Como parte de las Obras Escogidas de León Trotsky, el CEIP y el Museo Casa León Trotsky han publicado recientemente La Revolución Traicionada, una de las obras más significativas del revolucionario ruso, junto con otros importantes escritos para repensar la experiencia del siglo XX y reactualizar la perspectiva comunista para el siglo XXI. La edición estuvo a cargo de Juan Duarte y Andrea Robles junto a un equipo de colaboradores. A continuación reproducimos el Prólogo a la edición que escribimos junto con Christian Castillo.
Prólogo a La Revolución Traicionada
Lecciones para reactualizar la perspectiva comunista en el siglo XXI
Christian Castillo y Matías Maiello
Publicada en 1936 mientras Trotsky se encontraba en su exilio en Noruega, ¿Qué es y a dónde va la URSS?, más conocido como La Revolución Traicionada constituye uno de los más grandes estudios de teoría marxista del Estado que se hayan escrito.
A su vez, La Revolución Traicionada no es un libro que nos hable solo de las contradicciones del Estado Obrero ruso en su etapa de burocratización, sobre la transición del capitalismo al socialismo. También se trata de una profunda reflexión sobre cuáles son los contornos de la “primera etapa del comunismo” de la que hablara Marx y su relación con la “segunda etapa”, el comunismo propiamente dicho. Para esto, Trotsky retoma las tesis de los autores del Manifiesto Comunista y los desarrollos de Lenin, pero poniendo en juego las lecciones de las primeras dos décadas de existencia de la URSS. A partir de esta experiencia aporta toda una serie de elementos que ni Marx, ni Engels, ni Lenin pudieron analizar y teorizar.
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde que Trotsky escribió La Revolución Traicionada. La burguesía ha hecho todo lo posible por identificar el comunismo con el estalinismo, con el gulag, los juicios de Moscú, el partido único. La derrota que significó la restauración del capitalismo en los ex-Estados obreros burocráticos a finales de los ’80 y principios de los ’90, a diferencia de la derrota heroica de los comuneros de París en 1871, no dejó orgullo revolucionario sino una estela de desmoralización. Sobre estas bases la ofensiva neoliberal del imperialismo se prolongó por más de dos décadas.
Hoy la crisis capitalista ya lleva más de seis años, trayendo aparejados importantes fenómenos geopolíticos y de la lucha de clases, que plantean nuevas bases para la reconstrucción del marxismo revolucionario. Marx y Engels decían en el Manifiesto Comunista: “es hora de que los comunistas expongan ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones”. Este gesto vuelve a ser necesario. La Revolución Traicionada es un texto ineludible para esta tarea, que no es otra que la reactualización de la perspectiva comunista en el siglo XXI.
Hegemonía y revolución internacional
El presente libro es un punto de llegada de una elaboración sistemática y minuciosa de Trotsky sobre la dinámica de la situación en la URSS que comienza en 1918. A lo largo de aquellos años, desde una concepción internacionalista desarrollará la relación entre el proletariado y el campesinado, entre la industria y la agricultura, y entre la economía soviética y el mercado mundial capitalista. Estas elaboraciones serán la base de los diferentes combates que encabezará Trotsky y de su lucha contra la burocracia desde la primera Oposición de Izquierda de 1923 en adelante. En cada punto crucial Trotsky planteó sistemáticamente una alternativa frente al estalinismo. Contra la caricatura que pretendió presentar a Stalin como un “realista” frente a Trotsky como un “teórico fantasioso”, la rigurosidad teórica de Trotsky le permitió anticipar una a una las contradicciones a las que se enfrentaría la URSS en cada momento mientras que el empirismo de la burocracia y sus constantes zigzags llevó a los más dramáticos fracasos.
