La formación del gobierno seguirá siendo un galimatías y las opciones posibles no pueden dar salida a las principales “cuestiones calientes” del Régimen del 78. El fracaso del “sorpasso” pone en cuestión la estrategia de moderación de Unidos Podemos.
La segunda vuelta del 20D ha concluido con un resultado que, de entrada, mantiene la crisis de gobernabilidad abierta hace más de medio año. El Régimen del 78 y su sistema tradicional de partidos sigue con serias dificultades para, no ya poder encontrar una salida algo duradera a la crisis que se abrió en 2011 y las distintas “cuestiones calientes” -empezando por la cuestión catalana y remozar la legitimidad del sistema de representación-, sino simplemente para poder lograr un gobierno que consiga aprobar unas cuestas para 2017 con los ajustes que le demandan insistentemente desde la Troika.
Esto explica que la victoria del PP, aunque haya sido celebrada por Rajoy y su séquito, no debería leerse en clave triunfalista. Ni por este partido, ni por el gobierno en funciones, ni por las instituciones del Régimen del 78. Es más bien una victoria táctica en el campo de la derecha. Los 600.000 votos extras cosechados vienen trasvasados de la derecha cool de Ciudadanos, que pierde 400.000.
El discurso del voto útil en el campo conservador y la campaña de “miedo al populismo” le dan 14 escaños más, pero lejos de los 176 de la mayoría absoluta, que no alcanza ni pactando con los 32 de Rivera. Incluso seduciendo al PNV y a Coalición Canaria -algo nada fácil, sobre todo por los primeros-, llegaría al empate parlamentario, 175 diputados.
El PSOE resiste y ralentiza la caída libre en la que venía desde 2011. Se deja algo menos de 125.000 votos y cinco escaños, pero Pedro Sánchez respira tranquilo en el plano interno. Esta derrota digna le puede permitir alejar las maniobras del sector de Susana Díaz para apartarlo de la secretaria general.
Sin embargo, la encrucijada en que se encuentra el líder socialista no es sencilla. O intentar de nuevo la fracasada vía de encabezar las “fuerzas del cambio”, es decir un tripartito con C’s y Unidos Podemos, que en principio ninguno de los dos acepta, o bien facilitar un gobierno del PP con una abstención ante un pacto de éste con Rivera, o dejar paso a unas terceras elecciones. Es decir, el freno de la sangría de los social-liberales no puede entenderse más que como coyuntural. El PSOE no encuentra vía reparadora como uno de los dos principales partidos del Régimen del 78 y todas las opciones que se le presentan sólo auguran una mayor caída.
La otra opción, la que propone Unidos Podemos, es todavía más mágica: una gran coalición de “progreso” entre ellos, el PSOE y las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas. Ni el PSOE está dispuesto a pactar con los independentistas catalanes, ni éstos, en especial ERC -no tanto CDC-, asumirían un apoyo sin que fuera acompañado del compromiso de realizar un referéndum.
Con lo cual el galimatías de diciembre se repite en junio, con un leve ajuste de diputados en el flanco derecho del Parlamento. Las opciones más “realistas”, si excluimos unas terceras elecciones que todos los partidos con “responsabilidad de Estado” querrán evitar, son con algún tipo de acuerdo de gran coalición -por activa o por pasiva- con el PP… y con Rajoy, que ha salido fortalecido en el plano interno, a la cabeza.
¿Alguien puede creer que un gobierno así sería algo estable para poder aplicar los paquetes de ajuste pendientes en medio de una crisis social que está lejos de solucionarse, y más que pudiese apuntalar un régimen político azotado por la corrupción y con un agudo problema territorial abierto? No olvidemos que en Catalunya ha ganado En Comú Podem haciendo bandera del referéndum, con un 24,51%, y las fuerzas independentistas han obtenido un 18,17% en el caso de ERC y un 13,92 CDC.
Por más que el bipartidismo aguante, con el apoyo de C’s, no hay a la vista ningún proyecto serio capaz de cerrar por arriba la crisis del Régimen del 78 y poder evitar que la contestación en la calle, contenida desde 2013 por una combinación del rol de la burocracia sindical, la ilusión en la vía electoral y la emergencia del nuevo reformismo, pueda volver a escena.
