Ya lo veníamos subrayando en el -aun abierto- conflicto ucraniano. Ahora es la participación, primero de Gran Bretaña y luego de Alemania, Francia e Italia en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) donde China será el mayor aportador de capitales, lo que ha desatado la histeria de Washington.
Cuando todavía no se han cerrado las brechas abiertas en el conflicto ucraniano, que los halcones norteamericanos descontentos con el proceso de paz de Minsk están buscando arruinar y que la guerra pueda reiniciarse con una Ucrania armada con armas estadounidenses, una nueva disputa estalla entre EEUU y sus socios Europeos, incluido Gran Bretaña.
La decisión de Londres de participar en el BAII abrió una brecha en la que se colaron ahora los pesos pesados del continente, en especial Alemania. Esta decisión de los principales imperialismos europeos obliga a Australia a rever su decisión de mantenerse al margen, por la enorme presión que sufrió meses pasados su gobierno de parte de Obama.
Ambos acontecimientos son una clara señal de que, en medio de la profundización del estancamiento global, las instituciones financieras a través de los cuales EEUU ha ejercido su hegemonía se están resquebrajando, en el marco de que otras potencias imperialistas hacen valer sus intereses independientes.
Este desplazamiento al este de las zonas de disputa entre las principales potencias imperialistas a nivel mundial muestra que, sin que aún esté resuelta la guerra financiera entre Estados Unidos y Alemania en torno a la eurozona, lo que divide a los imperialistas es cada vez más la cuestión de quien aprovecha a su favor la emergencia de China. Decimos China, pues como decimos aquí el conflicto ucraniano es en última instancia un intento brutal de Washington de impedir una “perspectiva al este” de Alemania, en especial la posibilidad aún lejana de que surja un eventual eje Berlín-Moscú-Pekín que dispute el exorbitante privilegio del dólar y su hegemonía financiera a nivel mundial.
Una creciente brecha entre las potencias imperialistas
Que China u otros “países emergentes” se quejen de los organismos financieros internacionales dominados por Washington es moneda corriente. Lo novedoso es la súbita avalancha de países imperialistas que se unen al BAII, incluyendo supuestos aliados estrechos de Estados Unidos como el Reino Unido. Esto demuestra que el deseo de tener acceso a las instituciones internacionales que no están dominadas por los EEUU no solo alcanza a los “países emergentes”, sino –repetimos, esto es lo inédito- a países imperialistas consolidados.
EEUU se opone al BAII pues ve que este proyecto puede aumentar el margen de maniobra de la burocracia de Pekín y debilitar el dominio económico norteamericano en la región del Asia/Pacifico y socavar su política de “pivote hacia Asia” que busca estratégicamente semicolonizar a China.
Por su parte, las potencias europeas que siguen un camino distinto para subordinar a China al dominio imperialista mundial, no ven ninguna razón de por qué deben sacrificar valiosas oportunidades económicas con el fin de alinearse detrás de los objetivos estratégicos de EEUU, cuando EEUU es incapaz o no está dispuesto a ofrecer nada a cambio.
Qué lejos estamos del orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando los EEUU establecieron tanto el FMI como el Banco Mundial, detrás de una hegemonía económica indiscutible no solo frente los países de la periferia capitalista sino también frente a los otros centros imperialistas. Ese ya no es el caso y las potencias imperialistas europeas están afirmando una vez más sus intereses, en especial Alemania, la única potencia imperialista que se reforzó en las últimas décadas aprovechando a su favor la caída del Muro de Berlín, anexando a la ex República Democrática Alemana y siendo el actor preponderante en la semicolonización del este europeo. Esta zona de influencia está integrada al sistema de producción alemán y es uno de los motivos centrales de la competitividad exportadora alemana.
En la década de 1990 los EEUU y Alemania marcharon juntos hacia el este, siendo la incorporación a la OTAN y a la Unión Europea de los países del este sus distintas cartas pero complementarias en la sujeción de estos países. Hoy, como lo vemos en Ucrania y en especial en relación a Rusia, ya no es el caso.
El Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, una medida de resguardo para Pekín
Obnubilados con la posesión astronómica de reservas de divisas y el aumento del flujo de inversiones extranjeras directas (IDE) chinas, los medios occidentales tienden a ver en la creación de este organismo financiero por Pekín como una muestra del inevitable ascenso de China como próxima potencia hegemónica a nivel mundial. La realidad es que la tardía expansión internacional del capital chino choca no solo con un mundo donde las multinacionales de los países imperialistas están bien establecidas desde hace rato, sino que a la vez China todavía está lejos de tener la fuerza militar y geopolítica que le permita imponer sus condiciones en sus tratos económicos con los países de la periferia capitalista.
Esta debilidad de la expansión del capital chino lo hace vulnerable a la suerte económica y/o política de sus nuevos clientes. Así, el riego crediticio chino viene creciendo exponencialmente, en particular en América Latina donde el fin del ciclo alcista de las materias primas pone un gran signo de interrogación sobre la capacidad de cumplimiento de gobiernos como el de Venezuela de la deuda con China. Caracas es el principal destino de sus préstamos en la región, con la friolera de 56,3 mil millones de dólares. El riesgo político ya ha puesto en cuestión la “asociación estratégica” entre China y Ucrania, firmada antes de la caída del gobierno de Viktor Yanukovich en inversiones y créditos por más de 18 mil millones de dólares.
Recientemente, el nuevo gobierno de Sri Lanka llamó a revisar y renegociar potencialmente una serie de proyectos de infraestructura financiados por China, siendo el más prominente el desarrollo comercial de una «ciudad portuaria» de $ 1,5 mil millones de dólares que se estaba construyendo en terrenos ganados al mar fuera de la capital Colombo. El nuevo gobierno también ha criticado la falta de transparencia y los altos costos de los proyectos chinos desarrollados por el ex presidente. Lo mismo ha pasado en Myanmar (ex Birmania) luego del traspaso del poder de la junta militar a un gobierno civil en proyectos de infraestructura más costosos que suman unos 20 mil millones de dólares.
Es en este marco que la creación de un banco internacional de la misma estatura que el Banco Mundial o el FMI es una necesidad vital para Pekín. China debe garantizar sus inversiones y sus préstamos frente a sus deudores: así como éstos no reducen o cancelan la deuda externa a las instituciones multinacionales como el Banco Mundial o el FMI, deberían hacer lo mismo con el BAII al incorporarse países con la credibilidad de Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, en una institución formada hasta ahora sólo por países semicoloniales asiáticos. Pero contradictoriamente, esta búsqueda de legitimidad de Pekín en sus préstamos bilaterales y proyectos de infraestructura sumando actores occidentales, aunque molesta fuertemente a EEUU, va a cambiar la relación de fuerzas en el seno del banco, obligando a Pekín a respetar los estándares occidentales, lo que puede enfriar el entusiasmo de China por el proyecto.
El antecedente y las dificultades para poner en práctica el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, del que se habló tanto durante años y que se esperaba que fuera a afirmarse como un contrapoder a la influencia de Occidente con el Banco Mundial, es un buen ejemplo que obliga a ser cauto en relación a la visión un poco apresurada de un rápido ascenso de China en la jerarquía de países en la cual está dividido el mundo bajo dominación imperialista en este comienzo del siglo XXI.