Hace unos días se realizó el primer encuentro de Ganemos CCOO. Más de 200 delegados y afiliados nos reunimos para debatir en torno a tres grandes cuestiones: cómo recuperar la principal central sindical del Estado español, qué tipo de sindicato necesitamos los trabajadores y qué programa obrero debemos levantar para que la crisis la paguen los capitalistas. Fue un auspicioso primer paso que da testimonio de que el cuestionamiento a los pilares del Régimen del ‘78 no deja ninguno a salvo: le empieza a llegar la hora a la burocracia sindical.
Como tuve oportunidad de explicar en mi intervención durante el Encuentro, la dirección de CCOO, por entonces hegemonizada por el PCE (Partido Comunista Español), fue un agente clave de la Transición y la consolidación del Régimen del ‘78. Sin ellos hubiera sido imposible detener el ascenso obrero desatado en enero de 1976, bloquear experiencias de coordinación obrera y evitar que los cientos de huelgas de empresa, sector o comarca se transformaran en una gran huelga general que tumbase la Dictadura y abriera una verdadera situación revolucionaria. La política de los dirigentes de CCOO y el PCE permitió desactivar la calle y que se instalara una democracia continuadora de la Dictadura, que dejaba irresueltas las grandes demandas democráticas y hacía paganos a los trabajadores de la crisis de los 70 y todas las que vinieron después.
Hoy la dirección de esta central, junto con la de la UGT, son dos pilares claves que explican por qué, a pesar de la profunda crisis política que atraviesan todas las instituciones y la durísima crisis económica, el Régimen lograr mantenerse y muchos de sus viejos agentes, como el PSOE, y otros nuevos como PODEMOS, ya maniobran para evitar una caída, a cambio de alguna reforma constitucional o restauración democrática. Ellos están logrando mantienen el nivel de respuesta obrera muy por debajo del nivel de ataques que se están sufriendo.
Por lo tanto, “defenestrar” a esta burocracia sindical es una tarea fundamental tanto para evitar que los trabajadores sigamos pagando la crisis -liberándonos de un corsé que nos impide luchar-, como para que el movimiento obrero pueda salir a la escena política, intervenir en la crisis del Régimen tomando el conjunto de las demandas democráticas y sociales que se vienen expresando en la calle. Se trata de evitar que el Régimen del ‘78 consiga una restauración gatopardista como la que alcanzó la Dictadura en 1978.
Sobre cómo derrotar a la burocracia sindical hubo una idea que fue repetida por muchas las intervenciones. Es una tarea que está ligada a que se desarrollen y alcancen la victoria de las luchas obreras que cada día se dan más “a pesar de la burocracia sindical”. Todo agrupamiento progresivo en los grandes sindicatos debe convertirse en una fuerza militante que ponga en pie una forma radicalmente distinta de luchar y que rodee de solidaridad las luchas. Los ejemplos de las luchas de Panrico y Coca-Cola, que estuvieron presentes en el encuentro, son grandes muestras de qué es lo que una corriente anti-burocrática y combativa debe hacer: pelear por la coordinación, la asamblea, por comités de huelga o lucha electos y revocables, por poner en pie cajas de resistencia, políticas de confluencia con otros sectores sociales en lucha… Para ello, el mundo no acaba en CCOO, sino que debemos buscar el mayor frente único con los sectores del movimiento obrero que compartan esta perspectiva, estén en la central sindical que estén o no estén sindicados.
El cómo va ligado al qué tipo de sindicato necesitamos. Se discutió mucho sobre cuál sería el modelo organizativo por el que pelear, y en este tema es donde en mi opinión hay todavía que dar una vuelta de tuerca. El aparato sindical está tan corrompido e integrado al Estado burgués, que se ha convertido en una estructura inútil para la lucha de clases. Se trata no sólo de cambiar la dirección en un congreso extraordinario, sino de imponer un proceso refundacional en el que todos los niveles de dirección queden en discusión, pero sobre todo la estructura sindical, renunciando a la dependencia financiera del Estado, al ejército de liberados sindicales, a los mandatos sin límite en el tiempo, cuestionando el régimen de representatividad legal impuesto en la Transición. Como planteó un trabajador de Panrico, hay ya ejemplo de sindicatos recuperados por los trabajadores, como el SOECN argentino, cuyos estatutos son un buen ejemplo de una estructura pensaba para la lucha, donde por ejemplo los dirigentes acabado el mandato no se re-eligen eternamente, sino que están obligados a volver a la línea de trabajo.
