La aceptación del PSOE como socio preferente por parte de Podemos abre el peligroso camino a la regeneración de una “izquierda” del Régimen. La lucha contra una Transición gatopardista, por un proceso constituyente y por una izquierda anticapitalista y de clase, tres tareas ligadas y urgente.

Izquierda

Foto: EFE

El movimiento de los indignados irrumpió en mayo de 2011 abriendo una crisis de régimen que no ha hecho sino agravarse en estos casi cinco años. Junto a la emergencia de la cuestión catalana un año y medio más tarde, el otro elemento de mayor dinamismo de la misma fue la llamada “crisis de representación”.

Las dos principales herramientas políticas del Régimen del 78 perdían aceleradamente su legitimidad: los dos partidos que venían alternándose en el poder en las últimas tres décadas. Lo que Tariq Ali ha llamado el “extremo centro”. Un bloque formado por un partido conservador -en este caso heredero orgánico de la clase política franquista- y otro de centro-izquierda -un PSOE devenido en social-liberal desde los gobiernos de Felipe González-.

El “no nos representan” del 15M se coreaba a la vez que el “PSOE y PP, la misma mierda es”. Dos consignas que sintetizaban un malestar extendido y profundo con los partidos que habían gobernado descaradamente para los grandes capitalistas, rescatado a la banca al inicio de la crisis, permitido que ésta se descargara en forma de desempleo de masas y aplicando los peores ajustes desde el restablecimiento de la democracia. Todo acompañado por un reguero de casos de corrupción y otras muestras de nepotismo que ilustraban como se les pagaban los “servicios prestados”.

La pata “izquierda” del Régimen del 78 fue la que primero y de una forma más profunda lo sufrió. El PP resistió al principio, pero los cuatro años de gobierno Rajoy y lo escandaloso de su cartera de corrupción, lo han hundido también.

Este hundimiento del “centro” tuvo el 20D dos expresiones electorales. En el lado derecho del tablero podemos decir que “todo queda en casa”. En otras palabras, lo que perdió el PP lo retuvo Cs, un nuevo partido de la derecha liberal aupado por el establisment y algunos grandes medios de comunicación. En el lado izquierdo hemos visto la emergencia con fuerza de Podemos y sus confluencias que, sumando el millón de votos que conservó IU-UP, superaron al partido de Pedro Sánchez.

El resultado expresó por lo tanto una corriente de izquierdización importante y masiva. Más allá del “giro al centro” en el programa y el discurso, el voto a Podemos e IU-UP expresó electoralmente el rechazo a la casta bipartidista y a las políticas que descargan el peso de la crisis sobre los sectores populares. Con más o menos ilusiones, estos seis millones de votos tienen la expectativa de que este “terremoto electoral” -o una “réplica” mayor en pocos meses- podría abrir el camino para desfondar el Régimen del 78 y sus diversos agente.

La semana pasada Iglesias, rodeado de sus principales colaboradores, lanzaba -en contra de lo dicho y repetido en la campaña electoral- la propuesta de un gobierno en común con el PSOE e IU.

Algunos han visto en este gesto un órdago destinado a dejar al PSOE como responsable de evitar un “gobierno del cambio”, dado que las condiciones planteadas (sobre todo en el reparto de ministerios) y las propias resistencias de buena parte de la dirigencia socialista (como quedó claro ayer). De esta manera Podemos podría lograr el sorpaso al PSOE en el “segundo round” de unas anticipadas, o incluso más adelante si al final se consuma una gran coalición con el PP por activa o por pasiva. Otros entienden, siguiendo las propias palabras de Iglesias, que la presencia de Podemos en el gobierno forzaría al PSOE a aplicar políticas opuestas por el vértice a lo que han hecho los gobiernos de González o Zapatero.

En mi opinión ni una ni otra hipótesis abren un horizonte en el que las grandes demandas sociales y democráticas que vienen expresándose desde 2011 por millones. Ambas vías buscan establecer un nuevo “compromiso histórico”, un concepto hijo del estalinismo italiano de posguerra -y retomado por el PCE en la Transición española- que defiende un pacto con las élites del régimen en crisis para llevar adelante una restauración del Estado estable y duradera. En ese proceso se pueden favorecer cambios políticos y sociales, pero con un techo muy bajo. Lo esencial es reconstruir la legitimidad de los gobernantes para seguir gobernando.

