No está claro aún si desencadenará un movimiento de resistencia activo y persistente, como las dos intifadas de 1988 y 2000, aunque con características diferentes. Pero ya parece evidente que el conflicto israelí-palestino está entrando en una nueva etapa.
La secuencia de la escalada actual comenzó con la muerte de cuatro israelíes en dos ataques separados de palestinos durante el fin de semana pasado, atribuidos a Hamas y Jihad Islámica.
El gobierno de Israel respondió estrenando las nuevas medidas de seguridad aprobadas a mediados de septiembre. La “guerra contra los tira piedras” del primer ministro Netanyahu contempla el uso de balas de plomo para reprimir protestas y penas de cuatro años de prisión para quienes arrojen piedras, la marca de origen de la rebelión palestina contra la ocupación.
Netanyahu prohibió la entrada de palestinos a la Ciudad Vieja, ordenó un bombardeo limitado en Gaza, arrestó a cinco palestinos acusados de pertenecer a una célula de Hamas y de haber perpetrado uno de los ataques, y ordenó la demolición inmediata de las casas de las familias de dos supuestos “terroristas”, un castigo “ejemplar” aplicado por cualquier estado colonial.
Teniendo en cuenta que la política del gobierno de Netanyahu se reduce a aplastar al pueblo palestino, probablemente la represión estatal aún no haya alcanzado su techo.
A esto se le suman los ataques de los colonos que tienen blancos diversos, desde casas y olivos hasta ambulancias y hospitales. Uno de los más escalofriantes fue el incendio de una casa en Duma, en el centro de la Franja Occidental, el que murieron tres miembros de una familia, incluyendo un bebé de 18 meses.
Los colonos ejercen una presión tanto desde las calles –sin ir más lejos el lunes se movilizaron a la residencia de Netanyahu en Jerusalén para exigir la expansión de los asentamientos- como desde la propia coalición de gobierno, donde tienen una fuerte representación.
La dura respuesta del gobierno israelí produjo una oleada de movilizaciones en proximidades de campamentos de refugiados, puestos de control y asentamientos de colonos, protagonizadas fundamentalmente por jóvenes. La represión dejó un saldo de al menos dos adolescentes palestinos y cientos de heridos, varios de ellos por disparos de balas de plomo.
A pesar de que el presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas, mantiene el acuerdo de cooperación en temas de seguridad con las fuerzas armadas israelíes, y que la misma policía palestina actuó para contener las movilizaciones, Netanyahu lo acusa de ser el instigador de la violencia.
La pregunta casi obligada es si estamos en los inicios de un nuevo levantamiento palestino, una tercera intifada, con epicentro de la Franja Occidental y Jerusalén. Desde hace meses, quizás más de un año, este es tema de discusión en los principales medios. También en las oficinas de los servicios de inteligencia sionistas y del gobierno palestino.
Si bien la intensidad y el nivel de violencia y masividad todavía parece estar lejos de los levantamientos precedentes (¿es lícito esperar una repetición en los mismos términos?) hay una montaña de pasto seco y muchas chispas para iniciar el incendio.
Según una encuesta realizada en Gaza y Cisjordania entre el 17 y el 19 de septiembre por el Palestinian Centre for Policy and Survey Research, la popularidad del presidente palestino está por el piso, tanto como la expectativa en una salida negociada. Algunas cifras indican la dimensión del descontento.
65% quiere que el presidente Abbas renuncie. Si las elecciones fueran ahora, Ismail Haniyeh, el exprimer ministro de Hamas se impodría sobre Abbas.
Dos tercios cree que la Autoridad Palestina no hace lo suficiente para proteger a las ciudades palestinas del terrorismo de los colonos y que se ofrecerían de voluntarios para una guardia civil que custodie esas áreas.
Ante la inviabilidad de cualquier proceso de paz, el 57% apoya el retorno a una intifada armada. El 51% se opone a la salida de dos estados. Y un 42% cree que la forma más efectiva de establecer un estado palestino (incluso al lado del estado de Israel) es mediante acciones armadas, contra solo un 29% que elige el camino de la negociación.
Varios factores explican la caída en la popularidad de Abbas y de Fatah, y la pérdida de legitimidad de la Autoridad Palestina, empezando porque el propio Abbas asumió la presidencia como un peón de la política de Israel y de Estados Unidos. Las declaraciones de Abbas ante las Naciones Unidas sobre el fin del compromiso del lado palestino con el proceso de Oslo son extemporáneas (el proceso de Oslo está bien enterrado hace años) y absolutamente ineficaces para recomponer algo de su credibilidad, lo mismo que sus amenazas de abandonar la cooperación de seguridad con el estado de Israel. Además de corrupción escandalosa de la AP en el marco de un deterioro significativo de las condiciones de vida de la mayoría de los palestinos, principalmente en la Franja de Gaza bajo sitio israelí.
Pero quizás es equivocado esperar una reedición de las “intifadas”. Los enfrentamientos en la Franja Occidental y Jerusalén están mostrando cómo la nueva configuración geográfica de los territorios palestinos y la debilidad política de las direcciones tradicionales del movimiento nacional palestino, están influyendo en el carácter de la resistencia.
La expansión de los asentamientos de colonos cambió la configuración. Las ciudades palestinas están más fragmentadas y aisladas por muros, vallas, puestos de control, bases militares y caminos exclusivos para colonos. Desde el punto de vista político, no solo pesa la ruptura entre la OLP y Hamas, y el peso de las organizaciones más radicalizadas, sino también la mayor autonomía de líderes locales.
La proximidad con los colonos, la política de “judaización” de Jerusalén en el marco de un gobierno hegemonizado por la extrema derecha sionista, hacen casi cotidianos los enfrentamientos, ya no solo en escenarios de movilizaciones masivas, sino incluso protagonizados por grupos de jóvenes o incluso individuos. Esto hace que cualquier incidente tenga el potencial de encender la mecha.
Puede ser que esta vez entre la represión de Netayanhu y la colaboración de Abbas se logre contener. Pero la situación es la de una olla a presión a punto de ebullición.
Estas son malas noticias también para Estados Unidos, el principal aliado del estado de Israel, aunque Obama y Netanyahu estén en un modo de colisión con el acuerdo con Irán como el punto más alto de tensión, que ha llevado a Netanytahu a diversificar sus alianzas de ocasión. Incluso su acercamiento a Rusia para evitar un choque innecesario en territorio sirio, en particular en las Alturas del Golán.
Por si fuera poco, la crisis en Siria, la persistencia del Estado Islámico, la intervención militar de Rusia, el deterioro de las condiciones militares en Afganistán, la intensificación del conflicto palestino-israelí agrega un condimento picante al caos político del Medio Oriente.