Pero además, hay una idea fundamental que es clave para pensar tanto en el cómo como en el qué sindicato. La tasa de sindicalización en el Estado español es de las más bajas de Europa, uno de cada diez. Y esto es aún más grave entre los sectores más explotados de la clase trabajadora: la juventud, las mujeres y los inmigrantes. La burocracia sindical ni organiza ni defiende a estos sectores. Es más, muchas veces ha sido agente directo de ataques contra sus condiciones de vida, que “intercambiaban” para “poner a salvo” conquistas y puestos de trabajo de sectores con mejores condiciones. Esta división es tan nefasta para el conjunto de la clase obrera, como beneficiosa para la burocracia. Un proyecto que se proponga barrer a los burócratas, debe poner el acento en la defensa y organización de estos sectores, promover que sean parte y pesen en las organizaciones sindicales, que entre una savia nueva menos respetuosa con las viejas direcciones, que impacte por izquierda a los sectores de la clase trabajadora con más tradición y conquistas y que tenga por delante mucho más que ganar y casi nada que perder. Sin la entrada en escena de jóvenes, mujeres e inmigrantes, barrer con años de conservadurismo y pasividad cultivados por la burocracia sindical será una tarea imposible.
Por último sobre qué programa obrero debemos levantar, hubo varias intervenciones que defendieron la inclusión de algunas consignas transicionales, como la lucha por la nacionalización bajo control obrero de las empresas que cierren o despidan. Creo que esta demanda, junto con la pelea por el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial, la renacionalización de las empresas privatizadas, los servicios públicos externalizados y las grandes empresas estratégicas bajo el control de sus trabajadores, o la nacionalización de la banca bajo el control de los trabajadores, deben ser parte central de un programa obrero alternativo al del “mal menor” de la burocracia sindical. Queremos sindicatos para luchar por una salida obrera a la crisis, y eso es imposible hacerlo si no es peleando porque la crisis la paguen los capitalistas.
Lograr que el movimiento obrero defienda un programa de este tipo, junto a que tome el resto de demandas democráticas y sociales que se vienen expresando desde el 15M en adelante, es una reto capital en la lucha para evitar que la hegemonía de la indignación social siga recayendo en fenómenos neo-reformistas como PODEMOS que ya ha pasado de un abstracto “Sí, se puede” a un concreto “No podemos jubilarnos a los 60”, “No podemos acabar con el desempleo en 4 años”, “No podemos dejar de pagar la deuda”… por su negativa a tocar los intereses de los grandes capitalistas.
La tarea de ganar CCOO debemos pensarla desde un ángulo político-estratégico, más allá de una visión sindical. Es un paso fundamental en el camino de dar una salida obrera a la crisis del Régimen del ‘78. Desde esta perspectiva creo que cabe examinarse el verdadero papel que tuvieron los dirigentes sindicales fundadores de las CCOO, como su entonces Secretario General Marcelino Camacho, que son reivindicados como “modelo” por el grupo promotor de Ganemos CCOO. Cuando el aparato sindical dejó hasta de defender las mínimas conquistas económicas de los trabajadores en etapas de estabilidad política, adoptaron posiciones muy críticas con la dirección. Sin embargo, esto se hacía sin renunciar a un pasado reciente en el que ellos mismos habían actuado como “bomberos sociales” durante los convulsos años de la Transición. De lo que se trata hoy, no es solamente de recuperar unas CCOO que defiendan nuestras conquistas económicas como se planteó Camacho en los ‘90, sino que además deberían servir como catalizador para que los trabajadores intervengamos para evitar una “segunda Transición”, contra lo que combatió Camacho en los ‘70.
La recuperación de las organizaciones obreras es una tarea estratégica para pelear por una salida de los trabajadores a la crisis del Régimen. Para poder imponer sobre sus ruinas un verdadero proceso constituyente en el que poder discutir y resolver todas las grandes demandas obreras y populares, en la perspectiva de que no gobiernen más los representantes directos de los capitalistas, ni tampoco una “izquierda” que presenta programas respetuosos con sus derechos de propiedad, sino los mismos trabajadores.