A instancias del Departamento de Justicia de Estados Unidos, el 27 de mayo fueron detenidos altos dirigentes de la FIFA acusados de haber transformado la federación internacional del fútbol en una organización para la corrupción sistemática.
Para el FBI y otras agencias norteamericanas la investigación sobre sobornos, lavado de dinero y otros delitos financieros recién comienza.
Catar, uno de los involucrados, no es solo sospechoso de haber comprado con millones de dólares su lugar como sede de la copa del mundo para 2022. Bajo la mirada condescendiente del presidente de la FIFA, la justicia norteamericana y los sponsors, el emirato más rico del Golfo esclaviza trabajadores inmigrantes que desde hace años construyen los estadios y las obras de infraestructura millonarias para la copa del mundo.
En 2013, la Confederación Sindical Internacional estimaba que antes de que rodara la primera pelota en Catar, habrían muerto 4.000 trabajadores inmigrantes. Esta estimación era producto de la investigación que la organización llevaba adelante desde 2011 en el sector de la construcción relacionado con los trabajos preparativos para la copa del mundo de 2022.
Según esa misma investigación, la tasa anual de mortalidad entre los trabajadores de la construcción podía elevarse a 600 si Catar no adoptaba medidas mínimas contra la explotación extrema y las paupérrimas condiciones de vida de la mano de obra migrante. Esto ya causó la muerte de 1.420 trabajadores de Nepal, India y Bangladesh en menos de cuatro años.
Haciendo proyecciones, por cada partido que se juegue en el mundial 2022 habrán muerto 62 trabajadores.
La denuncia sobre las muertes de trabajadores fue investigada también por el diario británico The Guardian, Amnistía Internacional y otras ONG contra el trabajo esclavo.
En una serie de notas publicadas durante 2013 y 2014, The Guardian daba a conocer resultados espeluznantes de esas investigaciones:
En casi todas las empresas constructoras, los trabajadores dormían hasta 12 en una misma habitación. Algunos denunciaron que eran obligados a trabajar durante 12 horas sin recibir ningún pago y se veían obligados a mendigar para comer.
En su gran mayoría los trabajadores nepaleses no habían recibido pago durante meses. Sus salarios eran retenidos por las patronales y por los contratistas para evitar que se marcharan.
Trabajadores de otros países, entre ellos la India, denunciaron que sus empleados les retuvieron sus pasaportes y documentos de identidad, transformándolos en ilegales.
Otros trabajadores denunciaron que se les negó permiso para tomar agua mientras trabajaban en el desierto.
Catar tiene la tasa más alta en el mundo de trabajadores inmigrantes en relación con la población local. Se calcula que un 90% de su fuerza de trabajo está compuesta por trabajadores extranjeros provenientes de países más pobres, sobre todo de Asia. En total podrían llegar a ser entre 1,5 y 1,8 millones, empleados en la construcción de estadios, caminos, puertos, hoteles y sofisticados complejos de ingeniería, como la ciudad-isla de Lusail, donde se jugaría el partido inaugural.
El caso de Nepal es particularmente aberrante. Un 40% de estos trabajadores inmigrantes son originarios de ese país asiático. Según las autoridades nepalesas, entre enero y mediados de noviembre de 2014 murieron 157 trabajadores de esa nacionalidad en Catar, la mayoría de ataques cardíacos y accidentes laborales.
La cadena de explotación tiene en un extremo a los tratantes de trabajo esclavo en las villas más pobres de Nepal (uno de los países más pobres del mundo) y en el otro a los gobernantes y empresarios cataríes.
Es sabido que los países del Consejo de Cooperación del Golfo emplean mayormente mano de obra inmigrante bajo un sistema de patrocinio empresarial (kafala). Según esta estructura legal, el trabajador extranjero necesita ser patrocinado por un ciudadano o empresa local para obtener su visa y no pueden cambiar de empleo ni dejar el país sin el permiso de la compañía que los patrocina. Esto significa que su estancia legal depende de su empleador, dejándolo absolutamente al arbitrio de la patronal que dicta las condiciones de trabajo y el salario sin que el trabajador pueda siquiera renunciar. A esto se suma la retención de documentación legal lo que reduce a estos trabajadores a la servidumbre.
Catar no es un excepción. La fuerza de trabajo inmigrante (más de 20 millones en todo el mundo) es altamente vulnerable, obligada a trabajar para pagar las deudas a sus “contratistas”, en condiciones de absoluta ilegalidad y de abuso extremos.
A poco más de cuatro años de haber sido seleccionada como sede de la Copa del Mundo 2022, y a pesar del escándalo producido por la denuncia, el emirato solo hizo algunos cambios cosméticos, manteniendo la estructura fundamental de contratación de mano de obra extranjera. Como era de esperar, la exhibición por parte del gobierno de Catar de estas reformas, como la construcción de una “ciudad obrera”, fueron suficientes para dar por satisfechas a las autoridades de la FIFA. En diciembre de 2014, Sepp Blatter dio por clausurado el tema, asegurándole a Catar que nada le quitaría la localía para el mundial 2022.
Evidentemente, hay un mundo de distancia entre las condiciones de esclavitud moderna y el multimillonario negocio del fútbol y el deporte profesional.