El presidente electo de Estados Unidos conversó el pasado viernes con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, una acción que supone una ruptura respecto a la política estadounidense en Asia, así como del protocolo diplomático. Un preocupante mensaje hacia Pekín con amplias consecuencias.

Al menos de forma oficial, éste contacto es el primero entre un líder estadounidense y un presidente taiwanés desde que Washington cambió sus relaciones diplomáticas con la isla por China continental en 1979, que ya entonces empezaba a ganar peso en la escena internacional. Ocho años antes, la República Popular China (RPC), dirigida desde Pekín por el régimen del Partido Comunista, había reemplazado en las Naciones Unidas a la República de China, representada por la entonces dictadura del Kuomintang que gobernaba Taiwán desde la huida del Generalísimo Chiang Kai-shek a la isla tras ser derrotado por las guerrillas comunistas dirigidas por Mao Zedong en la guerra civil (1945-49).

La política de “Una China”

El giro diplomático fue establecido por el ex presidente Richard Nixon y el secretario de Estado Henry Kissinger. El viaje de Nixon a Pekín en 1972 coincidió con un momento decisivo de la decadencia histórica del imperialismo estadounidense -el final de la convertibilidad dólar-oro de agosto de 1971, que había sido el eje del orden económico posterior a la Segunda Guerra Mundial. A su vez, militar y geopolíticamente, la Guerra de Vietnam todavía continuaba y había debilitado las capacidades militares de los EEUU lo suficiente como para que fuera confuso saber si Norteamérica podría resistir eventualmente una potencial acción militar soviética en Europa.

Del lado chino, las debilidades de su modelo económico de la “construcción socialista en un solo país” se hacían cada vez más evidentes, agravadas a su vez por el cataclismo y el traumatismo que había significado para el régimen la llamada “Revolución Cultural”. Desde el punto de vista militar y geopolítico, en el año 1969 los chinos entran una importante batalla con los rusos en el río Ussuri, a lo largo de la frontera entre Siberia y China. Las relaciones sino-soviéticas se habían desplomado en los años 1960, y China estaba preocupada por un ataque soviético, incluyendo un ataque nuclear. Es la coincidencia de las necesidades de ambos la que sienta las bases para éste acercamiento. Al reconocer a Pekín y retirar el apoyo de Taipéi (capital de Taiwán), el gobierno de Nixon consiguió la colaboración del régimen del Partido Comunista Chino en los esfuerzos de Washington para socavar a la Unión Soviética. La alianza de facto de China con Washington fue el preludio del proceso de restauración capitalista, que se aceleró después del colapso de la Unión Soviética en 1991, llevando a una inversión imperialista masiva y a la transformación de China, sobre la base de mano de obra súper barata, en el centro de fabricación manufacturero más grande del mundo.

La reclamación de China sobre Taiwán es, y ha sido durante mucho tiempo, la cuestión más delicada en las relaciones entre Estados Unidos y China y fue el principal obstáculo para reunirse con Pekín antes del viaje de Nixon. Las negociaciones sobre cómo manejar el asunto fueron la obra de dos Presidentes -Nixon y Carter-, dos secretarios de Estado -Kissinger y Cyrus Vance- así como del asesor de seguridad nacional Brzezinski-. Estas negociaciones fueron sentando las bases de la compleja relación. Algo que fue plasmado en el documento para la normalización de relaciones en 1979, en el cuál se acordaron ciertas condiciones que China establecía para dicha normalización. Desde entonces, en todos los aspectos de la relación de Estados Unidos con Taiwán, ya sean las ventas de armas a Taiwán, las reuniones de alto nivel, los contactos entre militares, las visitas de altos funcionarios, los tránsitos por los Estados Unidos por parte de líderes de Taiwán, hay una larga historia sobre lo que Estados Unidos puede hacer, en consonancia con su compromiso de una relación «no oficial» con Taiwán. La acción de Trump rompe con esa larga historia de usos y costumbres diplomáticos entre las dos potencias.

El fuerte mensaje de Trump a Pekín

Desde el viernes varios artículos en los medios de comunicación especulan con que la increíble acción de Trump se debe a un error de neófito. Pero un artículo de fuentes informadas publicado en el Washington Post del domingo refuta esta versión ingenua sobre semejante y arriesgado paso. Según el diario norteamericano fue, más bien, «el producto de meses de silenciosos preparativos y deliberaciones entre los asesores de Trump sobre una nueva estrategia de compromiso con Taiwán», que refleja «la opinión de los asesores de línea dura instando a Trump a tomar una fuerte línea de entrada con respecto a China».

El mismo Trump dejó en claro el domingo por Twitter que estaba en juego más que una llamada telefónica: «¿China nos preguntó si estaba bien devaluar su moneda (lo que hace difícil para nuestras empresas competir), gravar fuertemente nuestros productos que van a su país (los EE.UU. no los gravan) o construir un complejo militar masivo en medio del Mar de China Meridional? ¡No lo creo!». Es evidente que estamos frente a un gesto deliberado.

Como ya dijimos, la presidencia Trump implica una política más agresiva con respecto a Pekín: uno de los principales objetivos de Trump es reestructurar la relación entre los Estados Unidos y China. Al hacer la llamada telefónica, Trump señala a China que está preparado para actuar unilateralmente si los chinos no están preparados para renegociar la relación, y todos los ítems están sobre la mesa de negociaciones. Adrede, Trump seleccionó un tema de alta visibilidad y bajo contenido – Taiwán – para demostrar su indiferencia ante los entendimientos anteriores.

Para los EEUU la cuestión de Taiwán nunca fue central: la aceptación de la política de “Una China” jamás cambió la realidad fundamental de las relaciones entre EEUU y Taiwán, sino que le dio cobertura a los chinos en un contexto geopolítico que hace tiempo desapareció (la Guerra Fría terminó, la Unión Soviética implosiono, etc.).

Esto pone a China en una difícil posición: en el marco de los límites de su modelo económico, China necesita el acceso a los mercados norteamericanos para no precipitarse en una caída económica profunda en el medio de una transición incierta. Para China, la relación comercial con Estados Unidos es de interés estratégico. Al mismo tiempo, Xi Jinping debe mantener una posición de fuerza en este tema sensible para China, no solo a nivel interno (donde existen otros casos independentistas) sino también a nivel regional donde busca proyectar su poder.

La jugada provocadora e imprevisible de Trump poniendo en riesgo lo que Nixon había otorgado, es un mensaje duro e inesperado para Pekín, que la obliga a negociar en condiciones desfavorables. Mostrando con este gesto que está dispuesto a dejar atrás la política de sus antecesores de solo adoptar poses pero sin modificar nada substancial en relación con China, Trump pone a Pekín a la defensiva, invirtiendo los términos de la relación e inquietando a la burocracia del Partido Comunista que de ahora en más comienza a preguntarse hasta dónde está preparado para ir Trump.

Publicado por Juan Chingo

Juan Chingo | @JuanChingoFT :: Ciudad

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