Dando cuenta de la encrucijada ante la cual se encontraba la Unión Soviética a mediados de los años ’30, en La Revolución TraicionadaTrotsky señala:
La Revolución de Octubre, en la que sus jefes veían el preludio de la revolución mundial pero que por el curso de los acontecimientos se transformó temporalmente en un factor independiente, revela en esta nueva fase de la historia su profunda dependencia del desarrollo mundial. Se hace de nuevo evidente que el problema histórico de “¿Quién vencerá?”, no puede resolverse dentro de las fronteras nacionales; que los éxitos o los fracasos del interior no hacen más que preparar las condiciones más o menos favorables para su decisión en la arena mundial” [p. 167].(1)
Desde esta óptica se presentaban dos problemas decisivos para el proletariado ruso y el nuevo Estado obrero: en el plano internacional, la extensión de la revolución más allá de las fronteras de la URSS; en el plano interno la cuestión central de la hegemonía de la clase obrera sobre el campesinado, que constituía la gran mayoría de la población. Ambos problemas tenían para Trotsky la más estrecha relación.
En mayo de 1918, a pocos meses de haber conquistado el poder en Rusia, con el levantamiento de la Legión Checoslovaca da comienzo la guerra civil. Pronto los revolucionarios se verán enfrentados a 14 ejércitos imperialistas coaligados con las fuerzas contrarrevolucionarias de la vieja sociedad. Para la defensa de la revolución, los bolcheviques, con Trotsky a la cabeza, pondrán en pie un ejército de más de 5 millones de obreros y campesinos. La guerra civil se prolongará por más de treinta meses hasta que en noviembre de 1920 la derrota de las tropas al mando del barón Wrangel decidirá el resultado de la guerra a favor de los revolucionarios.
Durante el período que va de 1918 a 1921 el llamado “comunismo de guerra” había orientado la política económica. “La vida económica estaba totalmente sujeta a las necesidades del frente. […] El comunismo de guerra era, en esencia, la regimentación sistemática del consumo en una fortaleza sitiada” [p. 49]. Entre sus medidas se contaba la requisición de grano y materias primas a los campesinos para la subsistencia del frente y de las ciudades. Este gran esfuerzo para triunfar en la guerra civil había resentido enormemente la alianza entre la clase trabajadora y los campesinos.
Para finales de 1920 la situación económico-social se había vuelto insostenible. Como describe el historiador Pierre Broue:
La industria fabrica, en cantidad, sólo un 20% –un 13% en valor– de su producción de preguerra. La producción de hierro supone un 1,6%, la de acero un 2,4%. Las producciones de petróleo y de carbón, que son los sectores menos afectados, no representan más que el 41% y el 27% respectivamente de las cifras de preguerra: en los otros sectores el porcentaje oscila entre un 0 y un 20%. El equipo está prácticamente destruido: el 60% de las locomotoras están fuera de uso y el 63% de las vías férreas son inutilizables. La producción agrícola ha sufrido un descenso tanto en cantidad como en valor. La superficie cultivada se reduce en un 16% .(2)
En el plano internacional, con la derrota de la revolución alemana del ’18-‘19, así como con la liquidación de la República Soviética Húngara, se había cerrado el auge revolucionario de la inmediata posguerra y el capitalismo conquistaba un “equilibrio inestable” (3).
En este marco, fue que el X Congreso del Partido de marzo de 1921 adoptó la Nueva Política Económica (NEP). Concebida por Lenin como una “retirada forzada”, la NEP restableció parcialmente la libertad de comercio y la economía monetaria, recreando un mercado. De esta forma se buscaba lograr el aumento de la producción tanto en el agro como en la industria. Pero esta política no estaba exenta de contradicciones. Los bolcheviques lo sabían, eran conscientes de sus consecuencias adversas que fortalecerían las tendencias a la acumulación de un sector acomodado del campesinado. Para contrarrestarlas se valdrían del control que posibilitaba el mantenimiento en poder del Estado de los principales recursos de la industria y el transporte, del riguroso monopolio del comercio exterior, y de la organización de los trabajadores de la ciudad y el campo.
De la mano de la NEP los bolcheviques se proponían recomponer la hegemonía. Para 1922 ya se registran los primeros éxitos económicos, que continuarían en los años siguientes. Paralelamente, en 1923 el aislamiento de la URSS se profundizaba con la derrota de un nuevo proceso revolucionario en Alemania. Esta vez, producto de los propios errores de la III Internacional que había dejado pasar la revolución sin decidirse nunca al combate por el poder (4).
