Las elecciones del 26J ponen en evidencia que la crisis del Régimen del 78 sigue abierta. El resultado del 20D supuso un varapalo histórico a los dos grandes partidos del bipartidismo. Dejó un mapa parlamentario fragmentado desde el que no ha podido salir ningún proyecto de gobierno que encabece una opción sólida para restaurar la legitimidad perdida.
Cuando Pablo Iglesias dice que sólo hay dos opciones de gobierno, uno sostenido por la “gran coalición” y otro basado en un acuerdo entre PSOE y Podemos, tiene razón. El problema es que ambos proyectos, aun siendo profundamente distintos, apuntan en una misma dirección: apuntalar el Régimen del 78 que ha sido cuestionado por millones desde el 15M. Eso sí, con dos recetas muy diferentes: la del inmovilismo la primera y la de “cambiar algo para que lo fundamental se mantenga” la segunda.
Cualesquiera de las dos opciones son muy costosas para el PSOE. La primera podría llevarlo a una espiral de “pasokización”. La segunda refuerza a su principal adversario, Podemos, que busca ocupar su espacio político tras el nuevo “compromiso histórico” que propone. Es por ello que tras las elecciones del 20D, a pesar de todos los “esfuerzos” y “renuncias” programáticas realizadas por Podemos, el PSOE optó por un camino intermedio, consciente de que ello implicaba ir a nuevas elecciones. “Barajar y repartir de nuevo, a ver si la cosa mejora”, esa es la alta estrategia política de Pedro Sánchez.
El Partido Popular, por su parte, se mantiene “a la espera”. Sabe que tiene un suelo electoral bastante estable y espera que Sánchez –o el aparato del PSOE, previa defenestración del secretario general– se avenga al acuerdo en julio, sobre todo si ha de escoger entre ser el vicepresidente de Iglesias o de Rajoy. El caso de Ciudadanos es algo parecido. Ansioso de poder jugar el papel para el que fue aupado por el IBEX35 y Prisa, el sueño de Rivera es ser el barniz de “lo nuevo” venido desde la derecha.
Un escenario no muy distinto al que dejó el 20D. Y es que los números de votos parecen que no se moverán demasiado respecto a diciembre. La única variación significativa viene en el reparto de escaños. La confluencia entre Podemos e IU tiene altas probabilidades de provocar el ansiado sorpasso al PSOE en diputados y convertirse en la segunda fuerza. Las expectativas que despierta la candidatura Unidos Podemos han permitido una renovación de las ilusiones en el nuevo reformismo, a pesar de que su proyecto en estos meses no ha dejado de girar a la derecha, tanto en programa como en su manifiesta voluntad de lograr un acuerdo con el PSOE, como quedó más claro que el agua en el debate a cuatro del 13J.
Este panorama muestra que estamos en un momento en que el Régimen del 78 se encuentra tocado, pero no hundido, busca urgentemente una salida “por arriba” antes de que el fin de los efectos de la ilusión en lo electoral y la nueva tanda de ataques que demanda la Troika -que está contemplada en todos los programas, incluido el recorte de 36.000 millones de la memoria económica de Podemos- puedan reabrir la crisis “por abajo”.
Entre 2011 y 2012 este peligro estuvo inscrito en la situación. La juventud abrió la espita de un proceso de movilizaciones que conjugaban importantes demandas sociales contra los efectos de la crisis y las políticas de ajustes y reivindicaciones democráticas contra el Régimen, la Corona o por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades. La burocracia sindical trabajó abnegadamente para abortar la posibilidad de que dicho proceso se transformara en un ciclo de luchas a la griega, con una intervención central de la clase trabajadora.
Sobre esa desactivación de lo social pudo asentarse una ilusión en la vía electoral como instrumento de resolución de las reivindicaciones planteadas en la calle. Podemos y su ascenso fue un subproducto de este desvío de la calle. Por ello al comienzo tenía que plantear, aunque fuera de un modo parcial, muchas de sus demandas más progresivas, como la de abrir un proceso constituyente, el derecho a decidir de los catalanes unilateralmente, la restructuración de la deuda y el no pago de la considerada “ilegítima” o la nacionalización de algunos sectores estratégicos.
