Felipe VI comunica al Congreso que no hay candidato con apoyos para gobernar. La tercera ronda de contactos fue un nuevo fracaso y habrá elecciones el 26 de junio.
No existe candidato alguno que pueda ser propuesto para ser jefe del Gobierno español. Esa es la conclusión obvia a la que llegó Felipe VI tras culminar su tercera ronda de contactos con los líderes parlamentarios, la cual comunicó en la tarde del martes al presidente del Congreso, el socialista Patxi López.
El comunicado de la Casa Real no hace referencia a la convocatoria electoral, sino que señala que el Rey «no formula una propuesta de candidato a la Presidencia del Gobierno», según “lo previsto en el artículo 99 de la Constitución».
La Constitución española establece que, transcurridos dos meses tras la primera votación de investidura sin que ningún candidato obtenga la confianza del Congreso, el Rey disolverá el Congreso y el Senado y convocará comicios, con el refrendo del presidente del Congreso.
Esa fecha límite es el 2 de mayo a la medianoche, por lo que sólo un acuerdo de última hora, que a esta altura parece imposible, evitaría que el Rey proceda a disolver las Cortes el próximo martes y convocar a nuevas elecciones para el 26 de junio.
Pedro Sánchez, líder del PSOE, ya se sometió al voto del Congreso para intentar su investidura los días 2 y 4 marzo pasados. En ambos casos naufragó en su intento. Obtuvo solo 131 votos de 350, correspondientes a su propio partido, los de Ciudadanos (con el que había firmado un pacto, vigente al menos hasta esta misma semana) y Coalición Canaria.
A pesar de las intensas negociaciones a tres bandas (entre PSOE, Ciudadanos y Podemos) de las últimas semanas, e incluso en la misma tarde del martes, esa situación no se modificó.
La pantomima del “Pacto del Prado”
En la mañana del martes, la formación valenciana Compromís hizo una propuesta de última hora al PSOE, Podemos, IU y las confluencias para intentar formar un gobierno “a la valenciana”. El documento, que el portavoz de Compromís, Joan Baldoví, también entregó al Rey para su bendición, estaba basado en el llamado «acuerdo del Botánico» firmado en Valencia entre el PSOE, Podemos y Compromís. Un breve documento de 30 puntos que resumía la propuesta que Podemos ha defendido en las negociaciones con el PSOE para formar un gobierno de coalición.
Las respuestas a la propuesta no se hicieron esperar. El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, despreció la propuesta y advirtió a Sánchez que, si quiere gobernar «con seis partidos», no cuente con él. Podemos, que a todas luces estuvo detrás de la iniciativa, obviamente se pronunció a favor de investir a Sánchez y ser parte del gobierno con un “programa de mínimos”.
El PSOE, por su parte, respondió que aceptaban 27 de las 30 propuestas del documento. Aunque las tres que rechazaban no eran menores ni mucho menos, sino los cinco puntos de la PAH, reestructurar la deuda y derogar la reforma laboral de Zapatero. Afortunadamente (para el PSOE), la propuesta no incluía un referéndum en Catalunya, porque en tal caso hubieran sido cuatro los rechazos.
Pero no fue esto lo que precipitó el fracaso de la tentativa in extremis, sino la propia formación del gobierno. Entre las condiciones que puso el PSOE, transmitidas por su portavoz, Antonio Hernando, aparte de exigir de los firmantes el apoyo a dos presupuestos generales del Estado, sostuvo que el Gobierno que surgiera de tal acuerdo debía ser del PSOE con incorporación de “personas independientes”. Una propuesta con demasiado tufo a tecnocracia, incluso para los tiempos de moderación que corren, pero, sobre todo, sin Podemos.
«Es un insulto que el PSOE quiera gobernar en solitario con 90 diputados, ¿de qué van?», dijo Mónica Oltra, referente de Compromís. Pero fue Pablo Iglesias quien remató tras reunirse con el Rey, diciendo que el “Pacto del Prado” era “una propuesta que iba en la línea de lo que llevamos proponiendo durante varios meses. Era un esfuerzo que nos hubiese gustado que se hiciera realidad, pero, por desgracia, he visto el no del PSOE.»
Así las cosas, el resto de la tarde del martes, transcurrió en una ida y vuelta de reproches que hicieron de entretelón a la cantada resolución que Felipe VI tomaría más tarde. Un debate que ya se veía venir. Porque de lo que se trata ahora es de quién queda ante la “opinión pública” como el responsable de que haya nuevas elecciones.
