Hace ahora un año que el bipartidismo español sufría un varapalo histórico. Las elecciones europeas dejaron por debajo del 50% el número de votos obtenido por los dos principales partidos, el PP y el PSOE, frente a más del 80% obtenido en las generales de 2011.
Este hundimiento tuvo como contracara el ascenso de Podemos y, aún bastante por detrás, de Ciudadanos. Las elecciones municipales y autonómicas de este domingo sirven de test para analizar diversos interrogantes claves de la situación política española y los retos de la izquierda anticapitalista.
¿En qué punto está la crisis del bipartidismo?
Grave, aguantando y ya reflejada en las instituciones. El rechazo a los partidos políticos del Régimen del ‘78 sigue siendo uno de los elementos más importantes de su crisis. Son millones los que desde 2011 hasta ahora ven en “la casta” a los responsables de las políticas de ajuste y los beneficiarios de los entramados y negocios entre el poder político y los grandes empresarios, constructores y banqueros. Esta crisis de representación ha avanzado muchísimo, hasta el punto de que ninguno de los dos partidos que se han turnado en el gobierno durante casi tres década, el PP y el PSOE, son capaces de seguir haciéndolo por sí solos. Sin embargo en las europeas hicieron sonar todas las alarmas y en estos 12 meses podemos decir que han trabajado concienzudamente para frenar el naufragio.
El PSOE realizó el recambio de Rubalcaba, dirigente del partido desde los gobiernos de Felipe González, por el joven Pedro Sánchez y toda una operación de marketing político renovador. El PP ha pasado a una ofensiva entre el alarde de los pírricos síntomas de recuperación económica y un cierto abroquelamiento reaccionario, apostando a algunas de sus figuras más derechistas, como Esperanza Aguirre en Madrid o Rita Barberá en Valencia.
Lo cierto es que en términos generales, ambos partidos se mantienen y recuperan un poco respecto a las europeas. El PSOE pasa del 23 al 25% y el PP del 26 al 27%. Sin embargo este “aguante” no evita su pérdida de posiciones institucionales claves y sobre todo dejan un mapa municipal y autonómico de difícil gobernabilidad. Ninguna ciudad importante y ningún parlamento autonómico tiene una fuerza con mayoría absoluta. Todo pasa por pactos -de investidura, puntuales, legislatura o incluso de gobierno- entre los partidos de “la casta” y los “emergentes”.
El que más posiciones puede perder es el PP, que había logrado teñir de azul buena parte del mapa. Puede salir del gobierno de Madrid y Valencia -sus capitales insignia-, de Castilla – La Mancha (gobernada por su Secretaria General) o Extremadura. Pero también el PSOE se ve relegado detrás de candidaturas ciudadanas como “Barcelona en Comú” o “Zaragoza en Común”.
Los que logran salvarse todavía de esta “quema de lo viejo” son los partidos del régimen de las burguesías periféricas. En el caso del PNV no sólo se mantiene, sino que sube y conquista una posición emblemática como el ayuntamiento de San Sebastián, que se lo arrebata a Bildu. En el caso de CiU pierde una posición capital, el Ayuntamiento de Barcelona, pero mantiene el, ya malo, resultado de las europeas del 21%.
¿Y los partidos emergentes?
Los nuevos fenómenos políticos surgidos por izquierda y derecha se consolidan, con especial peso en las principales capitales. En el caso de Podemos y las candidaturas ciudadanas este ascenso expresa la izquierdización de millones de jóvenes y trabajadores que ven en estas formaciones una alternativa contra los ajustes y la casta política.
Es un ascenso que se da en el esquema de “cuatripartidismo” que ya mostraron las elecciones andaluzas de marzo y venían pronosticando las encuestas. Queda lejos el mejor momento demoscópico que vivió la formación de Pablo Iglesias en enero de 2014, en la que aparecía incluso como primera fuerza política rozando el 30%.
En estas elecciones Podemos se ha presentado exclusivamente a las elecciones autonómicas. Solamente en Aragón, Asturias y Madrid se ha acercado al 20%, mientras que en el resto se ha movido en porcentajes entre el 8 y el 13%, en sintonía con lo que le había pasado en Andalucía. Además en comunidades como el País Vasco, la hegemonía de la izquierda la conserva la izquierda abertzale con EH-Bildu, que se mantiene en las municipales entre el 18% de Navarra y el 29% de Guipuzcoa, lo que supone un límite importante para un Podemos que en los últimos días se está sumando al discurso contra la izquierda abertzale y ETA, que ha sido uno de los pilares del consenso del ‘78. Estos «techos», unidos a la victoria del PP en la capital sobre la candidatura ciudadana apoyada por Podemos, explica el semblante serio de Iglesias en la noche electoral.