Sin embargo, desde su emergencia en las europeas de 2014 hasta hoy, este “humus” de desmovilización social ha germinado y con ello el nuevo reformismo se ha ido deshaciendo de este legado original. Así, a pocos días de unas nuevas elecciones, hoy Podemos plantea el pago de toda la deuda -renegociando sólo la parte correspondiente al rescate bancario, un 6% del total-, supedita el referéndum catalán a las Cortes Generales y ha abandonado cualquier propuesta de nacionalización y, por supuesto, el proceso constituyente.
Su propuesta hoy sólo puede calificarse de “ilusión devaluada”. Se trata de un gobierno de coalición con el PSOE, uno de los dos partidos del “no nos representan”, hoy convertido en “socio preferente”, con un programa económico neokeynesiano que toma como ejemplo la política económica de Barack Obama o Matteo Renzi.
Es decir, un programa de tibias reformas sociales, absoluto respeto a los intereses de los grandes capitalistas -véanse sus palabras tranquilizadoras en el Cercle d´Econòmia de Sitges– y que sobre el Régimen del 78 sólo propone algunas medidas básicas de regeneración democrática.
Si el pacto PSOE-Cs fue calificado por Iñigo Errejón como una “restauración conservadora”, la propuesta de Podemos, para desarrollar desde un gobierno PSOE-Podemos, no puede más que catalogarse de “restauración progresista”. La Constitución, la Corona, los derechos de propiedad de las grandes multinacionales y oligarquías españolas, la Constitución, todas las anquilosadas instituciones del Régimen sobreviven en él. Su proyecto aspira a darle una nueva pátina de legitimidad desde la cual poder seguir aplicando políticas que entren dentro de “lo posible”.
Este posibilismo, revestido de pragmatismo en las declaraciones de muchos dirigentes de Podemos, es el mismo que hemos visto este año en los llamados “Ayuntamientos del cambio”. La paralización de los desahucios y el problema de la vivienda se han topado con el respeto a los derechos de propiedad de los grandes especuladores; las (re)municipalizaciones y la lucha contra la precariedad prometida, con el respeto a los contratos firmados; la puesta en marcha de planes de emergencia social que cubran las necesidades básicas, con el pago de la deuda municipal.
En otra escala, es lo mismo que hemos visto en Grecia con el gobierno de Syriza. Hoy Tsipras es quien aplica el memorándum y se encuentra a la cabeza nada menos que de las deportaciones masivas de los refugiados a Turquía.
Tanto Tsipras, Iglesias o Garzón, como Carmena, Colau o Santisteve, comparten dos cuestiones fundamentales que explican sus incumplimientos. En primer lugar, no están dispuestos a tocar y enfrentarse con los intereses de los grandes capitalistas, ni a romper con las reaccionarias instituciones del régimen heleno, español o la UE. Y, en segundo lugar, conciben la movilización social en su nueva etapa “institucional” como un problema, tal y como hemos visto a la alcaldesa de Barcelona enfrentarse a la huelga de TMB o perseguir a los “manteros”, o a Tsipras desalojar con los antidisturbios campamentos de refugiados y enfrentarse a los huelguistas en las calles de Atenas.
Desde Clase contra Clase consideramos por tanto que en estas elecciones no habrá una candidatura con un proyecto que se proponga defender las principales demandas democráticas y sociales que la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares vienen planteando en las calles desde 2011. Por ello no llamamos a votar a Unidos Podemos ni a ninguna otra candidatura y nos pronunciamos por la abstención o el voto nulo. En las provincias de Málaga, Granada y Almería, llamamos a votar a las listas presentadas por IZAR, organización con la que impulsamos en común la iniciativa No Hay Tiempo Que Perder y cuyo programa ha sido la base de sus candidaturas.
