Este artículo es la ponencia presentada por Pan y Rosas en el debate sobre feminismo y lucha de clases realizado en Florencia el 2 de septiembre durante la fiesta por los 10 años del PCL de Italia.

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Foto: ID / Diego Lotito

El tema elegido para este taller es sumamente interesante: “Feminismo y lucha de clases”, porque es fundamental retomar la relación entre el movimiento de lucha de las mujeres por nuestros derechos y la lucha de clases contra el capitalismo, algo que los feminismos institucional y posmoderno han tratado de borrar.

Hablar de feminismo y lucha de clases nos lleva a la necesidad de recuperar toda la historia de lucha de las mujeres, profundamente ligada a momentos de ascenso revolucionario y de auge de la lucha de clases. El movimiento combativo que va desde la Comuna de París a las luchas de las mujeres a principios de siglo XX por el derecho al sufragio y por los derechos de las mujeres trabajadoras, el protagonismo de las mujeres en las revoluciones, como en la Revolución Rusa o la Revolución española, la segunda ola del feminismo en los años 60 y 70 con masivas movilizaciones y un cuestionamiento radical de la sociedad, y muchos ejemplos más.

Pero “mientras el feminismo de los 60-70 era anti institucional ya que surge en un contexto insurreccional a nivel mundial con el Mayo Francés, el otoño caliente italiano, las movilizaciones pacifistas y estudiantiles en EEUU, la guerra de Vietnam, la Primavera de Praga, etc., será en los 80’ cuando el movimiento feminista se reconciliará con las instituciones desplazando la acción en las calles hacia los ámbitos del Estado y las instituciones capitalistas.” Esto lo desarrollaba mi compañera Cynthia Lub en una ponencia que presentó en la escuela de verano de la FT en Europa sobre las estrategias de emancipación de las mujeres y está tratado ampliamente en el libro de mi compañera Andrea D’Atri, Pan y Rosas, que recomiendo especialmente.

El feminismo radical de los años 70 ya había abandonado la estrategia de emancipación revolucionaria, sustituyéndola por una estrategia donde la “revolución cultural” precede a cualquier cambio social. Sin embargo, fue en las décadas de los 80 y los 90, durante el ascenso del neoliberalismo que se desarrolla un feminismo completamente inofensivo para el capitalismo, institucionalizado, despolitizando su discurso, exaltando la individualidad como única forma de resistencia posible e incorporando algunas de las demandas feministas pero degradadas y limitadas.

El neoliberalismo fue acompañado de la idea de que la emancipación de las mujeres se iba conquistando de forma progresiva y pacífica en los canales de la democracia liberal, en los marcos del capitalismo. Parecía que las mujeres ya no teníamos que movilizarnos ni organizarnos, ni muchos menos buscar una perspectiva revolucionaria, porque a través de la democracia liberal ya estábamos “empoderadas”.

Sin embargo, con la apertura de la gran crisis capitalista en los últimos años, se muestra claramente que estas ideas conservadoras son absolutamente falsas. Es cierto que la vida de las mujeres en muchas partes del mundo cambió sustancialmente. Pero las conquistas no han sido generalizadas ni están consolidadas, como podemos comprobar con los intentos permanentes por recortar nuestros ya limitados derechos incluso en los países europeos.

Es decir, mientras una minoría de mujeres en los países capitalistas más avanzados conquistaron algunos derechos solo para algunas mujeres -muchos de ellos hoy cuestionados o eliminados por la ofensiva de los gobiernos- la mayoría de las mujeres en el mundo entero padecieron y siguen padeciendo formas brutales de opresión.

Esta persistencia de la opresión sobre las mujeres es lo que reactualiza la necesidad de un movimiento de mujeres combativo, anti patriarcal y anticapitalista. Veamos algunos ejemplos que muestran que la opresión de las mujeres en el capitalismo no ha dejado de aumentar.

Hablemos de los feminicidios, por ejemplo. Según un estudio de la ONU de 2012, con las limitaciones que tiene, se habla de cerca 44.000 feminicidios en el mundo. El mismo estudio indica que en los países con menor número de asesinatos de mujeres, como pueden ser los países europeos, estas cifras aumentan cada año. En el Estado Español hubo 112 feminicidios en 2015, más aún que los años anteriores. Además, más de 25 millones de mujeres europeas fueron víctimas de violencia machista en el año 2014.

