El éxito de la restauración capitalista en China reposa en la fortaleza de la burocracia del Partido Comunista. El daño más importante de los últimos acontecimientos bursátiles y cambiarios es haber dañado la confianza en ella, su activo más preciado.
Después de gastar unos 200.000 millones de dólares comprando acciones para frenar la caída de precios en las últimas siete semanas, Pekín capituló ante las fuerzas del mercado ayer, eligiendo no intervenir cuando el Índice Compuesto de Shanghái cayó un 8,5 %. Es la mayor caída en este verano que se está convirtiendo en una pesadilla para los inversores en renta variable en el gigante asiático. De hecho, es la mayor caída desde julio de 2007.
Medidas de intervención sin precedentes para revivir el mercado accionario
Como escribimos en su momento, las Bolsas chinas sufrieron en junio/principios de julio su peor caída en décadas. Anteriormente, de noviembre a junio, los mercados experimentaron una euforia alcista durante la cual los dos principales índices bursátiles chinos llegaron a revalorizarse casi un 150%. El mes pasado, los inversores entraron en una espiral de ventas que provocó que los índices perdieran en menos de un mes un tercio de su valor y se evaporaran 2,9 billones de euros en capitalización bursátil, una cifra que supera el PBI del Reino Unido. La mitad de las compañías que cotizaban en las bolsas chinas de Shanghái y Shenzhen suspendieron la negociación de los títulos para evitar que las pérdidas fueran mayores.
El Gobierno decidió entonces lanzar un programa de medidas sin precedentes para sostener el mercado, entre las cuales un enorme programa de compra de acciones gracias a una línea de crédito del banco central, una rebaja de los tipos de interés, la suspensión de nuevas salidas a Bolsa o la prohibición a los grandes accionistas de las empresas cotizadas de vender sus títulos en los próximos seis meses. Hasta se inició una investigación policial contra la «venta corta maliciosa», sin que por ahora se haya informado de detenciones.
La intervención gubernamental, que aún sigue en pie, calmó a los inversores, frenó la sangría y logró que muchas de las empresas volvieran a cotizar. Desde entonces y en solamente dos semanas, los parqués de Shanghái y Shenzhen se revalorizaron un 15,5% y un 21% respectivamente hasta la jornada de ayer.
Pekín pierde la batalla: el lunes negro y los límites del poder de intervención de la burocracia
Los líderes de Pekín parecen haber decidido tardíamente que es demasiado caro y en última instancia inútil luchar contra las caídas de su mercado accionario, especialmente cuando el gobierno está interviniendo por separado en una escala masiva para evitar que su moneda se devalúe aún más.
Desde que el Banco Popular de China devaluó su moneda e introdujo un nuevo tipo mecanismo de fijación del cambio el 11 de agosto, ha tenido que gastar unos 200.000 millones de dólares de las reservas de divisas del país para evitar que el yuan caiga más de lo deseado, de acuerdo a fuentes conocedoras del banco central y sus intervenciones en el mercado. Eso era más de lo que la institución había gastado en los últimos dos años para mantener su moneda en el rango deseado frente al dólar. La realidad es que después de haber gastado más de 400.000 millones de dólares en el mercado cambiario y accionario, su situación es peor que cuando inició estos movimientos. Una mezcla de exceso de confianza y no haber anticipado la enorme reacción que iba a generar la devaluación del yuan en un mercado mundial que se viene estrechando aceleradamente y teme como la peste una devaluación masiva de la moneda china, que de producirse podría ser el tiro de gracia a la ya crítica situación económica de los otrora llamados “países emergentes”. Es cierto que China tiene las mayores reservas de divisas del mundo, con 3,65 billones de dólares a fines de julio, pero ahora se está comiendo esas reservas casi al mismo ritmo que les acumulaba en el pasado.
Reflejando el nerviosismo, dudas y posibles divisiones en el círculo dirigente sobre los pasos a seguir después del batacazo de hoy, a último momento del lunes, la Comisión Reguladora del Mercado de Valores de China (CRMV) ha salido confirmar la continuidad de las medidas de apoyo que diseñó Pekín para sostener las cotizaciones.
