La votación en el Parlamento del nuevo memorándum pactado con la Troika puso al desnudo la crisis abierta en el partido de Alexis Tsipras. 40 diputados de Syriza no votaron a favor del acuerdo (32 en contra, 6 abstenciones y dos ausentes). La crisis de Syriza y el fracaso de la estrategia de su ala izquierda.
El nuevo rescate firmado por Alexis Tsipras es una “humillación para Grecia”, afirmaba el día lunes un editorial de la web Iskra, que expresa las posiciones del ala izquierda de Syriza.
Panagiotis Lafazanis, referente de la Plataforma de Izquierda dentro de Syriza y ministro de Reconstrucción Productiva, Medio Ambiente y Energía, decía en una declaración publicada el martes 14 de julio que el acuerdo era “inaceptable”.
“Los llamados socios y en primer lugar Alemania, se comportaron hacia nuestro país como si fuera su colonia y como chantajistas brutales y ‘asesinos financieros’”.
El miércoles, 109 miembros del comité central de Syriza (sobre un total de 201) emitieron una declaración contra el acuerdo. No todos ellos son diputados, pero era otra una muestra cabal de la crisis al interior de Syriza. Y una demostración, a su vez, de la irrelevancia de estas declaraciones para las decisiones del gobierno.
El miércoles por la noche tuvo lugar la votación en el parlamento, tras una jornada de huelga de los empleados públicos y manifestaciones frente a la Plaza Syntagma en las que la policía reprimió duramente a los manifestantes que se oponían a la firma del acuerdo.
Como ya se esperaba, el nuevo plan impuesto por la Troika y aceptado por el Gobierno fue aprobado con los votos de una parte de Syriza, Anel y la oposición de derecha (con 229 votos a favor, 64 en contra y 6 abstenciones). Tsipras perdió el apoyo de 40 diputados de Syriza, de un total de 149: 32 votaron en contra, 6 se abstuvieron y 2 ausentes.
Algunos cargos públicos, como Nandia Valavani, vice-Ministro de economía, dimitió de su cargo el miércoles por la mañana. Sin embargo, varios ministros como Lafazanis, aseguraron a pesar del acuerdo, no dejaran su cargo en el gobierno, ni sus bancas de diputados. Lafazanis dijo que «aquellos de nosotros que hemos votado no, continuaremos apoyando al Gobierno y sus esfuerzos para salir de la crisis».
El sector mayoritario de la Plataforma de Izquierda, dirigido por Lafazanis, está integrado por ex militantes del partido comunista de Grecia, maoístas y nacionalistas de izquierda. Este grupo apuesta por un “plan B” que empezaría por una salida del euro, un impago de la deuda y una devaluación de la moneda. Proponen un programa de “recuperación de la economía nacional” de la mano de la burguesía griega, buscando el apoyo de otros polos geopolíticos, como Rusia y China.
Su perspectiva es una “salida del euro” en clave reformista y nacionalista, junto a sectores de la burguesía nacional (algunos ponenel ejemplo de Argentina post 2001 como el camino a recorrer). Este sector ha realizado críticas vehementes a la dirección de Syriza, pero hasta el día de hoy (la mayoría) se niega a romper ni dejar sus cargos de ministros, en un gobierno que ha capitulado escandalosamente ante la Troika.
Esta actitud oportunista, más allá de las declaraciones y resoluciones en el CC del partido, mostró su completa impotencia ante un gobierno (del que forma parte) que pasó de ser “el laboratorio de la izquierda radical europea”, al “gobierno del tercer memorándum de la Troika” en tan solo seis meses.
La tragedia del seguidismo a los reformistas
En el segundo debate entre Stathis Kouvelakis y Alex Callinicos, líder del Socialist Workers Party (SWP) británico, que tuvo lugar después de la votación en el Parlamento y antes del acuerdo de Tsipras en el Eurogrupo, se retoma la polémica acerca de Syriza.
Kouvelakis sostiene que hay que evitar “repetir fórmulas predefinidas y certezas que han sido utilizadas en numerosas ocasiones en el pasado, algunas veces de manera justa y otras veces no tanto.” En concreto, dice que no sirve hablar de “traición” por parte de Syriza, y que tampoco sirve “repetir viejas recetas”.
Este tipo de discurso, que rechaza como “dogma” toda la experiencia de la clase trabajadora y el marxismo en el siglo XX, es moneda corriente entre los militantes de la izquierda europea que se han sumado con entusiasmo a los nuevos proyectos reformistas como Syriza y Podemos. Sin embargo, la crisis griega confronta estos discursos con la dura prueba de la realidad.
Kouvelakis plantea que no se puede caracterizar a Syriza como un reformismo “clásico” que busca “mejorar las condiciones de la clase trabajadora, y obtener logros materiales para dicha clase en los límites del sistema capitalista”, al estilo de la socialdemocracia en la época del Estado de Bienestar.
“Syriza no tiene el mismo tipo de cohesión. Puede gustarles o no, pero la identidad de Syriza es anticapitalista. Es un partido que busca destruir al capitalismo mediante la transición al socialismo, definiendo socialismo como la socialización de los medios de producción.”