Pero a pesar de lo que las leyes burguesas y el discurso hegemónico pretenden anunciar, estos asesinatos de mujeres no son “crímenes individuales” que se van a solucionar con castigos judiciales individuales, sino que son fenómenos sociales que están arraigados en la opresión patriarcal bajo el capitalismo, con los que no vamos a acabar hasta que no acabemos con la sociedad de clases. Para este debate recomiendo los artículos que venimos publicando en la sección de géneros y sexualidades de La Izquierda Diario.

Si nos acercamos al mundo laboral seguimos observando una tremenda desigualdad. Un claro ejemplo de ello es la brecha salarial: a nivel mundial, los salarios de las mujeres son un 24% inferiores a los de los hombres, el mismo que en el Estado español, lo que significa que las mujeres cobramos unos 6.000 euros anuales menos por un trabajo de igual valor o que trabajan dos meses de forma gratuita. Además, según apuntan las últimas estadísticas, la brecha salarial de género aumenta año tras año.

A esto hay que sumarle el hecho de que la precariedad laboral es mucho mayor en el caso de las mujeres. En el Estado español, cerca del 70% de los salarios mínimos corresponden a las mujeres y más del 70% de los contratos a tiempo parcial son destinados a mujeres. También somos el 80% de los «Trabajadores no cualificados» ya que el mercado laboral está profundamente marcado por una división sexual del trabajo que precariza nuestra situación aún más. Además, el embarazo es una de las principales causas para la no renovación del contrato, cuando no supone directamente un despido encubierto o la no contratación.

Por otra parte, son las mujeres las que se ocupan principalmente del cuidado de hijos o personas dependientes, duplicando la jornada laboral y haciéndonos mucho más vulnerables a los recortes en sanidad o en leyes de dependencia que los gobiernos del régimen han utilizado para hacer retroceder los derechos de las mujeres una vez más y que en muchos casos han expulsado a las mujeres del mundo del trabajo para devolverlas al ámbito doméstico.

No puedo dejar de mencionar la lucha por el derecho al aborto. Actualmente, en pleno siglo XXI, unas 70.000 mujeres mueren al año por verse obligadas a realizar los abortos de manera clandestina, la inmensa mayoría mujeres trabajadoras, sin medios económicos para “pagarse un aborto en Londres”, como solía decirse en la España de los años 60. Hoy en día, la interrupción del embarazo es totalmente ilegal en 7 países de América Latina y está limitado a circunstancias muy concretas en la mayor parte de los casos. Pero el movimiento de mujeres se moviliza contra estas situaciones. Es muy significativo el caso de Belén en Argentina que permaneció encarcelada durante más de dos años por un aborto espontáneo. Y aunque ha sido liberada tras una gran campaña internacional y movilizaciones multitudinarias como la marcha del 12 de agosto, su condena sigue vigente y la persecución a las mujeres por abortar continúa.

En el Estado Español, en 2014 las mujeres tuvimos que salir a la calle para defendernos del último ataque neoliberal del entonces ministro de justicia que pretendía limitar enormemente el derecho al aborto, demostrándonos una vez más que los derechos conquistados son muy frágiles en las manos de los gestores del capitalismo, pero también que la organización y la movilización de las mujeres tiene el poder de cambiar las cosas en determinados momentos.

Hablemos de la trata y las mujeres en situación de prostitución. En primer lugar, desde Pan y Rosas entendemos que hay un estrecho vínculo entre capitalismo y patriarcado que se esconde detrás del negocio de la prostitución. Cada año cuatro millones de mujeres y dos millones de niñas son vendidas para ser prostituidas y son principalmente las mujeres con menos recursos las que son empujadas a la prostitución. La supuesta «prostitución elegida» es una situación limitada a una minoría de mujeres. Por eso, aunque la solución no pasa por la regulación ni por la prohibición por parte del Estado capitalista -que se construye sobre la explotación y opresión de las mujeres-, no dudamos en exigir la igualdad de oportunidades laborales y sociales para todas las mujeres, denunciamos la persecución, estigmatización y represión contra las personas en situación de prostitución y la complicidad de los agentes del Estado con los proxenetas, nos solidarizamos con las víctimas y defendemos el derecho de las mujeres que ejercen la prostitución a autoorganizarse. Pero sabemos que la prostitución no podrá eliminarse, como el resto de las opresiones, hasta que no echemos al basurero de la historia a este sistema social capitalista.