La gran novedad de esta segunda ronda ha estado en el pinchazo de las expectativas de “sorpasso” de Unidos Podemos. De haberse producido, tampoco estaba garantizado que esto solucionara la crisis de gobernabilidad, dada la negativa del PSOE a hacer presidente a Pablo Iglesias. Sin embargo, ha sido algo no esperado y, sobre todo, no pronosticado por las encuestas. Los rostros de Garzón, Errejón e Iglesias lo decían todo.
¿Qué ha ocurrido? Si analizamos los números, lo cierto es que la coalición entre Podemos e IU ha sido la principal perjudicada por el aumento de la abstención. A pesar de que han votado 1.270.000 personas menos que el 20D, el bloque PP-C’s no ha bajado, sino que ha subido casi 200.000 votos. El PSOE sólo ha perdido 122.000. Unidos Podemos, sin embargo, ha obtenido 5.033.907 votos, frente a los 6.112.489 votos que sumaron las listas de Iglesias y Garzón en diciembre. Es decir 1.078.582 votos menos. El aumento de la abstención ha golpeado de lleno a la candidatura del nuevo reformismo.
La estrategia de Iglesias y Garzón tras el 20D transcurrió en plena sintonía. Las renuncias programáticas, la moderación del discurso y las propuestas; todo por lograr un acuerdo con el PSOE, el partido -otrora “casta”- de la cal viva, Gas Natural y el artículo 135 de la Constitución, acabaron concluyendo en un acuerdo electoral que asumía el pago de la deuda, renunciaba a cuestionar la Corona, la OTAN o hablar de proceso constituyente. Una hoja de ruta que buscaba superar al PSOE presentándose como la “nueva socialdemocracia” y que realmente llevaba a una rápida devaluación de la propia ilusión despertada en diciembre. Ya no se trataba de abrir los “candados del 78”, sino simplemente de echar al PP para forzar un cogobierno con el PSOE. Una deriva a la extrema moderación que no se puede separar del desencanto sufrido por casi 1 de cada 6 votantes de Podemos e IU-UP en diciembre.
Seguramente, el pinchazo de las expectativas de Unidos Podemos va a dejar huella en las organizaciones que componen la coalición. Tanto entre los dos principales socios, como en el interior de cada formación. El sector errejonista, que había sido el mayor detractor de la “unidad de la izquierda”, seguramente querrá pasar factura y no podemos descartar que trabaje de nuevo para que se avenga a un acuerdo con las otras fuerzas del “cambio”, tanto el PSOE como incluso C’s. En IU hay que ver cómo queda Garzón, que cuenta con un sector importante opuesto al acercamiento a la formación morada. Y está por verse si el espacio descontento con el giro sin fin a la derecha del nuevo reformismo desde 2014 hasta ahora, permite que comiencen a germinar nuevos procesos de lucha u organización, que en perspectiva puedan tender a buscar una alternativa política, con una hoja de ruta de ruptura con el régimen y sus partidos y por una salida anticapitalista a la crisis.
En conclusión, la “fiesta de la democracia” de este domingo –como cínicamente la llamó el Ministro de Interior, Fernandez Díaz, quien ha sido destapado por fabricar acusaciones a líderes de la oposición- concluye con un escenario de alta complejidad: una crisis del Régimen del 78 que no encuentra una vía estable para cerrarse y con el principal proyecto que se propone una restauración progresista del mismo viendo como su hipótesis de conquista electoral en base a un programa moderado hace aguas.
Un escenario difícil, en el que a los trabajadores y sectores populares se nos querrá seguir haciendo paganos de la crisis y negándonos las reivindicaciones democráticas y sociales que se vienen expresando desde 2011, pero en el que se pueden abrir posibilidades para reactivar la movilización social para enfrentar los ataques, luchar por abrir un proceso constituyente realmente libre y soberano y construir una alternativa política anticapitalista y de los trabajadores.