Trotsky se pone a la cabeza de la lucha contra la burocracia en el ’23 continuando el último combate de Lenin, quien en febrero de aquel año sufrirá su tercer ataque de apoplejía, que lo postrará hasta su muerte en 1924. El 8 de octubre de 1923 Trotsky dirigirá una carta al Comité Central en la que cuestionará las “proporciones inauditas” que había alcanzado la burocratización de la mano de la dirección oficial encabezada en aquel entonces por la troika, de Zinoviev, Stalin y Kamenev. De esta manera se erigirá en el líder de la naciente Oposición de Izquierda. Pocos días más tarde 46 de los principales dirigentes del partido se pronunciarán en los mismos términos en lo que se conoció como la “Plataforma de los 46” (5) . Luego Trotsky escribirá El Nuevo Curso, donde desarrolla la crítica a la política económica, el papel del aparato, la naturaleza del burocratismo, entre otros puntos fundamentales. Comenzaba el combate.
En La Revolución Traicionada, Trotsky retoma la discusión iniciada en aquellos años con dos “teorías” que considera complementarias: la “teoría” de que el socialismo se podía construir en un solo país, y la visión de la soldadura (smytchka) entre la ciudad y el campo interpretada como la posibilidad de estabilizar en forma permanente las relaciones entre ambos y sostener la hegemonía mediante un desarrollo lento y evolutivo de la industria.
Según Nicolai Bujarin, uno de los principales inspiradores de estas tesis, Trotsky “negaba por anticipado la idea de hegemonía del proletariado” debido a que consideraba “inevitable el conflicto más áspero entre la clase obrera y los campesinos” (6) . Bujarin consideraba que el conflicto podía ser evitado si el proletariado procedía a una “industrialización a paso de tortuga”, poniendo el acento en las “concesiones” y “sacrificios” del proletariado para mantener aquella alianza. La consigna que se desprendía de este planteo era: “¡campesinos enriquézcanse!”.
Como señala Trotsky en La Revolución Traicionada: “Esto significaba, en el lenguaje de la teoría, la asimilación progresiva de los campesinos ricos por el socialismo. En la práctica, significó el enriquecimiento de la minoría en detrimento de la inmensa mayoría” [p. 52]. Al contrario de lo que sostenía Bujarin, Trotsky será quien más conscientemente desarrolle la necesidad y las vías para conquistar la hegemonía. Como señalaba uno de los clásicos de la estrategia militar, “la cooperación de los aliados no depende de la voluntad de los beligerantes” (7) sino de la existencia de intereses comunes. Este mismo era el punto de partida de Trotsky, quien llamó la atención sobre un fenómeno clave que se desarrollaba desde 1923 que recibió del nombre de “tijeras” y consistía en un creciente desequilibrio entre el campo y la industria. Esta última quedaba cada vez más retrasada en términos de productividad, y producía mercancías a precios elevados que desincentivaban el intercambio voluntario por parte de los campesinos, mientras que los campesinos ricos (kulaks) se enriquecían, aumentando la diferenciación social al interior de la URSS.
Trotsky sostenía que la contradicción entre el campo y la ciudad era inevitable ya que respondía a causas estructurales. Sin embargo, el conflicto a gran escala entre Estado obrero y los campesinos no lo era. Solo una industrialización acelerada sobre la base de una mayor carga impositiva sobre el campesino rico que revirtiese esta tendencia era capaz de evitar el boicot campesino sin un enfrentamiento violento con Estado. “En última instancia –escribeTrotsky–, la clase obrera puede mantener y fortalecer su rol dirigente, no mediante el aparato del Estado o el ejército, sino por medio de la industria que da origen al proletariado” (8) .