Me gustaría hablar finalmente de las mujeres migrantes, que corren más riesgo de sufrir diferentes tipos de violencia y están más expuestas al maltrato y al abuso por parte de autoridades, traficantes o proxenetas. Esto es algo que estamos viendo en la llamada crisis migratoria, donde las mujeres padecen todo tipo de humillaciones. Además, las trabajadoras migrantes por lo general desempeñan empleos más precarios, sufren discriminación y tienen menor acceso a la justicia.

No puedo evitar mencionar la gran polémica que ha levantado la legislación francesa contra el famoso “burkini”, una reedición del debate sobre la prohibición del velo. Pensemos en la imagen de un grupo de gendarmes rodeando a una mujer en una playa francesa, humillándola y obligándola a desvestirse o a pagar una multa, jaleados por gritos xenófobos. ¿Así se defienden los derechos de las mujeres? No podemos dejar la liberación de las mujeres, ni si quiera la lucha contra las instituciones y normas religiosas que se alían en el patriarcado, en las manos de un Estado represor, imperialista, que participa en una guerra por año, que recorta derechos y que relaciona la religión musulmana con el terrorismo.

Como conclusión, todo esto evidencia que el relato de la ‘equidad alcanzada’ es completamente falso y que estamos muy lejos de conseguir la igualdad formal y real entre hombres y mujeres. Pero eso no es suficiente, tenemos que plantear una estrategia de emancipación.

Como decíamos antes, la contraofensiva neoliberal tras la radicalización de los años 60 y el peso de la monstruosa experiencia estalinista -con todos los retrocesos que implico también para los derechos de las mujeres-, llevaron a que se abandonara la estrategia de transformación revolucionaria de la sociedad, como si no hubiera horizonte más allá del capitalismo.

Citando a Andrea D’Atri, “la radicalidad del feminismo de los albores de la “segunda ola” fue engullida por el sistema. Su apuesta subversiva fue desandada en el camino que se transitó “desde la calle al palacio”, de la transformación social radical a la transgresión simbólica resistente”.

Pero la emancipación de las mujeres no es posible por la vía reformista de la progresiva conquista de las instituciones, ni a través de la “revolución cultural”, ni mucho menos por la vía individualista que plantea cierto feminismo posmoderno (“cambiando nuestros cuerpos”).

Hay que retomar una crítica radical a la alianza entre el patriarcado y al capitalismo que nos lleve al resurgimiento de un movimiento de mujeres que, junto a los trabajadores, luche por el fin de toda opresión y explotación, por la revolución social y el gobierno de los trabajadores. Y esa es la lucha de la que nos sentimos parte las mujeres de Pan y Rosas.

Pan y Rosas es una organización de mujeres que impulsamos las compañeras socialistas revolucionarias de los grupos de la Fracción Trotskista en Europa y América Latina. Participamos en el movimiento de lucha de las mujeres por nuestros derechos, levantando un programa transicional contra el Estado y anticapitalista, y dedicamos nuestro esfuerzo especialmente a la organización de las mujeres trabajadoras.

En el Estado español, como en otros lugares, estamos viendo cómo nace una nueva generación de mujeres que mientras enfrenta las consecuencias de la crisis, el paro, la precariedad laboral y la pobreza en los hogares, cuestiona a un sistema patriarcal que recorta cada vez más sus derechos y oprime mediante múltiples violencias. Su firme lucha contra la precariedad está cuestionando el modelo laboral del capitalismo español impuesto en los ’90 y la discriminación que se sustenta en el régimen político. Algunas de ellas, como las mujeres de la limpieza y las migrantes empiezan a organizarse y crear sus propios sindicatos u organizaciones. Las mujeres de Pan y Rosas estamos del lado de “las que mueven el mundo” en todas estas experiencias de lucha provocadas por la violencia de la crisis y damos voz a estas experiencias en las luchas de la clase obrera para recuperar tradiciones perdidas como es la estrecha unión entre el movimiento de mujeres y las huelgas sindicales. Una tarea que los sindicatos mayoritarios abandonaron, pero también el movimiento feminista institucionalizado.

Apostamos por un resurgimiento, como en los ’60 y ’70 de un feminismo antipatriarcal y anticapitalista, con grandes y nuevos retos. Porque el terreno de batalla de la lucha de género, es un terreno en la lucha de clases, para desde ahí recuperar y conquistar los derechos perdidos y por ganar de todas las mujeres.

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