En caso del Estado español este techo quedó fijado en 1978 y los dirigentes de Podemos ya han dejado claro que no lo cuestionarán: Corona, unidad territorial -pues incluso su propuesta de referéndum para Catalunya no pasa de un carácter consultivo- y continuidad del aparato del Estado. Es decir, de todas las “castas”, las que Podemos ya no nombra -la política- y las que nunca nombró -sindical, judicial, policial, universitaria…-. A este “techo” hay que añadir en lo social las líneas rojas que se proponen respetar, como el pago de la deuda o el cumplimiento de los “compromisos” con la Troika.

Es bastante difícil que la nueva Transición por la que apuestan Iglesias y Errejón logre ser tan “exitosa” como la del 78, en cuanto a su perdurabilidad y aplazamiento por casi cuatro décadas de las grandes demandas que motorizaron la lucha contra la dictadura. Pero si algo pueden conseguir, aunque sea por un tiempo, es el cierre -en falso- de la crisis de representación por izquierda.

Con la asunción del PSOE como socio preferente y natural, Podemos ha recuperado la dicotomía derecha-izquierda de la que tanto renegó desde su nacimiento. No porque ahora apele a recuperar la identidad, el ideario y la tradición de la izquierda entendida como las organizaciones políticas y sociales de la clase trabajadora. La recupera en el sentido que se rechazaba con el “no nos representan” del 15M, en aquello que tenía de totalmente rechazable desde un punto de vista de izquierda. Devolviéndole la legitimidad perdida a un partido de “izquierdas” que defiende las mismas políticas en lo esencial que la “derecha”. Lo necesario ahora, nos dicen, es la unión con la “izquierda” del Régimen (los gatos blancos del cuento de ratones que le gustaba explicar a Iglesias) para evitar un gobierno de la “derecha” (los gatos negros).

Pero incluso si este acercamiento no es más que un astuto farol para acabar de hundir al PSOE, como plantean muchos pragmáticos defensores de las maniobras de Iglesias, el “sorpaso” a los social-liberales para forjar un nuevo “compromiso histórico” con sus restos, el PP, Cs y la Corona, a la vez que se respetan las líneas rojas de la Troika, no es sino una refundación de una nueva “izquierda” de régimen. Quizá de otro régimen, o no, pero una “izquierda” dispuesta a sustituir en la alternancia al decrépito PSOE.

Un ejemplo de esta vía lo estamos viendo en Grecia. El hundimiento del PASOK y la emergencia de Syriza fueron los elementos más dinámicos de la crisis de representación del régimen heleno. Hoy el partido de Tsipras ha heredado la hegemonía de la “izquierda” del tablero, pero para aplicar las mismas políticas que aprobaban antes en el parlamento los diputados del PASOK y Nueva Democracia.

Que la crisis de la “izquierda” del régimen no se cierre con una sobrevida del PSOE o un relevo de éste por otro proyecto reformista, es una condición imprescindible para que la crisis del Régimen del 78 no se cierre con una nueva Transición gatopardista. Para conjurar este peligro real es indispensable reactivar la movilización social con la clase trabajadora al frente, levantando las demandas democráticas y sociales que se pretenden encajonar en las negociaciones de palacio, y retomando la lucha por imponer un proceso constituyente verdaderamente libre y soberano, en el que podamos discutir y cambiarlo todo, desde la forma de Estado, hasta el derecho de autodeterminación, desde la propiedad de las grandes empresas hasta las medidas necesarias para resolver los problemas de paro, miseria o vivienda.

En esa perspectiva, es preciso construir una alternativa política al nuevo reformismo, avanzar en el agrupamiento de la izquierda anticapitalista, los activistas sociales y del movimiento obrero que no se resignan a ser los convidados de piedra del “cambio” por arriba, la juventud que quiere conquistar su futuro y no ser víctima de un nuevo “desencanto”… detrás de un programa anticapitalista y de clase, que dialogue y emplace a los que todavía tienen ilusiones en la vía de reforma institucional que propone Podemos pero están dispuestos a retomar la movilización social. Iniciativas como el Encuentro No Hay Tiempo Que Perder, que se volverá a reunir en Madrid el próximo 2 de abril, serán sin duda jalones necesarios en este camino.

Publicado por Santiago Lupe

Santiago Lupe | @SantiagoLupeBCN :: Barcelona

Dejar un comentario