Incluso en este caso, se trataba siempre para el fundador del Ejército Rojo, de la posibilidad de “preparar las condiciones más o menos favorables para una solución internacional del problema”. Estas contradicciones solo podrían mitigarse definitivamente con el triunfo de la revolución en alguno de los principales países capitalistas.
Pero para 1926 la teoría del socialismo en un solo país y la consigna de “campesinos enriquézcanse” se habían transformado en el dogma oficial de la mano de la camarilla de Stalin-Bujarin, que se habían hecho con el poder desplazando a Zinoviev y Kamenev, que pasarían junto con Trotsky a conformar lo que se conoció como la Oposición Conjunta. Dos años después, en 1928, aquella polémica se saldó en los hechos: el pronóstico de Trotsky y la Oposición se demostró certero. Finalmente, la situación se hizo insostenible, la clase obrera se encontró cara a cara con el hambre, y las ilusiones del bujarinismo dejaron paso, a través de un violento viraje, a la línea estalinista de “liquidación de Kulak como clase” y la “colectivización forzosa” de la tierra.
Mientras que figuras de la Oposición de Izquierda como Preobrazhensky y Radek suponían que el estalinismo estaba tomando el programa de la Oposición al virar hacia la industrialización y el combate al Kulak, Trotsky se opone tajantemente a la política aventurera y brutal de Stalin, con sus secuelas de guerra civil y retroceso de la producción en el campo. La “colectivización forzosa” era opuesta por el vértice a la política sostenida por Trotsky de convencimiento gradual del campesino sobre la base de las ventajas en la producción colectiva. Una vez más la política de la burocracia tenía consecuencias catastróficas.
Comunismo y dictadura del proletariado
La Revolución Traicionada tiene el objetivo de explicar el fenómeno novedoso de la evolución del primer Estado Obrero de la historia, que superando las predicciones de los fundadores del marxismo había nacido en un país atrasado y quedaría aislado de la revolución mundial. En varias formas representa una continuación de El Estado y la Revolución de Lenin escrito en 1917 a la luz de las nuevas condiciones.
Para el año 1928 el aislamiento de la URSS se había sellado nuevamente con la derrota de la Revolución China de 1925-27, producto de la traición de la dirección estalinista. Ésta coincidió con la derrota definitiva de la Oposición Conjunta y la expulsión de Trotsky del Partido y el comienzo de su exilio forzado que durará el resto de su vida.
Frente al desarrollo como gangrena de la burocracia, Trotsky vuelve sobre El Estado y la Revolución para comparar la evolución real que había tenido el Estado obrero con las perspectivas trazadas por el fundador del Partido Bolchevique, y plasmadas en el programa del Partido Comunista de 1919. Si en 1917 para Lenin se trataba de “restablecer” la teoría marxista del Estado frente a la recaída reformista de la II Internacional, Trotsky deberá encarar una tarea similar frente a la caricatura grotesca en la que la burocracia había transformado la dictadura del proletariado para volver a plantear la necesidad de un “Estado agonizante”, de un Estado que se oriente hacia su propia extinción.
Para Lenin la reducción de las funciones coercitivas, al estar destinadas solo a la dominación de la minoría burguesa y sus aliados, disminuirían cualitativamente la necesidad del aparato represivo del Estado y lo debilitarían progresivamente. Este elemento, junto con la ampliación de la democracia a las grandes mayorías, debería reducir a este “semi-Estado” a funciones “de registro y control”. Sin embargo, señalaba Trotsky, este proyecto “suponía cierto bienestar. Esta condición necesaria faltaba” [p. 76]. Y agregaba: “Mientras que el modesto ‘Ford’ continúe siendo el privilegio de una minoría, todas las relaciones y todos los hábitos propios de la sociedad burguesa siguen en pie. Con ellos subsiste el Estado, guardián de la desigualdad” [p. 75].
