En el vaivén de esta segunda etapa de negociaciones Podemos es apenas una sombra al margen de las negociaciones y de la crisis del Régimen «por arriba».

Pasó el 26J y pasaron las urnas. Pasaron las encuestas y pasó el «sorpasso». Tras los comicios las formaciones políticas, con el vencedor Partido Popular a la cabeza, se pusieron manos a la obra en las cuestiones de la «real politik».

Pactos, intereses, gobernabilidad… pragmatismo. Y es aquí, la última casilla del juego a la que apostó Podemos, en la cual se encuentra sin sitio. Obviamente las raíces de esta situación son más profundas que las que podemos ver flotar en la superficialidad de la «política real».

En este artículo pretendemos abordar esas cuestiones de fondo entrelazando, como no podía ser de otra manera, la estrategia y táctica que la emergente formación neoreformista levantó para «asaltar los cielos».

Crónica de una estrategia fallida

Es innegable, más allá de luego entrar en las limitaciones y consideraciones oportunas del fenómeno, que Podemos contó en sus orígenes con las demandas y el hastío que las calles gritaron a la «casta» el 15M.

El sector académico «de la Complutense» junto a la formación política (hoy ya disuelta) Anticapitalistas, pusieron en marcha un aparato con el que buscaron capitalizar electoralmente el descontento que se expresaba en la lucha social dada los años anteriores.

En su primer «manifiesto», ya de por sí limitado, se encontraban consignas como la reforma constituyente, el referéndum catalán, la reestructuración de la deuda o el fin de las políticas de austeridad.

La limitación estratégica desde el comienzo, que no ha tardado en verse (si bien contábamos con el ejemplo del país heleno), es que jamás estuvo en mente de los líderes de Podemos, Pablo Iglesias, Errejón y, en sus inicios, Monedero, poner en marcha las fuerzas sociales necesarias que pudieran impulsar y sostener la lucha por la consecución de esas demandas.

La estrategia gradualista y pacifista de Podemos no contempla en ningún momento el choque de intereses entre clases sociales.

La formación morada dibujó a la clase media y clases populares un Estado capitalista que podía ser humanizado. Un Estado huérfano de contenido de clase, un Estado que según quién lo gobernara podría articular unas políticas u otras.

Esta teorización del Estado se demostró, nuevamente, errónea desde sus cimientos hasta el tejado. Las expectativas electorales acercaron cada vez más a Podemos y su dirección a las esferas de poder. Y fue en este punto donde la dirección de Podemos se vio obligada, mediante diferentes mecanismos, a limar las aristas «más de izquierda» de su programa, buscando contentar al establishment y dar una imagen de «partido de Estado».

Las alusiones, y no precisamente críticas, a la Corona, a la Iglesia o a los grandes capitalistas, se hicieron norma. En contra de lo que predicaban y siguen predicando, la práctica ha demostrado que el Estado no es una «cáscara vacía» si no que su carácter de clase capitalista, lo convierte en un monstruo de innumerable tentáculos que tan solo puede ser destruido, nunca reformado.

¿Qué táctica para que cambio?

Viendo que el cuestionamiento de las bases del Estado capitalista es inexistente y que la crítica a su casta se queda en lo meramente formal, queda observar que táctica se ha desarrollado para qué cambio.

Obviamente la estrategia gradualista de Podemos pasaba por ir quemando etapas en la política burguesa, que tienen su termómetro en las elecciones. De forma acelerada y mediante éstas, esperarían ir ganando votos, alcanzar algunas posiciones, cada vez más destacables en las instituciones burguesas, ganar peso en las Cortes, hasta finalmente poder, mediante pactos o en solitario, «asaltar los cielos» y humanizar el Estado capitalista.

Para este camino utópico, Podemos se movió entre la renuncia en el plano político, y los debates televisivos, en el plano del marketing.

Sin ningún tipo de inserción real en la clase trabajadora (luchas obreras o sindicatos) y con un abandono cada vez mayor de las luchas de los sectores sociales (las mareas), la formación de Iglesias y compañía se lo jugó todo a ganar share televisivo.

Se configuraba como un partido más del circo político, alejado de las demandas que aún se sostenían en la calle a la par que limaba su programa y recorría un camino a derecha en un tiempo record.

Una ausencia esperada

Esa estrategia fallida y su táctica se encuentran hoy en el peor escenario. Tras la debacle del pasado 26J el cuestionamiento a la hipótesis de Podemos es absoluta. Además se encuentra ahora mismo en un punto de la partida donde ninguna carta de la baraja le favorece.

El Régimen del 78 ha demostrado ser una «cáscara llena» de capitalistas, franquistas, políticos corruptos y banqueros que, si bien no han solucionado la crisis política, si han conseguido contener las ilusiones políticas de cambio.

Además, en esta etapa de negociaciones el terreno de juego lo configura la derecha y lo juega en el terreno institucional. ¿Cómo atacar esos pactos de derechas, cómo confrontar incluso antes de que se conforme, un nuevo gobierno del PP, cómo luchar en la calle lo que lo que la institución te niega, si precisamente tu estrategia era desactivar la calle para que te abrieran las puertas de «palacio»?

Es por esto (en parte) que se explica parte de la debacle electoral de Unidos Podemos y su actual rol «fantasmagórico» en la crisis de gobernabilidad del Régimen.

Iglesias y Errejón no están decepcionados por llegar a este punto en el cuál la movilización está desactivada y todo «se cocina por arriba». El contratiempo para la dirección de Podemos es haber llegado en tan mala posición.

 

Publicado por Ivan Borvba

Iván Borvba | @Ivan_Borvba :: Barcelona

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