El conflicto ucraniano se está transformando en un punto de inflexión de la situación internacional. Las contradicciones económicas abiertas con la crisis en 2007/8 están alcanzando un nivel de crispación a nivel interestatal no vista en varias décadas, echando por tierra todas las teorías más armonicistas del capitalismo contemporáneo y mostrando la relevancia de la teoría del imperialismo para comprender el mundo que viene. En este artículo analizamos los elementos más teóricos de esta crisis, y en otro nos referiremos a la rápida evolución de la situación geopolítica.
La crisis actual aún no ha dado lugar a una gran transformación geopolítica como en 1929. Según Isaac Joshua, la del 29 fue “una crisis de la emergencia americana” (a la vez que de Alemania en el Viejo Continente). Efectivamente, el avance norteamericano había sido tan rápido que impidió que el Reino Unido jugara su antiguo rol estabilizador frente a condiciones económicas catastróficas, sin que EEUU estuviera en condiciones de reemplazar a Inglaterra. Esta doble incapacidad fue crucial en 1931 frente a la crisis bancaria alemana y la caída de la libra inglesa, contradicciones que a su vez van a desembocar en la Segunda Guerra Mundial.
Por el contrario, la crisis actual no solo ha generado una respuesta distinta (como se ha visto con la intervención masiva de los estados con el fin de sostener al sistema financiero en bancarrota), sino que ha sido la propia FED, seguida por la BCE y el BoJ, los que han impedido que la crisis no derivara por el momento en una gran depresión. A su vez, lo sorprendente es la debilidad del cambio a nivel geopolítico.
Esta solución temporaria en esta primera fase de la crisis, a la que podríamos denominar “no catastrofista”, ha reforzado una visión que sobredimensiona el rol del liderazgo norteamericano de gestor imperial colectivo. Según los sostenedores de esta visión, en la segunda mitad del siglo XX, dicha gestión (imperial colectiva) sustituyó a las viejas confrontaciones inter-imperialistas (incluidas las bélicas). Sin embargo, esta concepción dificulta la comprensión de los probables próximos capítulos de la crisis, sobre todo, de sus posibles implicancias en las relaciones interestatales entre las grandes potencias.
La vitalidad de la teoría del imperialismo
Samir Amin fue uno de los primeros autores en utilizar el concepto de“imperialismo colectivo” para retratar una característica distintiva del imperialismo contemporáneo, según su visión: la gestión colectiva o nueva modalidad de dominación coordinada.
Otros autores, como el economista argentino Claudio Katz, enfatizan la asociación internacional de los capitalistas. Aunque Katz en su libro Bajo el imperio del capital (2011) afirma que se trata de un proceso contradictorio y tendencial que no ha creado clases dominantes trasnacionales despegadas de sus viejos Estados, argumenta que este proceso ha transformado significativamente la estructura competitiva nacional del imperialismo clásico. Para Katz, este cambio de modalidad diluye el peligro de guerras interimperiales y aleja la posibilidad de las mismas.
Desde otra concepción, Leo Panitch y Sam Gindin en un libro de reciente aparición llegan a la misma conclusión, ya que ellos ven a EEUU como “el garante último de los intereses capitalistas globales”(The Making of Global Capitalism: The Political Economy of American Empire, 2012). En consecuencia, ellos argumentan, las clases dominantes occidentales están ahora tan integradas bajo el Imperio Norteamericano que ya no tienen intereses antagónicos y la perspectiva marxista clásica de la rivalidad interimperialista ha quedado “fuera de moda”.
Frente al resurgimiento de estos análisis que suprimen las perspectivas más explosivas del capitalismo, la polémica entre Kautsky y Lenin, desarrollada hace justamente hace casi un siglo atrás al calor de la Primera Guerra Mundial, cobra una mayor importancia. Cuando Kautsky analizó la primera “ola de mundialización” y tomó como tendencia el importante avance en la fusión internacional del capital, preveía un debilitamiento progresivo de las contradicciones imperialistas que debían conducir al “ultraimperialismo”. En este modelo, la fusión internacional del capital había avanzado tanto que los distintos intereses económicos entre los propietarios internacionales del capital desaparecen. En “Der Imperialismus”, aparecido en Die Neue Zeit el 11 de septiembre de 1914 Kautsky sostiene: “Así, desde el punto de vista puramente económico no es imposible que el capitalismo sobreviva aún otra fase, la cartelización en política exterior: una fase del ultraimperialismo, contra la cual debemos, desde luego, luchar tan enérgicamente como lo hacemos contra el imperialismo, pero cuyos peligros yacen en otra dirección, no en la carrera armamentística y la amenaza a la paz mundial.”
Lenin no negaba la posibilidad de una mayor concentración y centralización internacional del capital. Afirmaba que la tendencia ‘lógica’ a largo plazo llevaba al establecimiento de un consorcio mundial único. Pero planteaba que antes que esta conclusión ‘lógica’ se consumara el capitalismo estallaría como consecuencia de la exacerbación de sus contradicciones internas y de la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos oprimidos del mundo.