En La Revolución Traicionada va a analizar justamente las causas de este distanciamiento entre el programa y la realidad:
Partiendo únicamente de la teoría marxista de la dictadura del proletariado, Lenin no tuvo éxito, como ya se dijo, ni en su obra capital sobre el problema (El Estado y la Revolución), ni en el programa del Partido, en la elaboración de todas las conclusiones necesarias en cuánto al carácter del Estado de atraso económico y aislamiento del país. Al explicar el resurgimiento de la burocracia por la inexperiencia administrativa de las masas y las dificultades nacidas de la guerra, el programa del Partido prescribe medidas puramente políticas para vencer las ‘deformaciones burocráticas’ (elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento de todos los mandatarios, supresión de los privilegios materiales, control activo de las masas). Se pensaba que con estos medios, el funcionario cesaría de ser un jefe para transformarse en un simple agente técnico, por otra parte temporal, mientras que el Estado desaparecería gradual e imperceptiblemente de la escena.
Esta subestimación manifiesta de las dificultades inminentes se explica porque el programa se fundaba enteramente y sin reservas sobre una perspectiva internacional [pp. 75-6].
Y agregaba:
Sin embargo, la crisis revolucionaria de posguerra no produjo la victoria del socialismo en Europa: la socialdemocracia salvó a la burguesía. El período que para Lenin y sus compañeros de armas debía ser un breve “alto en el camino” se convirtió en toda una época histórica. La contradictoria estructura social de la URSS y el carácter ultra burocrático de su Estado, son las consecuencias directas de esta singular e “imprevista” pausa histórica [p. 76].
Esta “dificultad” produce diferencias fundamentales respecto al modelo original de Marx quién en su Crítica al Programa de Gotha había señalado dos etapas del desarrollo de la sociedad comunista. Para Marx, el capitalismo prepara las bases materiales la revolución social pero éstas son insuficientes para establecer inmediatamente el comunismo, una sociedad de abundancia que pueda “escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” (9) . De aquí que Marx planteé una primera etapa del comunismo o fase inferior, regida por la máxima “a cada cual según su trabajo”, una sociedad infinitamente más igualitaria que el capitalismo pero donde, como recordará Trotsky, “El Estado adquiere directa e inmediatamente un doble carácter: socialista, en la medida en que defiende la propiedad social de los medios de producción; burgués, en la medida en que el reparto de los bienes vitales se lleva a cabo por medios de medidas capitalistas de valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho” [p. 73].
Durante esta primera etapa, según los fundadores del marxismo el Estado comenzaría a extinguirse a medida que aumentara la productividad del trabajo y se desarrollaran las fuerzas productivas, ya que éstas permitirían satisfacer más ampliamente las necesidades y reducir la carga del trabajo como imposición. Sin embargo, en la URSS el mayor desarrollo de las fuerzas productivas, al no revestir un carácter cualitativo, es decir, al no alcanzar y sobrepasar lo más avanzado del capitalismo, tenía como efecto contradictorio profundizar el proceso de diferenciación social y por ende fortalecer, en términos relativos, a la burocracia como gendarme que arbitra en el terreno de la distribución.
Aunque el esquema de Marx era irreprochable desde el punto de vista de la evolución del socialismo desde sus inicios hasta la consumación de la sociedad comunista, la URSS no encajaba en él. El autor de El Capital, que no llegó a vivir la fase imperialista del capitalismo, no esperaba que la revolución triunfase en un país atrasado.
A diferencia de lo proclamado por Stalin y luego replicado por los ideólogos de la burguesía para “demostrar” el fracaso del comunismo, para Trotsky la URSS no era una sociedad socialista, no representaba la “etapa inferior del comunismo” de la que hablara Marx: “Sería más exacto, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, no un régimen socialista, sino un régimen preparatorio o de transición del capitalismo al socialismo” [p. 68].
“Esta preocupación por una justa terminología –agregaba Trotsky– no implica ninguna pedantería. La fuerza y la estabilidad de los regímenes se miden, en último análisis, por la productividad relativa del trabajo. Una economía socialista poseyendo una técnica superior a la capitalista, tendría asegurado realmente un desarrollo socialista, por así decirlo, automático, lo que desdichadamente no puede decirse aún de la economía soviética” [p. 68-9].
