Múltiples interrogantes e hipótesis sobre la mengua del crecimiento del gigante asiático. China acelera su transformación en nuevo competidor por los espacios de acumulación. La resolución del dilema será un aspecto central de la configuración del escenario mundial.
La disminución del crecimiento de la economía china abre múltiples hipótesis e interrogantes. Durante el primer trimestre de este año, China creció a un ritmo anualizado del 7%, lo que significa su marca más baja desde los momentos más críticos de la crisis económica mundial a principios de 2009. Como señalamos en otras oportunidades, China fue uno de los factores contratendenciales que con mayor solidez impidieron que la crisis que estalló en 2008 derivara en un escenario similar a aquel de la Gran Depresión de los años ’30.
A la vez, su rol contenedor de la crisis, le permitió ganar tiempo para convertirse rápidamente en la segunda economía mundial, primer productor y consumidor mundial de acero, tercer emisor de Inversión Extranjera Directa, mayor poseedor del mundo de reservas en moneda extranjera y reciente fundador del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) al que adhirieron 45 países con Gran Bretaña, Alemania y Francia, a la cabeza. El rol de China durante las últimas décadas y su acelerado crecimiento la convirtieron a la vez en origen de una aguda tendencia a la sobreacumulación de capitales.
La mengua del crecimiento de su economía está inevitablemente ligada a este proceso y la transforma en un nuevo competidor mundial por los espacios de acumulación ampliada del capital. Sus adquisiciones externas que incluyen a empresas imperialistas como Pirelli, las crecientes inversiones y acuerdos de inversión y financiamiento de obras de infraestructura en América Latina y el reciente lanzamiento del BAII, son claros síntomas de ello. Estados Unidos está acusando recibo, como se vio en la reacción frente al lanzamiento del Banco de inversión y en la política recientemente desplegada en la Cumbre de las Américas. Las formas que adopte la resolución de este dilema, se traducirán en un elemento central de la configuración del escenario mundial, durante el período próximo.
Pérdida de altitud
Un artículo reciente de The Economist se pregunta si la mengua del crecimiento chino augura un aterrizaje suave o tormentoso. Hace referencia a un nuevo distrito en la metrópoli de Zhengzhou, en el lado oriental, que aparecía en 2013 en el programa de TV norteamericano “60 minutos” como “ciudad fantasma”, prototipo de burbuja inmobiliaria china. El semanario británico señala que cuando los gobiernos provinciales y municipales trasladaron allí muchas de sus oficinas, esa supuesta “ciudad fantasma” cambió su curso y se transformó en real. Apunta que el desarrollo de Zhengzhou desmiente por un lado, algunos de los peores temores sobre el exceso de inversión china. Sin embargo y por otro lado, Zhengzhou marca un punto de inflexión para la economía. El crecimiento del PIB de la ciudad cayó a 9,3% el año pasado desde un promedio de más del 13% con respecto a la década anterior. La tendencia a la baja continuará. Como capital de Henan, una de las provincias más pobres del país, Zhengzhou se constituyó en la última frontera del rápido crecimiento del país. Su maduración señala que la desaceleración de la economía china no es un bache cíclico, sino un cambio descendente estructural.
De modo que y siempre según The Economist, la pregunta no es si el crecimiento chino se recuperará al ritmo de dos dígitos del pasado, sino si su desaceleración será gradual -acompañada de cierta agitación por momentos-, o si se tratará de una caída de fuerte impacto. La respuesta a esta pregunta, no es una cuestión menor. Si China quedara sumergida en una crisis aguda, difícilmente podría bregar por consolidar los rasgos imperialistas que ha venido desarrollando durante el último período, amén de que muy probablemente se transformaría en un elemento catastrófico para la situación económica mundial. Si en cambio China lograra contener las tensiones internas dando paso a un proceso de desaceleración gradual, manteniéndose el escenario actual no catastrófico de la economía mundial, ello podría otorgarle un nuevo período de gracia para fortalecerse.
Según The Economist
De acuerdo al semanario británico, si bien las señales como el retiro de capitales, las finanzas públicas bajo presión y las deudas incobrables están aumentando, estos aspectos no darían cuenta de la historia en su conjunto. China también tiene fortalezas subyacentes muy sólidas y una nueva determinación para arreglar sus distorsiones más perjudiciales. Los nubarrones más importantes penden sobre el mercado inmobiliario ya que impacta desde la fabricación de acero hasta la producción de muebles y representa el impulso de casi una quinta parte de la economía. Este motor, se dispone ahora a restar crecimiento.