Las elecciones, y las posiciones institucionales que se puedan conquistar participando en ellas, pueden ser un instrumento para poder explicar un programa de independencia de clase, anticapitalista y revolucionario, que sirva para avanzar en la organización y la construcción de una alternativa al nuevo reformismo. Una alternativa que debe buscar el eje en la lucha de clases, la única vía realista para dar respuesta a los grandes problemas sociales y democráticos de los trabajadores, las mujeres y la juventud. En ningún caso creemos que por medio de las negociaciones parlamentarias o de alguna de las instituciones del podrido Régimen del 78 se pueda conseguir ningún cambio profundo y duradero a favor de la clase trabajadora y los sectores populares.
Es necesario levantar un programa que retome la lucha por ruptura con el Régimen del ‘78. Que defienda el derecho de autodeterminación y la pelea por éste con independencia política de las burguesías periféricas y sin supeditarlo al “permiso” de las Cortes o la Corona. Que se proponga acabar con la Monarquía y el resto de instituciones del régimen heredero de Franco y que desenmascare todos los intentos de restauración del mismo que, por izquierda o por derecha, se propondrán de nuevo después del 26J.
Un programa que defienda el no pago de la deuda, la nacionalización de todo el sistema financiero bajo el control de los y las trabajadoras y grandes impuestos sobre las principales fortunas, la única manera de garantizar necesidades básicas como el acceso a una vivienda digna, unos servicios públicos de calidad o rebajar la edad de jubilación a los 60 años. Que defienda la pelea por salarios que partan de un SMI de 1200 euros y el fin de todas las formas de precariedad impuestas por el PSOE y el PP con sus reformas laborales, que empezaron mucho antes que 2010. Que se proponga luchar por el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial y la expropiación bajo control obrero de todas las empresas que cierren o despidan.
Un programa internacionalista, que no se plantee la negociación con la Troika y la UE, sino la lucha contra la Europa del capital y la pelea por los Estados Unidos Socialistas de Europa. Que luche por la salida de la OTAN y las bases norteamericanas en el Estado español, la retirada de todas las tropas españolas en el extranjero y por la nacionalización de todas las multinacionales españolas para la devolución de los recursos que expolian a sus respectivos países. Que levante también demandas fundamentales contra la Europa fortaleza y las políticas racistas de extranjería, como la apertura de fronteras, la derogación de las leyes de extranjería y el cierre de los CIEs.
Un programa así no va a ser aceptado por ninguno de los posibles gobiernos que salgan de las urnas el próximo 26J. Para conquistarlas será necesario impulsar la lucha de clases, con la clase trabajadora al frente, en la perspectiva de luchar por un gobierno de trabajadores, que expropie al capital y permita desarrollar una planificación racional y democrática de la economía en beneficio de las mayorías obreras y populares.
Somos conscientes de que esta perspectiva no es aun compartida por los millones que tienen ilusiones en Unidos Podemos y la vía electoral para resolver los grandes problemas sociales y democráticos. Sin embargo, nos dirigimos fraternalmente a ellos para decirles que no se conformen con la “ilusión devaluada” a la que quieren limitarse Iglesias y Garzón, ni con un gobierno a la “valenciana” junto a los social-liberales del PSOE. Les decimos que, si a lo que aspiran es a conquistar una democracia más generosa, que se propongan conquistar al menos la máxima institución democrática posible dentro de una democracia capitalista, abrir procesos constituyentes en los que poder discutir y resolver todo, sin límite alguno, para dar una salida a los graves problemas sociales y las demandas democráticas pendientes.
Sea cual sea el resultado, el 27J nos dirán que empieza una “Segunda Transición”. Desde Clase contra Clase decimos que, ante el peligro de un nuevo “pacto por arriba” que lo deje todo “atado y bien atado” de nuevo, tenemos que hacer como en Francia, donde la clase trabajadora, las mujeres y la juventud paralizan las fábricas, las empresas y las carreteras, y enfrentan en las calles la nueva Reforma Laboral y la represión del gobierno del “socialista” Hollande.
Sólo una gran movilización permitirá imponer procesos constituyentes verdaderamente libres y soberanos en todo el Estado y las nacionalidades, en la perspectiva de conquistar mediante la lucha de clases un gobierno de los trabajadores y el pueblo.