Una “segunda vuelta” que será más de lo mismo
Todo indica que vamos a nuevas elecciones, pero estas tendrán poco de nuevo. El PP, sin hacer más que atajar uno tras otro nuevos escándalos de corrupción, ha conseguido un nuevo round electoral. Aunque en una profunda crisis, la caverna resiste y sueña con que las nuevas elecciones abran espacio a rediscutir una “gran coalición”. Una operación improbable, que además terminaría con la carrera de Rajoy y acrecentaría la división interna dentro del PSOE, pero a fin de cuentas un salvavidas preferido desde antes del 20D por los poderes facticos.
Ciudadanos entra en mejor forma que como salió del 20D, mostrándose como un actor versátil de la nueva derecha, que bien puede pactar con el PP (como en Madrid) como con el PSOE (para llegar al gobierno). Pero no puede descartarse que la alianza con los socialistas y la inestabilidad general le pase factura a Rivera y ayude a concentrar el voto de la derecha en el PP. Esto sin considerar su implicación en operaciones de financiación ilegal o en los papeles de Panamá.
En cuanto al PSOE, Sánchez llega con la mayor parte de los barones de su partido pidiendo su cabeza. Una situación no muy distinta a la que había antes del 20D, salvo que ahora el líder socialista viene con el desgaste del fracaso de las negociaciones con Podemos (a pesar de las infinitas concesiones que hizo la formación de Iglesias) y dos derrotas consecutivas en sus intentos de llegar a la Moncloa. Pero a pesar de estar bajo “fuego amigo”, Sánchez cuenta a su favor con la posibilidad de un pacto Podemos-IU, que será pintado como un espantajo para operar sobre los sectores más conservadores entre los votantes de Podemos (que no son pocos).
Lo que pareciera ser lo más novedoso es justamente un acuerdo electoral entre Podemos e Izquierda Unida, del cual aún no se conocen detalles, pero se ve cada vez más cerca. Motivos no faltan para que se selle este “matrimonio por conveniencia”. Podemos viene de capa caída en las encuestas e IU, que viene creciendo, no alcanza a ser una alternativa electoral de peso frente a la maquinaria morada y tiene demasiadas deudas como para quedarse nuevamente fuera del reparto de subvenciones en el Congreso.
Una candidatura unitaria Podemos-IU posiblemente pueda reverdecer el entusiasmo entre muchos jóvenes y trabajadores que sinceramente apuestan por una salida “de izquierda”. Hasta podría abonar una amnesia momentánea sobre las penosas negociaciones por arriba que transcurrieron estos meses.
Sin embargo, el posible acuerdo entre Podemos e IU se basa en la ausencia completa de debate programático -puesto que entre ambas formaciones no existen diferencias fundamentales- y la defensa de una estrategia gradualista que sigue tendiendo la mano al PSOE para formar un “gobierno de progreso”.
Iglesias ha garantizado una y otra vez que su partido seguirá «tendiendo la mano» a los socialistas tras unas nuevas elecciones, mientras Garzón volvió este martes a llamar a los socialistas a mirar hacia la izquierda.
Este posible “frente”, que muchos quieren presentar como una alternativa de izquierdas, tiene por objetivo generar mejores condiciones para volver a lo mismo: negociar un gobierno con los social-liberales del PSOE. Es decir, con un partido que ha sido aplicador de duros recortes y ajustes neoliberales contra el pueblo trabajador, uno de los pilares fundamentales del régimen político español desde 1978 y representante de la corrupta “casta política”.
La estrategia neorreformista de Podemos e IU y su propuesta de un “gobierno del cambio” con el PSOE, estimula una regeneración política burguesa del decadente Régimen del ‘78, llamando a depositar ilusiones en que algún tipo de “cambio” es posible de la mano de este partido social liberal. Una estrategia que conduce inexorablemente a reeditar la vieja experiencia de la socialdemocracia, presentada como la única alternativa posible, el “mal menor”. Toda una consumación de la devaluación de las ilusiones que emergieron desde el 15M en adelante.
Ante esta deriva del neorreformismo, la necesidad de que se desarrolle una nueva hipótesis anticapitalista y revolucionaria se torna vital en el Estado español. Afortunadamente, el surgimiento de nuevas iniciativas como la de No Hay Tiempo Que Perder, de la que Clase contra Clase y quienes escribimos en Izquierda Diario somos parte impulsora desde sus inicios, se propone comenzar a agrupar desde ahora en torno a un programa anticapitalista y de clase para dar cuerpo a esa hipótesis.