Los precios de la vivienda sufrieron su peor caída en el último año desde que comenzaron los registros. Pero el semanario advierte que aún cuando estos problemas son reales, los pronósticos de desastre se apoyan en un diagnóstico erróneo. La idea de que China está sentada en montañas de viviendas sin vender es una exageración. Las ventas de viviendas residenciales el año pasado fueron 20% más altas que en 2009, aunque es cierto que los proyectos en curso se han más que duplicado desde entonces, según datos oficiales. Muchos de esos proyectos serían no obstante, poco más que agujeros en el suelo.
El mercado inmobiliario de China no está a punto de derrumbarse bajo el peso de un exceso de oferta aunque lo malo es que el crecimiento de este mercado se está estancando. Las siderúrgicas chinas habían creado capacidad para 1,2 mil millones de toneladas al año y sin embargo los 820 millones de toneladas producidas el año pasado, es probable que constituyan un techo. La propiedad inmobiliaria se está convirtiendo de motor en lastre para la economía china.
Es verdad que China podría reavivar el mercado inyectando nuevo dinero en la economía como hizo en 2008, pero la deuda total pasó de alrededor del 150% del pbi en 2008 a más de 250% en la actualidad y la deuda es normalmente precursora de turbulencias financieras. Además el sistema financiero también es mucho más complejo de lo que era a finales de 1990. Si los bancos estatales representaron casi todos los préstamos concedidos en ese entonces, desde la crisis su participación se redujo a menos de 2 tercios. Los escasamente regulados “bancos en la sombra” constituyen en la actualidad, prácticamente el otro tercio. No existe no obstante, según The Economist, una ley férrea de que un gran aumento de la deuda deba dar lugar a crisis. Mucho depende de cómo se gestionen los pasivos. China tendría varias ventajas en este campo. Entre ellas, que la gran mayoría de sus deudas se llevan a cabo en el país. En muchos casos, los deudores y los acreedores responden a un mismo comando, el gobierno. En este contexto, una crisis aguda sería poco probable, aunque el pronóstico continúa siendo sombrío. Dice The Economist que la desaceleración de China todavía cuenta con espacio para desarrollarse y una razón importante es que se trata de una economía de tamaño continental, que disfruta de mucho más que de una o dos industrias.
Doble resultado
Aún si el pronóstico que parece apoyar el semanario británico fuera correcto, China debería vencer, no obstante, muchos otros obstáculos claves en el camino de consolidar sus rasgos imperialistas. Además del aún bajo nivel tecnológico de su economía, debería superar un muy escaso PBI per cápita que como también señala The Economist, recién alcanza un nivel de ingresos medios. Con un valor de 12.000 dólares a paridad de poder adquisitivo, no llega a los dos tercios del de Turquía y representa apenas un tercio del de Corea del Sur. En este contexto, el tantas veces proclamado giro hacia el mercado interno, apenas está en curso y la inversión como porcentaje del PBI que llega al 50%, se encuentra muy por encima de la de Corea del Sur o Japón en sus fases de crecimiento más intensivo. Aunque el incremento de la inversión, como indica el semanario, se redujo a la mitad durante los últimos años, el crecimiento del consumo se mantuvo estable y en el curso de la desaceleración, esta última variable debería contribuir con un porcentaje netamente mayor.
Pero si este fuera el camino, y en función de lo señalado más arriba, habría que esperar una evolución combinada de un menor crecimiento chino con la continuidad de una política más agresiva por la conquista de espacios para la acumulación de capital. De modo tal que por un lado China contribuiría a un menor crecimiento mundial, aportando a la profundización de lo que amplios sectores de la teoría económica burguesa definen actualmente como estancamiento secular. Y por otro lado, regiones como por ejemplo América Latina, tenderían a transformarse más aún en escenarios de batalla de los distintos capitales.
Estos resultados comenzaron a ponerse más claramente de manifiesto, como señalamos más arriba, en el contexto de la Cumbre de las Américas. Las brechas que crean conflictos ya sea entre países directamente imperialistas o entre un país imperialista y otro que intenta serlo, como sería el caso de Estados Unidos y China, siempre dejan un margen importante para la acción. La decadencia de Gran Bretaña y el ascenso de Estados Unidos en la Segunda Posguerra, en el contexto del establecimiento de las condiciones reformistas del inicio del boom, abrió paso para que entre otros, países como la Argentina, tuvieran acceso a un desarrollo burgués relativamente independiente.
Un contexto muy distinto, signado por condiciones de “estancamiento secular” y ausencia de reformismo, en el marco de múltiples contradicciones entre distintos estados imperialistas y otros que, como China, buscan reafirmar sus rasgos, podría dar lugar –en regiones como América Latina- a un mayor fortalecimiento y protagonismo de la clase obrera y el resto de los sectores populares, muchos de ellos amenazados por ciclos económicos que llegan a su fin poniendo en cuestión las tenues conquistas de la última década.