El competidor desde la derecha, Ciudadanos, triplica el resultado de las europeas pero estaría lejos de la que sería la tercera fuerza estatal, con un millón y medio en las municipales, el 6,5%.
Es indudable que hay un avance en votos respecto a las europeas, y que además se puede traducir en la conquista de alcaldías importantes como la de Madrid o Barcelona de parte de las candidaturas ciudadanas. Sin embargo estas mismas conquistas no pueden hacerse en solitario. Serán imprescindibles los pactos con los partidos de “la casta”, esencialmente el PSOE y el PSC, o el mismo Ciudadanos. Pero sobre todo lo que pone en cuestión es el plan de llegada a la Moncloa en las elecciones generales de final de año para formar un “gobierno decente” con Pablo Iglesias como presidente.
El techo electoral que expresan las elecciones, y la misma ley electoral -que prima las provincias más pequeñas, justo en las que peores resultados obtiene Podemos- hacen muy difícil que resulte la primera fuerza en el Parlamento o incluso que quede por delante del PSOE.
¿El inicio de una segunda Transición?
De conjunto los resultados “confirman” la dinámica que se mostró hace un año en las europeas. La crisis del PP y el PSOE ha venido para quedarse, pero no está en un punto similar al de por ejemplo sus pares griegos de la Nueva Democracia y el Pasok. Los proyectos emergentes, especialmente Podemos, están siendo capaces de canalizar electoralmente buena parte del descontento social y la crisis de representación que se desató tras el 15M. De hecho los mejores resultados de Podemos y las candidaturas ciudadanas han tenido lugar en las ciudades en las que el movimiento de los indignados y las movilizaciones posteriores tuvieron más fuerza.
Sin embargo todavía no logran atraer el voto de los millones que permanecen en la abstención. Algunas encuestas de los últimos meses descomponían sociológicamente el voto a las nuevas formaciones y resaltaban que todavía muchos de los sectores más golpeados por la crisis no se incorporaban al electorado de lo “nuevo”. Seguramente el giro al centro y la moderación en el discurso y el programa de sus dirigentes favorece que esto no cambie. De hecho la abstención del 35% ha sido ligeramente superior a las municipales de 2011, salvo en aquellas ciudades como Madrid o Barcelona, los lugares en los que mejores resultados han obtenido estas candidaturas.
Hoy algunos analistas se preguntaban si las elecciones de este domingo podían constituir el inicio de una segunda Transición. Este es el proyecto de los dirigentes de Podemos, y cada vez lo explican más abiertamente: un intento de restauración del Régimen en crisis por medio de una “regeneración democrática” limitada y algunas políticas redistributivas. En la preparación para hacerlo posible, están optando por una moderación acelerada y múltiples gestos a diversos agentes del Régimen y el poder económico. Esto puede estar detrás de haber tocado techo electoral tan pronto y tan bajo, si lo comparamos con sus pretensiones iniciales. Y ambos elementos -moderación y ascenso limitado- van configurando los límites, cada vez más estrechos, de un proceso de cambio, que se ve más abocado a realizarse en común acuerdo con la misma casta política objetivo de ataque discursivo de Iglesias y su equipo.
En las próximas semanas seguramente veamos, en un plano municipal y autonómico, diversos “ensayos” de esta línea de acuerdo y formación de los mimbres para un nuevo consenso. Seguramente serán limitados a lo mínimo -garantizar gobiernos de Podemos, candidaturas ciudadanas o del PSOE allí donde se le puedan arrebatar a la derecha-, pero serán la base del “gobierno del cambio” de 2016, que por el momento tendrá que contar con lo nuevo tanto como lo viejo, y que dejará aún más que en el ‘78, las principales reivindicaciones democráticas y sociales en el tintero.
Un “cambio” tan poco “cambio”, difícilmente pueda dar una salida duradera a la crisis del Régimen del ‘78, como la que éste supuso para la crisis de la Dictadura. Las debilidades de origen de los intentos de una segunda transición dejan la puerta abierta a que los sectores populares que hoy se ilusionan con el ascenso de Podemos y las candidaturas ciudadanas puedan hacer una experiencia con estas direcciones. Esto mismo plantea un reto a toda la izquierda que se reivindica anticapitalista, a los sectores del activismo social, obrero y de la juventud, para proponernos un agrupamiento que se ponga el acento en desarrollar la organización y movilización social independiente de estos proyectos -mañana gobiernos- y con los trabajadores al frente, y pelear por una salida verdaderamente rupturista y revolucionaria con el Régimen del ‘78 y por un gobierno de los trabajadores y el pueblo.