Las alianzas cambiantes y la superposición de múltiples conflictos (étnicos, religiosos, geopolíticos y sociales) que caracterizan la guerra civil en Siria parecen desafiar una premisa elemental de toda guerra, que empieza por la distinción “amigo-enemigo”. Basta con un breve repaso de los bandos enfrentados.
Por un lado, está el régimen despótico de Bashar al Assad, apoyado por Rusia, Irán, el Hezbollah libanés y milicias chiitas de Irak.
Por otro, los llamados “rebeldes” una colección de varias decenas de grupos –laicos, islamistas moderados y salafistas- que la mayoría de las veces compiten entre sí por el control territorial. Dentro de la oposición a Assad, las principales fuerzas son el Ejército Libre Sirio (apoyado inicialmente por Turquía y Estados Unidos), el Ejército de la Conquista (donde está el frente Al Nusra hasta hace poco filial de Al Qaeda, apoyado por Arabia Saudita y Qatar) y el Estado Islámico o ISIS que borró la frontera entre Irak y Siria y fundó un califato.
El tercer contendiente es la minoría kurda, dirigida mayoritariamente por el Partido Unión Democrática, ligado al Partido de Trabajadores del Kurdistán de Turquía. La posición de la minoría kurda es ambigua: fue duramente perseguida y oprimida bajo el régimen del partido Baaz. Pero en este conflicto, Bashar al Assad decidió resignar el control de Rojava (el Kurdistán sirio al norte del país en la frontera con Turquía) para concentrar sus fuerzas en combatir a los opositores árabes. Y los kurdos se concentraron en combatir a los agentes de Turquía y al Estado Islámico, ajustando sus alianzas tácticas a esos objetivos, lo que incluyó en varias oportunidades, la colaboración objetiva con el ejército sirio.
Desde agosto de 2014, el conflicto está sobredeterminado por la guerra contra el Estado Islámico dirigida por una coalición bajo mando de Estados Unidos, librada tanto en Irak como en Siria.
En los papeles, tanto Rusia, como Turquía combaten contra el EI, aunque en lados distintos de la guerra civil.
En la realidad, Rusia ha utilizado la “guerra contra el terrorismo” para fortalecer la posición del régimen de Assad, bombardeando a los opositores incluidos los grupos que apoya Estados Unidos.
Turquía ha mantenido una política de tolerancia hacia el EI porque le era funcional para su principal objetivo que es evitar que surja una entidad kurda autónoma en su frontera. Tras estos entrecruzamientos asoman conflictos estructurales: la guerra fría entre Irán y Arabia Saudita. Y la disputa estratégica entre Estados Unidos y Rusia.
Empate catastrófico
El resultado es un empantanamiento militar y diplomático. Assad no puede ganar la guerra pero logró sobrevivir, y gracias a la ayuda de Rusia e Irán se ha afirmado en Damasco y sus bastiones costeros, desde donde intenta avanzar sobre zonas bajo control de la oposición.
Quizás nada ilustre mejor esta situación que el “sitio gemelo” bajo el que se encuentra Alepo, una ciudad con valor estratégico y simbólico, que en gran medida puede determinar el resultado de la guerra civil.
Aunque se incorporó tardíamente al levantamiento contra Assad, Alepo se transformó en uno de los centros de la oposición al régimen. Desde 2012, está dividida: el oeste está controlado por el gobierno, el este por opositores que incluyen fracciones rivales principalmente el Ejército Libre Sirio y el ex frente Al Nusra (el Estado Islámico tuvo una breve incursión aprovechando las divisiones de los “rebeldes” pero no pudo estabilizarse una zona de control). Para complicar aún más el panorama, las milicias kurdas de las Unidades de Protección Popular, bajo el paraguas de la Fuerzas Democráticas de Siria (el principal aliado de Estados Unidos) disputan el control de bolsones al norte de la ciudad, con el objetivo de darle unidad a las ciudades y cantones que forman el Kurdistán sirio.
En este complejo ajedrez, fue la coalición pro Assad la que decidió romper el empate catastrófico, aunque sin éxito. A fines de julio, el ejército sirio, apoyado por la aviación rusa y por milicias chiitas provenientes de Irán, Irak y el Líbano, lanzó una ofensiva militar sin precedentes, dejó aislado a los bastiones opositores de sus centros de reaprovisionamiento y puso bajo asedio a unos 300.000 civiles que quedaron atrapados en esta zona de guerra.
A principios de agosto los “rebeldes” anunciaron que habían roto el cerco oficial y habían logrado cerrar las vías de abastecimiento del ejército sirio. Según informes de la prensa internacional, la fuerza decisiva para lograr quebrar la ofensiva oficialista fue el llamado Frente para la Conquista del Levante (Jabhat Fatah al-Sham, ex Al Nusra, ex Al Qaeda) que se hizo ampliamente popular.
Una situación similar se está dando en Hasaka, al noreste del país, donde se ha roto elstatus quo entre las milicias kurdas y el ejército sirio que durante años se habían repartido el control de la ciudad. Por primera vez en el curso de la guerra el ejército sirio bombardeó posiciones kurdas. Este enfrentamiento es potencialmente peligroso porque puede incluso de manera accidental, involucrar a Estados Unidos y Rusia, lo que cambiaría el carácter de la guerra.
El probable ataque del Ejército Libre Sirio en la ciudad de Jarabulus, uno de los últimos bastiones del Estado Islámico en Siria, próximo a la frontera con Turquía, parece responder al doble objetivo de Erdogan: combatir al EI y limitar la expansión kurda, lo que muestra una vez más las contradicciones de las alianzas de Estados Unidos.
Alianzas cambiantes. La foto y la película
La guerra civil en Siria está anticipando transformaciones y realineamientos geopolíticos, que si bien aún son inestables, podrían tender a consolidar nuevas alianzas ante la debilidad del liderazgo norteamericano.