La imagen de Pekín dañada cuando debe afrontar una crisis de transición
Durante años, Pekín construyó una reputación como administrador competente de la economía. ¿Quién más en el mundo podía presumir de 30 años de crecimiento ininterrumpido de dos dígitos y la transformación de un país atrasado en una potencia industrial? Esta autoconfianza se multiplicó después de la crisis mundial de 2007/8, los líderes chinos creían que su modelo estatista podría triunfar sobre el sistema de libre mercado anglosajón. Sin embargo, la derrota en el mercado de acciones casi ha destrozado su ilusión. Es que su manejo inepto del rally bursátil y la caída subsecuente han empañado seriamente su imagen. Aunque la caída en el mercado de acciones tendrá un impacto limitado en la economía, ya ha quedado dañado uno de los activos más valiosos de Pekín: su credibilidad. El hecho de que el principal motor de búsqueda chino Baidu está censurando los resultados de búsquedas relacionadas con la crisis bursátil, es una muestra patética.
Estratégicamente, esta es la desventaja más grande que la burocracia china podía esperar frente al periodo más difícil en que entra: una crisis de transición sin paralelos desde que Deng Xiaoping lanzó el giro pro capitalista a fines de la década de 1970. La necesidad de lograr un fuerte reequilibro de su economía, exageradamente capital-intensiva, a un modelo más basado en el consumo interno y los servicios sin que se produzca en el ínterin una brutal caída del PBI, es casi como lograr la cuadratura del círculo. Algunos especialistas desdramatizan los acontecimientos actuales diciendo que por un lado es positiva la corrección en la inversión inmobiliaria ya que China sufría una burbuja inmobiliaria como Irlanda o el Estado español antes de que sus mercados colapsaran. A la vez, apuntan que lejos de una fuerte recesión, China está en un círculo virtuoso ahora del sector servicios, después de una década de relativo estancamiento, que estaría creciendo más rápido que el PBI a la vez que generando empleos, ya que este sector es más intensivo en fuerza de trabajo que la industria. Pero la realidad es que el tamaño de la sobreacumulación ha sido tan grande que es prácticamente imposible a los otros sectores llenar el vacío que se está creando. Su peregrina idea está basada en la ingenua suposición de que el gobierno chino está siempre en el control de la situación y que nunca lo perderá. Lo más grave es que muchos marxistas incluso creen esto. El hecho de que la burocracia china desde que comenzó las reformas pro capitalistas no haya sufrido la misma suerte que la burocracia estalinista de Moscú a fines de la década de 1980, o que haya evitado las duras caídas de sus vecinos durante la crisis asiática de 1997/8 o más tarde se haya recuperado rápidamente de la Gran Recesión de 2007/8 no implica que siempre va a ser ese el caso. La realidad es que todos los ejemplos históricos de semejante sobreacumulación apuntan a un grave desafío de las bases de su poder.
Ya sea desde lo económico, ya sea desde lo ambiental como muestra la catástrofe industrial de Tianjin, cuyas secuelas están lejos de resolverse, el dominio de Pekín va a ser puesto en cuestión. Un punto central será el cómo manejar el desempleo, una cuestión políticamente más sensible que el PBI.
Uno de los indicadores más difícilmente creíbles de China es que, pase lo que pase, el desempleo se encuentra siempre en torno al 4 %. La realidad es que el desempleo podría aumentar rápidamente si las exportaciones siguen cayendo y si se resiente aún más la producción industrial. La China de hoy es más urbana pero no cuenta con garantías para dar cobertura social si las cosas se ponen especialmente feas además de las dificultades para encontrar un trabajo adecuado para 7 millones de graduados al año. En este marco es de prever grandes agitaciones sociales. Una cosa es cierta: después de los “treinta gloriosos” chinos, las próximas tres décadas no serán iguales a las anteriores.