Los últimos acontecimientos del conflicto armado en el este de Ucrania y el peligro de una guerra nuclear provocan una fuerte división entre EEUU y el eje franco-alemán.
La política ucraniana de Merkel está cayendo en un estruendoso fracaso. Su alineamiento detrás de la política de sanciones promovida por Estados Unidos en la segunda fase de este conflicto, después de la dudosa caída del avión de la Malaysia Airlines, está fracasando rotundamente. Más grave aún, la economía de Ucrania se está desintegrando y el ejército ucraniano está al borde del colapso. Su manejo de la crisis ucraniana amenaza con dañar su estatura como la principal líder europea debilitándola tanto en Alemania como en Europa.
Tomando conciencia tarde de la realidad del terreno, donde las tropas de los rebeldes del este ucraniano están destrozando por segunda vez a las tropas del gobierno pro imperialista de Kiev en Debaltsevo, Merkel está intentando a último momento dar un giro.
Consciente a su vez que este fracaso militar abre la posibilidad de una nueva escalada de EEUU, que amenaza un conflicto de proporciones en territorio europeo. Es esta perspectiva ominosa la que explica su viaje junto al presidente francés, François Hollande, primero a Kiev (más que nada para cubrir las formas) y sobre todo su reunión de más de cinco horas en Moscú con Vladimir Putin.
El peligro de guerra nuclear
La derrota militar de las fuerzas ucranianas abre la posibilidad de que los EEUU y la OTAN se comprometan más que hasta ahora en el conflicto ucraniano, con el envío de armas y material bélico al régimen de Kiev. La cuestión no es militar ya que difícilmente, tomando en cuenta el bajo estado de moral de las fuerzas oficiales, se pueda cambiar la realidad del terreno. La razón central de una decisión de tal calibre por Washington es política: sería una señal visible de la agresión directa de los EEUU contra la Confederación de Nueva Rusia (así se lama la entidad formada por los rebeldes pro rusos del este de Ucrania) y, a través de ella, contra Rusia misma.
Nadie mejor que John J. Mearsheimer, eminencia de la escuela geopolítica del realismo ofensivo, para explicar los riesgos de tal peligroso paso. En una columna en el New York Times de hoy titulada “No armen a Ucrania” (“Don’t Arm Ukraine”) dice: “El envío de armas a Ucrania no va a rescatar a su ejército y en su lugar va a llevar a una escalada en los combates. Tal medida es especialmente peligrosa porque Rusia tiene miles de armas nucleares y está tratando de defender un interés estratégico vital”. Tratando de contrariar las peregrinas ideas de los neocon de que Rusia iría a ceder debido al fuerte costo que implicaría, recuerda que las Grandes potencias reaccionan duramente cuando rivales distantes proyectan poderío militar en su zona de influencia, mucho más intentan convertir un país de sus fronteras en un aliado. Contra toda presentación idealista de los intereses vitales de EEUU y de su política exterior tan comunes en los círculos políticos y académicos norteamericanos, sostiene que: “Ese es el por qué los Estados Unidos tienen la Doctrina Monroe, y hoy ningún líder norteamericano jamás podría tolerar que Canadá o México se unan a una alianza militar encabezada por otra gran potencia”.
Debido a lo que está en juego, alerta que: “La posibilidad de que Putin podría terminar haciendo amenazas nucleares puede parecer remoto, pero si el objetivo de armar a Ucrania es para hacer subir los costos de la interferencia de Rusia y, finalmente, poner Moscú en una situación aguda, no se puede descartar. Si la presión de Occidente tiene éxito y el Sr. Putin se siente desesperado, tendría un poderoso incentivo para tratar de salvar la situación por traqueteo del sable nuclear…Empujar contra las cuerdas a una Rusia con armas nucleares sería jugar con fuego”. Y que este “juego” mortífero se dé a pocos kilómetros de las principales ciudades europeas, mientras los EEUU que los promueven son resguardados por la distancia del océano Atlántico, ha despertado a las capitales europeas y ha sido la gota que ha colmado el vaso de las crecientes tensiones de la Alianza Atlántica.
Los conflictos entre grandes potencias no se han ido del panorama del capitalismo contemporáneo
No sabemos cómo terminará esta crisis. En sucesivas notas seguiremos analizándola. Lo que está claro que afecta de lleno el futuro de la Alianza Atlántica, como demuestra la delgada línea que Merkel intenta transitar entre EEUU y Rusia, tal como mostró su entrevista de hoy con Obama. La posibilidad de dislocación de la misma es altísima, como nunca en su historia, una reversión de la situación de dominio absoluto que ejercía los EEUU durante la llamada Guerra Fría.
Para nosotros esta posibilidad no cae del cielo. Desde hace tiempo que venimos advirtiendo de las grietas estructurales abiertas entre las relaciones de Estados Unidos y Alemania, que pegaron un salto con la crisis de la eurozona y las distintas políticas de Washington y Berlín frente a la crisis mundial abierta en 2007/8 (Ver acá). Desde el inicio de la crisis ucraniana vimos el potencial explosivo que tenía la misma en desestabilizar no solo las relaciones entre Rusia y Occidente, sino – a pesar de los distintos zigzags de la posición alemana y la política de seguidismo a EEUU de Merkel en la segunda fase de la misma, irreconocible en muchos aspectos con la política tradicional hacia Rusia del principal imperialismo europeo- entre Alemania y los EEUU, (ver acá y acá).
Contra las visiones tranquilizadoras del capitalismo mundial que decían que el conflicto entre las grandes potencias era una cosa del pasado, nos opusimos a este abandono o lectura light de la teoría del imperialismo, herramienta esencial para orientarse en el mundo de hoy a pesar de los grandes cambios que ha sufrido la economía mundial comparado con el imperialismo de fines del siglo XIX/comienzos del siglo XX. Los últimos acontecimientos de la crisis ucraniana lamentablemente nos están dado la razón.