Descartada la intervención militar directa, a excepción de los bombardeos aéreos, la política del gobierno de Obama es buscar una salida diplomática. Eso es lo que ha intentado John Kerry con las fallidas cumbres de Ginebra y con los intentos de coordinar acciones militares con Rusia, a pesar de la oposición del Pentágono, lo que muestra la división al interior del propio gobierno del Partido Demócrata estadounidense. El problema que tiene esta solución para Estados Unidos es que Rusia, más por debilidad norteamericana que por fortaleza propia, tiene la llave de cualquier eventual negociación y considera que el tiempo y la prolongación del conflicto juegan a su favor. En síntesis, Estados Unidos no puede entregarle el triunfo a Putin pero tampoco tiene con qué disimular el hecho de que al haber primereado en la intervención militar, salvo que cambien mucho las condiciones, Rusia en cierta manera ya ganó.
Otro evento preocupante para Estados Unidos es la colaboración entre Rusia e Irán, que permitió que aviones rusos utilizaran una base militar en su territorio, algo inédito para un país extranjero desde la revolución de 1979, aunque en los últimos días Irán planteó que este apoyo no continuaría. El acercamiento entre estos dos países parece exceder el conflicto sirio. A mediados de agosto, se realizó en Baku un encuentro tripartito entre Rusia, Irán y Azerbaijan donde se volvió a discutir el desarrollo de un corredor comercial que una a los tres países. Además, si bien el Medio Oriente sus intereses son divergentes, y Rusia no está dispuesta a ser parte del enfrentamiento chiitas-sunitas alineada con Irán, sí aspiraría a incorporar a este país a la Organización de Cooperación de Shangai, un foro de países no occidentales que dirige junto con China.
Turquía, que fue el principal sostén de los opositores a Assad, ha decidido revisar su política en Siria que vista desde los resultados fue un fracaso: le dejó unos 2,5 millones de refugiados y le costó unos 20.000 millones de dólares. Algunos analistas comparan la posición de Turquía con la de Paquistán con respecto al conflicto en Afganistán. Con esto quieren decir que el Estado Islámico se ha transformado en un problema interno de Turquía y que ahora buscará hacerle pagar caro el abandono de la política de tolerancia. A esto responde la seguidilla de atentados terroristas en suelo turco.
Por ahora, el presidente Erdogan está fortalecido y está utilizando el golpe fallido para consolidar su giro hacia un régimen autoritario, liquidar a los opositores y someter a la minoría kurda. Según los medios locales su popularidad por haber derrotado a los golpistas trepó al 67%, lo que le da más plafón para seguir con la purga sin precedentes en el ejército, el estado, los medios y las universidades.
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En el plano externo, con su reacercamiento a Moscú y a Irán, Erdogan intenta superar la situación de aislamiento internacional en que había quedado el país, tras el incidente con el avión ruso de noviembre del año pasado.
Las relaciones entre Turquía y Estados Unidos están en un momento crítico. Erdogan cree que Estados Unidos está involucrado en alguna medida en el intento fallido de golpe de Estado del pasado 15 de julio, o al menos que dejó correr a Fethullah Gulen, el clérigo exiliado en Pensilvania acusado de ser el promotor del golpe militar. En vísperas de su viaje a Moscú ensayó una retórica con fuertes tonos antinorteamericanos. Tiene a su favor la demora de tres horas como mínimo que se tomó Estados Unidos para respaldarlo en la noche del golpe.
Sin embargo, está por verse si Erdogan será capaz de maniobrar entre Rusia y Estados Unidos o si quedará ahogado entre estos dos gigantes. Además, la purga tras el golpe está debilitando al ejército, que se puede encontrar sobreextendido si continúa con la tarea de combatir la resistencia kurda y frenar la amenaza del Estado Islámico. En principio, nada indica que esté revisando su alianza estratégica con Estados Unidos ni menos aún su pertenencia a la OTAN. La visita del vicepresidente norteamericano Joe Biden parece estar dirigida a recomponer lazos.
Las próximas elecciones norteamericanas agregan una importante cuota de incertidumbre. Es casi imposible imaginar cuál sería la política exterior de Donald Trump si llegara a ser electo, lo que parece muy poco probable. El hombre se ha dedicado a elogiar a Putin y a preguntar por qué no podría usar Estados Unidos su armamento nuclear para borrar del mapa al EI. Poco serio.
Si la próxima presidenta fuera Hillary Clinton, lo que es altamente probable, ya ha anunciado una política más intervencionista que la de Obama. No casualmente se la considera parte del ala de los halcones del establishment.
Las guerras civiles reaccionarias como la de Siria o Yemen, las intervenciones imperialistas, la restauración de regímenes dictatoriales como en Egipto, o el surgimiento de fenómenos aberrantes como el Estado Islámico, son producto de la derrota de los levantamientos de la primavera árabe, con excepción parcial del proceso en Túnez. Pero no son un problema del Medio Oriente. Sus consecuencias hace rato que se han instalado en el corazón de occidente, sobre todo en países con grandes comunidades de origen musulmán. La crisis de los refugiados en la Unión Europea, la sucesión de atentados terroristas atroces en Francia, Bélgica y otros países tienen importantes efectos en el mapa político, justificando giros autoritarios de los gobiernos, como el de Hollande en Francia frente a la imponente lucha contra la reforma laboral, o fortaleciendo variantes de la extrema derecha que manipulan los miedos de amplios sectores de la población a favor de sus políticas racistas y xenófobas.
Estos son síntomas de que estamos en nueva etapa de convulsiones sociales y políticas, en la que están inscriptos las salidas “cesaristas” burguesas, las guerras pero también las revoluciones.
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