Con una cuota de pantalla de mínimos históricos, el Rey irrumpió de nuevo en los hogares para lanzar un mensaje de respaldo al proyecto de restauración conservadora del PP, el PSOE y Cs.
La irrupción del Rey en los hogares, a pesar de que es retransmitida al mismo tiempo por los principales canales de radio y televisión, contó este año con una cuota de pantalla históricamente baja. Un 57,6% frente a un 73,4% de hace dos años, cuando el nuevo monarca se estrenó en esta costumbre navideña heredada por su padre del Generalísimo. Un síntoma de que a pesar de los esfuerzos de la Casa Real por represtigiar a la institución, que incluyeron hasta la abdicación de Juan Carlos I en 2014, esto está aún lejos de consolidarse y su suerte sigue atada a la del mismo régimen político del 78 que la restauró.
Es posible que muchos decidieran mantener los aparatos apagados o en alguno de los canales no generalistas que no retransmiten el mensaje. En el caso de Catalunya, por primera vez la televisión pública catalana decidió no emitirlo en su canal principal. Y es que, como era previsible, hubo pocas novedades en las palabras del Rey. Aunque eso no quita que el contenido del mensaje tenga importancia suficiente. Marca cual es la posición y maniobras, aunque en la sombra, del arbitro del régimen.
El discurso de nochebuena del Rey Felipe VI ha venido a confirmar el mensaje ya trasladado en la inauguración de la legislatura: la Corona viene a confirmar el intento de restauración conservadora encarnado en el gobierno de gran coalición de facto del PP, PSOE y Cs. No es casualidad que hayan sido estos tres grandes partidos prácticamente los únicos en saludar las palabras del Monarca.
Se arrancó reproduciendo el discurso económico del gobierno de Rajoy, todo un espaldarazo a la principal justificación conservadora de su releción: la crisis ha sido muy dura, los españoles la han aguantado estóicamente -por lo que quien tiene un “salario” anual de 187.000 euros y una asignación presupuestaria para la Casa Real de 8 millones nos felicitó- y ahora estamos ya en una recuperación que pronto nos devolverá el bienestar perdido. Como era de esperar habló de la crisis como un hecho sobrevenido y que no podía tener otra resolución que ésta, ni una palabra de quienes se han enrriquecido, ni si quiera una mención a la corrupción.
Este 24 de diciembre vimos al Borbón más auténtico, el que alaba los sacrificios de sus “súbditos” y hace como si los grandes de España -ahora no tanto nobles, sino accionistas mayoritarios y consejeros delegados del IBEX35- que él encabeza no intervinieran en la ecuación sobre quién paga la crisis capitalista.
Esta “lección de economía” de la resignación fue la base de un discurso hueco sobre “lo que nos une” y otras grandezas del espíritu patriótico. Un cúmulo de citas, que bien se podrían recopilar haciendo corta y pega de los discursos se su padre de otros años, que parecía que no iban a ninguna parte, pero entre las que quiso colar tres mensajes claves. Como toda figura bonapartista en tiempos de relativa estabilidad -real o no, esta parece que es su percepcción de la coyuntura tras resolverse la crisis de gobierno- lo que piensa y quiere decir el “bienamado” líder nunca debe ser explícito, sino que viene entre líneas.
El primero fue para volver a saludar la solución de orden alcanzada el pasado mes de octubre tras el golpe de mano en el PSOE. Felipe VI volvió a saludar la resolución de la crisis de gobierno encontrada entre el PP, el PSOE y Cs, que dejaba atrás una “compleja situación política” y permitía la recuperación de la “serenidad” “tranquilidad” perdidas. Pero esta gran coalición que se expresó en la votación de investidura deber mantenerse en el tiempo en las cuestiones claves, ese es el mensaje “oculto” en sus palabras dedicadas al “diálogo y el entendimiento entre los grupos políticos” que “permita preservar e impulsar los consensos básicos para el mejor funcionamiento de nuestra sociedad”.
El segundo – y al que más tiempo, insistencia y primeros planos con semblante serio quiso dedicar – fue para lanzar una seria advertencia. Señalo, en clara alusión a la hoja de ruta del “proces” de convocar un referéndum en septiembre, que “vulnerar las normas que garantizan nuestra democracia y libertad solo lleva, primero, a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada y, luego, al empobrecimiento moral y material de la sociedad” e insistió en su ya repetido mensaje de apostar por “una convivencia democrática basada en el respeto a la ley, en una voluntad decidida y leal de construir y no destruir”. Es decir, en ceñir toda expresión de la voluntad popular a los límites marcados por la Constitución del 78, la misma que niega toda soberanía para ejercer el derecho a decidir a los catalanes y el resto de nacionalidades.
Ya por último, y como de reaccionaria “propina”, soltó una referencia dedicada por partes iguales al llamado “populismo”, es decir Podemos, y al movimiento por la recuperación de la memoria histórica. Como si estuviera hablando un tertuliano cualquiera de la COPE o 13TV, Felipe VI soltó un “son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. Seguramente, el representante de una institución que apoyó el golpe del 36, garantizó la herencia de la Jefatura del Estado franquista en Juan Carlos I e impulsó el sello de impunidad de los crímenes del Franquismo en la Transición, tiene razones más que suficientes para no “agitar viejos rencores”.
Las reacciones al discurso real, quitando a los partidos de la Corte -PP, PSOE y Cs-, han sido de las más críticas de los últimos años. Tanto los nacionalistas vascos como catalanes han salido a impugnar sobre todo aquellas partes dedicadas a la cuestión nacional. Por su parte, Podemos por medio de su secretario de organización Pablo Echenique, lo calificó de discurso dirigido sólo a una parte de los españoles. Hasta la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica anunció que presentaría una queja al Defensor del Pueblo. Lamentablemente, en esta democracia es lo máximo que pueden hacer, ya que el señor Felipe VI es jurídicamente inimputable de cualquier delito.
Un años más, poco más de 13 minutos han sido suficientes para sintetizar el reaccionario rol que juega esta institución caduca en el Estado español: árbitro de los partidos del Régimen y posibilitador de acuerdos tipo “búnker” como el que facilitó la investidura de Rajoy, garantía autoritaria de la unidad de España sobre los derechos democráticos de las nacionalidades, fiel heredera del Franquismo y garante de que esta democracia siga siendo lo que ya se demuestra a ojos de millones, la democracia del IBEX35. Razones suficientes para que la lucha contra la Corona, en el marco de la lucha por abrir un proceso constituyente realmente libre y soberano, sea parte de la agenda de la izquierda y los trabajadores, y no quede en la posición de “no prioritaria” en la que la colocaron los dirigentes de Podemos en las dos pasadas elecciones generales.