victoria para las clases populares griegas, que se ven sometidas a las mismas políticas de los gobiernos liberales previos.

Una situación ante la que Pablo Iglesias no ha dudado en manifestar su completo apoyo a la decisión de Tsipras, lo cual deja pocas dudas de su posible posicionamiento en caso de repetirse una situación análoga en el Estado Español.

La estrategia y el programa reformistas de las direcciones de Podemos y Syriza manifiestan tempranamente sus limitaciones y se embarcan sin resistencia en la renuncia de aquellas ideas de cambio y resistencia frente a la política del gran capital, indefensos ante sus constantes ataques.

Podemos no ha necesitado pasar por la prueba del poder para acometer este proceso de resignación posibilista. El principal problema radica en que cada cesión programática, cualquier moderación en el discurso de sus dirigentes, lejos de suponer un paso adelante en la carrera por «ganar», resulta en una derrota para todos aquellos que han depositado en Podemos sus experiencias de transformación y en un revulsivo para todas las fuerzas reaccionarias que defienden la imposibilidad de un cambio favorable en las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad.

Un balance de la hipótesis Podemos

El balance a un año y medio de existencia de Podemos muestra que el sueño populista, madurado en los despachos de La Tuerka Party, está cuanto menos lejos de cumplir las perspectivas iniciales. La ofensiva relámpago iniciada por la dirección de Podemos para irrumpir sorpresivamente en las instituciones del régimen -iniciativa que pretendía justificar la indefinición política, el viraje al centro y la falta de democracia interna- ha sido incapaz de quebrar sus defensas sumiendo a la organización en una desfavorable guerra de posiciones.

Los datos arrojados por las encuestas con respecto a las elecciones generales vienen a confirmar la tendencia al estancamiento que pudo comprobarse en los modestos resultados obtenidos en los últimos comicios. Todas coinciden en situar a Podemos detrás del PP y del PSOE con unos resultados menguantes que irían del 22% al 15%.

La posibilidad de «ganar», entendiendo el término en la concepción de los chicos de La Tuerka, se antoja cada vez más lejana al menos en un corto plazo de tiempo. En una entrevista concedida a Jordi Évole en octubre del año pasado Pablo Iglesias jugaba con la idea de renunciar en caso de no ganar las elecciones, incluso de no presentarse «si no es para ganar». En esa misma entrevista Iglesias señalaba que Podemos debía demostrar que «no somos como ellos» (en referencia a los partidos y políticos del régimen), sin embargo, en otra entrevista más reciente Pablo planteaba la necesidad de alcanzar pactos con el PSOE en el marco de los escenarios postelectorales.

La dirección de Podemos y sectores aliados (como el propio Fernández Liria) reducen la explicación al estancamiento a una serie de factores exógenos, como el ascenso de ciudadanos, la situación e Grecia o la contraria campaña mediática y judicial entre otros. Una forma de eximir de toda responsabilidad, cuando no de justificar su éxito, a la política de la dirección -como si una estrategia de transformación del régimen no debiera saber prever y reaccionar al «juego sucio» de las instituciones- que olvida conscientemente los errores de una orientación que ha llevado al vaciamiento de las bases, al descontento y a la pérdida de apoyos que parece estar cooptando un Partido Socialista rescatado por Podemos.

Una reciente encuesta de CELESTE-TEL realizada para eldiario.es pronostica una abstención en las próximas elecciones del 50,5% para la población joven comprendida entre los 18 y los 30 años. Un sector al que Podemos parece incapaz de movilizar de forma masiva, a pesar de que sea la franja de edad de la que más apoyo recibe (23,3%).

La política de los líderes de Podemos hacia la juventud se ha centrado exclusivamente en el problema de los «exiliados» -titulados universitarios que se ven obligados a emigrar para poder desarrollar su profesión- y ha pasado por encima de otros dramas de la juventud como la precariedad, el timo de los becarios, el paro, los Ni-Ni (Ni pueden estudiar ni pueden trabajar), etc. coherentemente con un discurso elitista que les es propio.

Los resultados muestran un profundo descrédito por el régimen y su ficción democrática entre los más jóvenes revelando un sector que potencialmente podría brindar un enorme apoyo a una alternativa rupturista capaz de poner en marcha un nuevo proceso constituyente, idea de la que Podemos se aleja a grandes zancadas en favor de la regeneración y reforma.

A la vista de estos datos, parece que los sacrificios y cesiones en el discurso de los dirigentes de Podemos no están siendo justificados por los resultados en el marco de la hipótesis de «ganar», aún entendiendo ganar en los términos estrábicos que por su parte esgrimen. Ni mucho menos si se considera la necesidad de una transformación radical del sistema y su régimen y no una mera ocupación de sus instituciones, limitada visión que lamentablemente comparten tanto la dirección de Podemos como su oposición representada por Anticapitalistas así como los gobiernos de unidad popular de Ahora Madrid y Barcelona en Común, o las nuevas alternativas surgidas del descontento como Ahora en Común.

Lo cierto es que, la única victoria realmente digna de denominarse tal es aquella que lograra revertir para la clase trabajadora las miserables condiciones traídas por la crisis internacional del sistema capitalista, esto es, el desempleo masivo, la profunda depauperación, las pérdidas de derechos y libertades sociales, etc. Un objetivo que, como prueban los acontecimientos, no es posible lograrse mediante el respeto a las instituciones y demás formas de dominación, sino que pasa necesariamente por su cuestionamiento y oposición a éstas.

Una oposición que solo puede tornarse efectiva desde la puesta en marcha de un gran movimiento popular en el que los trabajadores y las clases populares -los golpeados por la crisis capitalista- tomemos el papel protagonista y nos organicemos democráticamente por la elaboración de un programa que haga pagar la crisis a los más ricos, los capitalistas, aquellos que provocaron la crisis y nos han sometido a estas condiciones de artificial indigencia. Un proceso en el que el asalto a las herramientas propias del sistema, es decir, sus instituciones, su justicia, sus medios, etc. se pongan al servicio de esta tarea y no constituyan un fin en sí mismo.

Publicado por Alejandro Arias

Alejandro Arias | Madrid

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