Tan solo durante 2013 unas 45.000 personas arriesgaron sus vidas para llegar por mar a Italia y Malta. Se estima que en 20 años más de 20.000 inmigrantes murieron cruzando el Mediterráneo. La Unión Europea respondió a esta crisis del capitalismo contemporáneo con una sola receta: controles, represión y xenofobia. Los “muros de la vergüenza” atraviesan el mundo actual.
¿Cruzarías el mar en un bote inflable?
En el último año se vivieron tragedias migratorias en Lampedusa (octubre de 2013), Ceuta (febrero 2014), en las costas de Libia (22 de agosto) y la costa de Malta (10 de septiembre).
En Lampedusa murieron más de 300 hombres, mujeres y niños, consecuencia de dos naufragios en la costa italiana. Los sucesos de Lampedusa provocaron una conmoción mundial, con las imágenes de cientos de cuerpos flotando en el mar.
El 6 de febrero de 2014, 200 hombres jóvenes nadaron mar adentro para intentar alcanzar la costa de Ceuta. Fue entonces cuando la Guardia Civil comenzó a disparar con material antidisturbios a las personas que se encontraban exhaustas en el agua, tratando de mantenerse a flote mientras una lancha les impedía el paso.
El resultado trágico fueron 15 muertos. Otras 23 personas fueron devueltas a Marruecos “en caliente”, de manera complemente ilegal, violando todas las leyes internacionales como el Principio de No Devolución establecido en la Convención de Ginebra de 1951 y las leyes migratorias españolas y europeas.
A fines de agosto naufragó una barcaza con 300 personas a bordo en las costas de Libia, donde se recuperaron al menos 150 cadáveres.
Y en una tragedia sin proporciones, 700 personas perdieron la vida en el Mediterráneo en tan sólo 3 días del mes de septiembre.
El aumento de los flujos migratorios a través del Mediterráneo tiene una relación directa con la crisis que se vive en los países de África Subsahariana, norte de África y Medio Oriente. Una crisis que en muchos casos se agudiza por la intervención económica, política y/o militar de Estados Unidos y Europa, como en Siria o Libia.
Muros y vallas
La política de los países más ricos ha sido aumentar los blindajes de las fronteras, las dificultades para llegar y para quedarse.
En los últimos años los países europeos han construido nuevas vallas y muros en las fronteras para impedir el paso de los migrantes, a su vez que han endurecido las leyes de extranjería.
En diciembre de 2013, se implementó Eurosur. Según un comunicado del Parlamento europeo, “esta red de comunicación permitirá a los Estados miembros estar mejor equipados para prevenir, detectar y combatir la inmigración ilegal, pero también para reaccionar más rápidamente y salvar las vidas de los inmigrantes en peligro, especialmente en el Mediterráneo.”
Los planes como Frontex y el blindaje de las fronteras, sin embargo, no han logrado frenar el flujo migratorio. Lo que han conseguido es desviarlo hacia otras rutas. Al hacerlo, han aumentado las condiciones de precariedad y el riesgo para los migrantes que intentan cruzar, volviéndose completamente dependientes de las redes mafiosas de tráfico de personas.
Por ejemplo, el endurecimiento de la frontera entre Grecia y Turquía, ha provocado un desvío de la ruta migratoria hacia la frontera de Bulgaria, donde las solicitudes de asilo se quintuplicaron en un año (2013). Ante esta situación, Bulgaria también comenzó a fortificar su frontera, con la construcción de una valla de 30 kilómetros y la colocación de 1500 agentes especiales. Según ACNUR las personas que solicitan asilo en ese país se encuentran con un trato degradante y maltratos de todo tipo, sin asistencia jurídica ni traductores, además de detenciones en los bosques y deportaciones.
Paradojas de un mundo amurallado
En noviembre de este año se conmemoran 25 años de la caída del muro de Berlín. Cuando se cumplieron 20 años, los líderes europeos festejaron lo que llamaron una “fiesta de la libertad”. Pero la realidad es que Europa está más amurallada que nunca, para impedir o dificultar la llegada de extranjeros en situaciones de extrema pobreza, crisis o hambrunas.
El mundo actual está atravesado por muros de la “vergüenza”; el que separa Estados Unidos de México, los muros levantados por Israel contra los palestinos y Egipto, el muro que separa la India y Bangladesh, las vallas que separan los enclaves españoles de Ceuta y Melilla de Marruecos, el muro de Grecia en la frontera Turca. Además de los “muros invisibles” que levantan las leyes de migración más restrictivas.
Mientras que en los últimos 30 años se abolieron casi todas las “fronteras” para el capital financiero y las multinacionales, estas se fortalecieron para impedir el paso, controlar y expulsar a las personas de los países más pobres.
Si comparamos algunos datos económicos se demuestra que la desigualdad social en el mundo capitalista actual se ha agravado en las últimas décadas. Mientras Francia tiene un PBI per cápita de 35.404 dólares, Senegal alcanza tan sólo 1.072. Mientras Suecia roza los 42.383 dólares per cápita, la República Democrática del Congo obtiene un mísero 454.
Los muros, como dice en el libro “El negocio de la xenofobia” la escritora Claire Rodier, tienen un doble objetivo. Impedir o dificultar la entrada, por supuesto. Pero también designar como “enemigo”, “clandestino”, “delincuente” o “terrorista” a todos los que han logrado traspasar las fronteras o quieren hacerlo.
Quedan así en una situación de incertidumbre permanente, viviendo bajo la amenaza de la deportación, mientras se ven obligados a aceptar los peores empleos en negro, si tienen la “suerte” de encontrarlos. El muro “disciplina” a los de “afuera” pero también a los de “adentro”.
En un próximo artículo analizamos otros mecanismos de control y coerción, fronteras adentro de los países ricos.