En octubre se realizaron elecciones generales en Brasil, Bolivia y Uruguay. En ellas se confirmó la continuidad del ciclo de gobiernos progresistas en esta parte del continente y la oposición derechista fracasó en imponer un cambio político más abiertamente reaccionario. Sin embargo, los nuevos mandatos progresistas se anuncian con un marcado giro a derecha.
La clave estaba en Brasil, por el peso objetivo del gigante sudamericano y por la importancia de Lula y el PT (Partido de los Trabajadores) como referencia política a nivel internacional. Dilma Roussef fue reelegida en la segunda vuelta por escaso margen. Fue un triunfo con sabor amargo que no puede ocultar el desencanto entre importantes sectores obreros y populares aunque finalmente hayan votado por ella como “mal menor” frente al neoliberal Aecio Neves.
En Bolivia, Evo Morales arrasó con dos tercios de los votos asegurándose una cómoda mayoría parlamentaria. Contó a favor con una todavía buena situación económica y la alianza con sectores de las élites de Santa Cruz, mientras que la oposición de derecha sigue en crisis y dividida.
En Uruguay, el candidato del Frente Amplio, Tabaré Vásquez, logró cerca del 48% de los votos frente a un 44% de los partidos tradicionales por lo que pese a la recomposición de la derecha, se aseguraría la presidencia en el segundo turno del 30/11.
Sin embargo, la continuidad de los gobiernos progresistas por un nuevo período, no significa que se dispongan a ceder mayores concesiones y mejoras para los trabajadores y el pueblo pobre que los votaron. Por el contrario, se preparan a gobernar más en línea con las exigencias del gran capital.
“Ahora sí, menos”
Como muestra del rumbo que tomarán, están los primeros pasos de Dilma Rousseff. Ella no era la preferida por una fuerte ala del stablishment, que recurrió a bajones en la Bolsa de San Pablo como forma de mostrar su impaciencia. La presidente respondió con gestos de conciliación, prometiendo dialogar sobre la política económica a seguir, lo que abre la puerta a medidas más “ortodoxas” para frenar la inflación y reactivar la economía, en línea con lo que reclaman el empresariado, la banca y el “agrobusiness” exportador.
Desde que la crisis internacional comenzó a sentirse en América del Sur, estos gobiernos comenzaron a “moderar” más que nunca su política, poniendo un freno a las aspiraciones de mejoras laborales y a otras demandas del pueblo trabajador. Su política fue acercándose al famoso “nunca menos”, de Cristina. Pero a medida que la situación económica, como en Brasil o Argentina, desnuda los límites y fisuras de los “modelos” progresistas, llega el momento del “ahora sí, menos”, preparando mayores ataques al salario, al empleo y a las condiciones de vida populares por vía inflacionaria, políticas represivas y otros signos de regresión. Entre ellos, el retroceso en cuestiones democráticas básicas como la criminalización y represión de la protesta, adoptar temas de la agenda reaccionaria como en la “seguridad”, o la restricción del derecho al aborto.
Las bases de la decadencia progresista
La fase de crecimiento sostenida por el boom de las materias primas y la recomposición del mercado interno durante la década pasada ya quedó atrás. Los precios de los minerales, el petróleo y la soja están bajando y la reciente suba de la tasa de interés en EEUU amenaza atraer capitales que venían hacia América Latina. Esta evolución de la economía internacional afecta a la región en su conjunto: los “modelos neoliberales” se están debilitando, como Chile, Perú o México; pero también fallan los “modelos progresistas”, como el estancado Brasil o Venezuela y Argentina que enfrentan situaciones recesivas.
Ya no hay “círculo virtuoso” de crecimiento que pueda satisfacer al capital y contener las demandas obreras y populares. Los gobiernos progresistas no tomaron ninguna medida de fondo que atacara la situación de dependencia: pagadores de la deuda externa, ni siquiera revirtieron las privatizaciones de los ‘90 y apostaron a que la asociación con el capital extranjero y con los grandes empresarios, la banca y los propietarios serviría para el “desarrollo”.
Los gobiernos progresistas basaron su “gobernabilidad” en un complejo equilibrio de mediaciones entre las clases sociales al que, con las dificultades económicas y fiscales, comienza a faltarle suelo bajo los pies. Para mantenerse, entre discursos y promesas cada vez más deslucidas, giran a la derecha, acomodándose a las presiones de la clase dominante que quiere una política para que la crisis la pague el pueblo trabajador.
Perspectivas de resistencia obrera y popular
Esto comienza a socavar las modestas concesiones obtenidas en años pasados que son consideradas un “piso” por gruesos sectores de los trabajadores y la juventud, que aspiran a algo más pero chocan con el deterioro económico. Esta es la fuente de un creciente descontento, que se expresó en protestas como las de junio de 2013 en Brasil, y en paros, huelgas y movilizaciones como las que vivieron Argentina, Chile o Bolivia.
La derecha trata de renovar su imagen buscando capitalizar el descontento, pero difícilmente pueda “maquillar” su programa de ajustes y mayor apertura al capital imperialista. Lo que alimenta su fortalecimiento es precisamente la política de los progresistas en funciones de gobierno, con sus pactos con el empresariado, las FF.AA., la Iglesia y las burocracias sindicales, su política de ajustes contra los intereses populares y su búsqueda de nuevos socios imperialistas. Ocultando esto, desde la centroizquierda y ciertas corrientes reformistas, con el argumento de frenar a la reacción, se llamó a apoyar al PT, al FA o al MAS, avalando sus ajustes y medidas reaccionarias.
Sin embargo, la inevitable y justa resistencia obrera y popular en defensa de sus intereses básicos frente a los ajustes gubernamentales y los ataques patronales, plantea más que nunca la lucha por dotarse de un programa anticapitalista y antiimperialista, y conquistar la independencia política de los trabajadores. Esas son las herramientas imprescindibles para que la crisis la paguen sus responsables, los capitalistas, y abrir las puertas de una verdadera transformación, obrera y socialista.