Pero esta sí que es una “idea preconcebida”, que no se ajusta en lo más mínimo a la realidad. Syriza se comprometió a pagar la deuda con la Troika, a permanecer en el euro y “mitigar” la austeridad, jamás se propuso cuestionar el capitalismo ni nada parecido. Por el contrario, para el ex ministro de finanzas Yanis Varoufakis (ahora presentado por algunos como el “héroe” de izquierda), de lo que se trata es de salvar al capitalismo europeo.
Toda la experiencia concreta de estos seis meses del Gobierno demuestra la bancarrota del proyecto de colaboración de clases que encarna Syriza, comenzando por la alianza con la derecha nacionalista y xenófoba de Anel, la firma del acuerdo del 20 de febrero, el abandono del ya de por sí limitado programa de Salónica, las innumerables concesiones a la Troika, culminando en la firma de unpacto de “coloniaje”.
Si Syriza se diferencia del “reformismo clásico” de la posguerra no es porque sea “anticapitalista”, sino por otros motivos. En primer lugar, porque en el marco de la crisis capitalista mundial, la situación económica no tiene nada que ver con las condiciones de destrucción en que se basó el posterior boom de la posguerra, en el que floreció el reformismo. Pero además, se trata en este caso de un reformismo sin base orgánica en la clase obrera, que lo convierte en un “reformismo sin reformas”, incapaz de luchar siquiera por sostener medidas que mejoren, aunque sea parcialmente, las condiciones de vida de la clase trabajadora.
La necesidad de un programa anticapitalista y una organización política revolucionaria, independiente de todo proyecto reformista, lejos de ser un “dogma” como sostiene Kouvelakis, es una necesidad concreta frente a la crisis del capitalismo actual. Esta es una de las lecciones de la trágica situación que se vive hoy en Grecia.
El fracaso de Syriza y su capitulación es también el fracaso de las organizaciones de la izquierda europea que se integraron a organizaciones reformistas como Syriza o Podemos, guiados por una estrategia que supuestamente buscaba “combinar” la gestión del estado con la movilización social, cuando en la realidad lo que hicieron fue privilegiar el parlamentarismo y la gestión del estado capitalista, contribuyendo a la pasivización del movimiento obrero en oposición al desarrollo de la lucha de clases.
Hoy en Grecia los trabajadores comienzan a enfrentar por medio de la lucha las políticas de ajuste del gobierno de Syriza. Seguir apoyando e integrando el gobierno, como sostiene Lafazanis, es una claudicación total. Los sectores críticos de Syriza, en especial aquellos que se reivindican “anticapitalistas”, si fueran consecuentes con el rechazo al plan de ajuste, debería empezar por hacer un duro balance del rotundo fracaso de su propia política.
Una política oportunista de subordinación a la dirección de Syriza y su éxito electoral, por la cual se negaron a plantear una alternativa independiente que enfrentase la política de Tsipras. Al contrario, perdieron sistemáticamente el tiempo en debates “parlamentarios” -mientras las condiciones para un inevitable enfrentamiento con la Troika empeoraban día tras día- y siguieron sembrando ilusiones en que el Gobierno de Syriza-Anel podía “gestionar la crisis” y enfrentar a los capitalistas. Lo que ha pasado ha sido exactamente lo contrario y su resultado puede llevar a una espantosa derrota de la clase trabajadora griega.
Por ello a pesar de sus críticas, mientras la “izquierda de Syriza” continúe dentro del Gobierno y del partido de Tsipras, seguirá siendo cómplice de un Gobierno de colaboración de clases que traicionó abiertamente la voluntad popular, para adoptar la agenda austeritaria impuesta por la Troika… y que está dispuesto a imponerla con represión si es necesario.
La única política consecuente sería un balance profundo de su deriva oportunista y la ruptura inmediata con Syriza y el Gobierno, para impulsar la movilización independiente y el frente único obrero contra el nuevo memorándum de Tsipras y la Troika. Un frente único para cuyo desarrollo es vital la creación de organismos de coordinación desde las bases de los trabajadores y sectores populares, en sus lugares de trabajo, en sus barrios y lugares de estudio, superando toda perspectiva sectaria como la que expresa el KKE.
La izquierda anticapitalista griega que mantiene una posición independiente del gobierno, contra la conciliación de clases y por una perspectiva obrera revolucionaria, grupos que integran la coalición Antarsya y otros, tiene planteado abrir el debate sobre la necesidad de un partido revolucionario, al mismo tiempo que busca las vías para confluir con miles de trabajadores y jóvenes que, más pronto que tarde, terminarán de desilusionarse con Syriza y buscarán una alternativa política. Un enorme desafío para el cual la solidaridad revolucionaria e internacionalista será también fundamental.
Al mismo tiempo, desde el Estado español y todos los países de Europa tenemos que redoblar la solidaridad activa con el pueblo griego. La dirección de Podemos salió a apoyar el acuerdo de Tsipras con la Troika. Los sectores críticos dentro de esa organización, junto con todas las organizaciones políticas solidarias con el pueblo griego, tienen que ponerse a la cabeza de una gran campaña en apoyo al pueblo griego y por la anulación de la deuda.