En el prólogo al libro de Bujarin El imperialismo y la economía mundial Lenin dice: “No hay duda de que el desarrollo marcha en dirección a un único trust mundial, que devorará todas las empresas y todos los Estados sin excepción. Pero por otra parte, el desarrollo marcha en tales circunstancias, con tal ritmo, con tales contradicciones, conflictos y conmociones- no sólo económicas, sino también políticas, nacionales, etc., etc.-, que inexorablemente, antes de que se llegue a un único trust mundial, a la unión mundial ‘ultraimperialista’ – de los capitales financieros nacionales, será inevitable que estalle el imperialismo y el capitalismo se convierta en su contrario”.
Como podemos ver a partir de este prefacio, y en su obra de conjunto, la clave de la política de Lenin era la perspectiva revolucionaria, que se desprendía de un análisis objetivo de las contradicciones que había alcanzado el desarrollo capitalista. Esto último lo separaba de Kautsky y su “deseo profundamente reaccionario de calmar las contradicciones”(según sus propias palabras) de donde derivaba sus conclusiones profundamente pacifistas.
En todos los autores citados anteriormente se puede observar una lógica similar, ya que aunque señalan ciertas tendencias contradictorias del sistema capitalista actual, al absolutizar de forma abstracta ciertas tendencias, terminan siempre inclinándose por resolver de manera poco dialéctica las contradicciones forzándolas hacia el lado “bueno” y acentuando los aspectos que moderan las contradicciones. Olvidan que, como sostenía Trotsky, “El capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus tendencias hasta el final”.
Características de la hegemonía norteamericana y su declinación: diferencias con la pérdida del dominio británico
Estados Unidos, a pesar de su declinación, sigue siendo la potencia hegemónica por defecto, manteniéndose por ahora en esta posición debido a la inconsistencia de sus oponentes y las debilidades de sus competidores. Sin embargo, para valorar en su justa medida esta afirmación habría que partir de las características históricas de la supremacía norteamericana, que son cualitativamente diferentes a las de Inglaterra en el siglo XIX y comienzo del siglo XX.
Este cambio en la modalidad de las formas de la hegemonía es una consecuencia de la nueva dimensión de la competencia luego del advenimiento de las grandes corporaciones y cartels, es decir con la llegada del capitalismo monopolista o de la época imperialista.
Ernest Mandel es el que mejor capta este aspecto novedoso. En su libro El Significado de la Segunda Guerra Mundial, Mandel sostiene que “…el motor de la Segunda Guerra Mundial fue la mayor necesidad de los Estados capitalistas de dominar la economía de todos los continentes mediante inversiones de capital, acuerdos preferenciales de comercio, reglamentaciones monetarias y hegemonía política. El objetivo de la guerra era no solo la subordinación del mundo menos desarrollado sino también de otros Estados industrializados, fueran enemigos o aliados, a las prioridades de acumulación de capital de una potencia hegemónica”. Y sin negar los enormes cambios cualitativos generados por la última oleada de mundialización de las últimas décadas, la lógica central de la competencia capitalista, tiene su origen en “…la necesidad de lograr para sí misma (o negar para otros) la inserción estratégica en el mercado mundial por la vía de la hegemonía sobre una parte sustancial del mundo, como un paso necesario en la trayectoria hacia el dominio mundial”.
Esta necesidad explica el paso dado por EEUU de romper de forma decisiva con el aislamiento económico y el desarrollo centrado en el mercado nacional que es la significación de su entrada en la Segunda Guerra. Todos ellos son elementos de base económica (o de las transformaciones del capitalismo en el siglo XX podríamos decir) que refutaron las tesis del ultraimperialismo de Kautsky.
Al mismo tiempo estos elementos le dan nueva significancia y validez a las intuiciones de Lenin en su famosa obra “El Imperialismo fase superior del capitalismo” sobre la tendencia del imperialismo a“anexar, no solamente las regiones agrarias, sino también las regiones industriales (Bélgica es codiciada por Alemania, Lorena por Francia)”.
Volviendo al siglo XXI, éstas características constitutivas de la supremacía americana son las que ponen enormes obstáculos en la rueda a toda contestación hegemónica. Obstáculos que por otra parte son cualitativamente más complicados en comparación con las que en su momento sellaron el fin de la hegemonía británica (la doble emergencia norteamericana en el mundo y la alemana a nivel europea).
Pero estas dificultades acrecentadas no surgen de un cambio de las características del imperialismo como el neokautismo actual sugiere, sino de la afirmación lisa y llana de las tendencias imperialistas a la supremacía, las que fueron llevadas al extremo en las últimas décadas por las distintas administraciones norteamericanas con el objetivo de enlentecer (y de ser posible revertir) su decadencia hegemónica.