Contra toda visión evolutiva que pretendiese hacer un fetiche del desarrollo económico de la URSS en sí mismo, Trotsky, al resaltar el carácter transitorio del régimen social, alerta sobre la posibilidad de retroceder nuevamente hacía el capitalismo; el desarrollo socialista estaba muy lejos de ser seguro. Al mismo tiempo, plantea claramente que no puede haber mejor índice para medir el avance hacía el comunismo que la persecución del bienestar de los trabajadores, de su libertad, y del desarrollo de las capacidades humanas.
Desde este punto de vista, discute en La Revolución Traicionada contra el culto al trabajo conocido como “stajanovismo” que impusiese la burocracia en la URSS, y para ello retoma la perspectiva de la reducción de la jornada laboral en el camino de terminar definitivamente con el trabajo “impuesto por la necesidad”.
Reducida a su base primordial –señala–, la historia no es más que la lucha por una economía del tiempo de trabajo. El socialismo no podría justificarse por la simple supresión de la explotación; es necesario que asegure a la sociedad mayor economía del tiempo que el capitalismo. Sin la realización de esta condición no es cumplida, la abolición de la explotación no sería más que un episodio dramático desprovisto de porvenir [p. 89].
En el caso de la URSS, “La técnica importada, principal medio de la economía del tiempo, aún no da en el terreno soviético los resultados que son normales en su patria capitalista” [p. 89]. Y esto efectivamente fue así. A pesar de sus enormes avances, la URSS bajo dirección de la burocracia nunca llegó a sobrepasar la productividad del trabajo de los países capitalistas. “El papel progresivo de la burocracia soviética coincide con el período dedicado a introducir en la URSS los elementos más importantes de la técnica capitalista” [p. 226]. Las causas de esta limitación eran profundas:
Se pueden construir fábricas gigantes según modelos importados del extranjero por mandato burocrático, y pagándolas, es cierto, al triple de su precio. Ahora bien, cuanto más lejos se vaya, más tropezará la economía con el problema de la calidad, que se le escapa de las manos a la burocracia como una sombra. […] En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores y de los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario del miedo, la mentira y la adulación [pp. 226-7].
Alrededor de estos análisis Trotsky demostrará en La Revolución Traicionada cómo la democracia soviética no era un “aditamento” del Estado obrero sino una cuestión “de vida o muerte” donde la participación de los trabajadores y los campesinos no podía limitarse a una elección regular sino que tenía que traducirse en una participación activa en la dirección de los destinos de la URSS, tanto en el terreno político como en el terreno de la planificación económica. La perpetuación de la burocracia es incompatible con el avance hacia el comunismo, que no puede ser otra cosa que una construcción consciente.
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(1) En adelante, las citas de La Revolución Traicionada serán referidas con el número de página correspondiente a la presente edición entre corchetes.
(2) Broué, P., El partido bolchevique, Editorial Ayuso, Madrid, 1973.
(3) Cfr. Paula Bach, “Introducción” en Trotsky, Naturaleza y Dinámica del capitalismo y la economía de transición, CEIP, Buenos Aires, 1999.
(4) Para profundizar el tema: Cfr. Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘Occidente’” en Revista Estrategia Internacional Nro. 28, 2012
(5) La plataforma, publicada el 15 de octubre de 1923, señalaba alertaba que “la política que sigue la mayoría del Politburó amenaza con acarrear a todo el partido lamentables reveses” y afirmaba que: “El régimen instituido en el interior del partido es absolutamente intolerable; destruye la independencia del partido, sustituyendo el partido por un aparato burocrático reclutado”.
(6) Bujarin, N., “Acerca de la teoría de la revolución permanente”, en El gran debate
(1924-1926), Siglo XXI, Madrid, 1975.
(7) Clausewitz, C., De la Guerra, Ed. Círculo Militar, Bs. As., 1968, p. 36.
(8) Trotsky, “Tesis sobre la industria” (1923) en Naturaleza y Dinámica…, op. cit.
(9) Marx, C y Engels, F. Crítica del Programa de Gotha, ediciones varias.