El fotoperiodista Rubén Espinosa, Nadia Vera, Yezenia Quiroz Alfaro y dos mujeres más fueron torturadas y asesinadas el 31 de julio en un departamento de la colonia Narvarte del Distrito Federal.
Los mismos culpables, la misma impunidad
La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) declaró que una de las líneas de investigación es por robo y homicidio y “que en el caso del fotoperiodista Rubén Espinosa, se comentó que no encontraron indicios que apunten a que su asesinato tenga alguna relación con las amenazas que sufrió por su profesión, aunque solicitaron información sobre la denuncia que interpuso en Veracruz”. La Procuraduría General de la República (PGR) dijo por su parte que coadyuvaría en el esclarecimiento del multihomicidio de ser necesario.
Todos sabemos que a Rubén lo mató el Estado. Esta vez, a través del brazo asesino del connotado represor y gobernador de Veracruz, el priísta Javier Duarte.
Se trata de la misma violencia que nos arrebató el año pasado a 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, aquella que se ejerce contra el magisterio y que por doquier va apagando vidas, encerrando conciencias, reprimiendo luchas. Para los periodistas críticos, luchadores sociales, trabajadores, maestros, campesinos e indígenas, el sicario, el militar y el policía, son la misma cosa.
Por lo pronto, son auspiciantes las movilizaciones espontáneas de repudio que se suscitaron en varios estados del país, protagonizadas por periodistas y jóvenes. Es menester que esta tendencia sea desarrollada y que el caso de Rubén Espinosa y las cuatro mujeres violentamente, tres de ellas abusadas sexualmente y asesinadas reciban justicia. Que las avenidas y plazas del país vuelvan a cimbrarse bajo el paso firme de los cientos de miles que ya el año pasado acusaron “Estado asesino”.
La democracia que nunca llegó
La profunda crisis gubernamental que flanquea al ejecutivo producto de la fuga de “el Chapo”, los escándalos del ejército por violaciones a derechos humanos, la movilización magisterial y los nubarrones en la economía nacional, está siendo respondida a la vieja usanza del PRI, con puro y llano autoritarismo.
La llamada transición pacífica a la democracia pactada con el imperialismo para garantizar estabilidad en su inmediato patio trasero ha mostrado con creces su carácter puramente cosmético. La pata izquierda del régimen, el PRD, se encargó durante años de actuar como el partido de la contención para que ninguna expresión independiente del régimen tuviera cabida y esto le dio sobrevida al PRI.
Bajo la cobertura del reparto de poderes entre los tres principales partidos del régimen – todos asociados al narco, represores y gerentes de las trasnacionales-, en los últimos años se garantizó la aguda penetración imperialista que ha gestado formas monstruosas de dominación.
El fantasma de Ayotzinapa en todas partes
Por abajo, después de Ayotzinapa ya nada es igual en México. La aberrante desaparición de los normalistas caló hondo en sectores bien amplios del movimiento de masas. El repudio al Estado y todas sus instituciones que se expresó en la consigna #FueElEstado, se sedimentó en el imaginario del movimiento estudiantil, sectores de trabajadores y los sectores bajos de las clases medias e ilustradas.
No se puede descartar que el multihomicidio de la Narvarte haga reemerger las profundas aspiraciones democráticas del movimiento de masas.
Pero esta vez, empalma con nuevos jalones de subjetividad. Los maestros encabezan una tenaz resistencia contra le reforma educativa; aún en los sindicatos de maestros controlados férreamente por los charros se comienzan a mover aguas. Los trabajadores de la salud están despertando contra la privatización del sector. Importantes tendencias a la unidad se han expresado en las movilizaciones magisteriales y del sector salud.
Si las aspiraciones democráticas de millones contra este Estado asesino empalman con estas luchas, la crisis abierta con Ayotzinapa puede estarse acercando a una nueva fase. Un nuevo momento donde puede estar en redefinición la relación de fuerzas entre las clases.
Lo que es seguro es que, al contrario de las expectativas del gobierno de EPN y sus jefes imperialistas de lograr “gobernabilidad” con mano dura en el país, los eventos actuales preanuncian que los próximos tres años de mandato ejecutivo serán por lo menos como los primeros tres, signados por la inestabilidad y la lucha de clases.