El diktat impuesto a Grecia, la traición de Tsipras y la paradoja programática. Los absolutistas del contrato, el FMI, Estados Unidos y Syriza. Krugman, la Plataforma de Izquierda, el drama del euro y el drama del dracma.
La prepotencia alemana, el diktat impuesto a Grecia, la traición de Tsipras y su reconocimiento por la vía de los hechos de la paradoja programática con la que llegó al gobierno, trazaron grietas en todos los frentes. Tsipras había prometido permanecer en el euro, pagar la deuda y combatir la austeridad. En un santiamén, la realidad hizo trizas el espejismo. Traicionando el mandato popular, resolvió –con el voto mayoritario del Parlamento heleno- olvidar el asunto de la austeridad, abocarse al pago de la deuda, permaneciendo en la zona euro a costa de someter a Grecia a un verdadero pacto de coloniaje. Probablemente una nueva quimera –de no mediar una derrota-, aunque claro, sin promesa y sin ilusión. Syriza se había presentado con la ofrenda de tranquilizar a los trabajadores y al pueblo pobre de Grecia, mostrando que “otro capitalismo es posible”. La promesa se diluyó en el aire en cuestión de meses y no es poca cosa.
Absolutistas del contrato
La probabilidad de permanencia de Grecia en el euro –aún con el reciente voto favorable del parlamento alemán- es cómo mínimo dudosa y en el “mejor” de los casos, adoptará tintes crecientemente convulsivos. Un eventual Grexit, por su parte, plantearía una sucesión de dilemas con derivaciones inciertas. Ambas variantes, en la medida en que la primera es impensable sin una derrota de los trabajadores y el pueblo griego y en la medida en que podría, en última instancia, conducir a la segunda, amenazan poner al rojo vivo disyuntivas de alto voltaje tanto de orden económico, como geopolítico y político.
En el primer orden, la vulnerabilidad griega actúa sobre una economía mundial con alta propensión al estancamiento, baja inversión de capital, particularmente lento crecimiento de la productividad en los países centrales, una zona euro asolada por la deuda estatal –como contracara del rescate de los bancos privados-, bajo crecimiento y tendencias deflacionarias. China –contratendencia por antonomasia a la crisis iniciada en 2008- está mostrando un crecimiento debilitado, fuertes tensiones financieras y amenaza convertirse ya sea en un nuevo foco de inestabilidad mundial y/o en un riesgoso competidor por los espacios internacionales de acumulación.
Estados Unidos –que ostenta la mejor situación de todos los países avanzados- se enfrenta a la contradicción de mantener el crecimiento sosteniendo una burbuja de imprevisibles consecuencias o arriesgarse a elevar las tasas de interés con muy esperables efectos contractivos sobre la economía. A la vez, dichas tasas históricamente bajas, hacen imposible que en caso de catástrofe, Norteamérica pueda volver a echar mano al mismo recurso. Es uno de los motivos por los cuales la Fed podría intentar un aumento aún poniendo en riesgo la fortaleza relativa de la economía norteamericana.
Geopolíticamente, Grecia es un punto neurálgico. Frente a las costas de Libia, no sólo es puerta de entrada a Europa del conflicto ardiente de Medio Oriente, sino que una eventual salida de Grecia de la Eurozona podría impulsarla finalmente fuera de la Unión Europea y no está descartado que de la OTAN, arrojándola a los brazos de Rusia y ocasionalmente, de China.
Por último y en términos políticos los trabajadores y el pueblo griego votaron a Syriza y su programa lavado de Salónica, es cierto. Luego de 7 años de caída del PBI que se contrajo en un cuarto, con un 27% de desocupación, una contracción de los salarios reales superior al 20% desde 2011 (OIT), y tras 30 huelgas generales, optaron –con cierta precaución lógica frente al terror a la salida del euro- por la paradoja que ofrecía Tsipras. Pero esa paradoja –aún cuando en lo más mínimo se pretendía anticapitalista- incluía la promesa de acabar con la austeridad, elevando el salario mínimo, aliviando la carga fiscal de las rentas bajas y medias, prometiendo luz gratuita para más de 300.000 mil hogares, creando más de 300.000 puestos de trabajo, recontratando a todos los empleados públicos despedidos, revirtiendo privatizaciones, entre otras muchas medidas. Bien entendido el NO masivo –más fuerte que el voto a Syriza- al plan de austeridad de la Troika en el reciente plebiscito, exigía el cumplimiento de la promesa: permanecer en el euro y rechazar la austeridad. Pero el mandato popular resultó ferozmente traicionado como sucede corrientemente bajo el formato de las democracias burguesas. Tsipras rompió la paradoja y se entregó a los dictados de la Troika, pero los trabajadores y el pueblo griego no rompieron con la ilusión de la paradoja. Alemania, que sufrió una derrota política tras el masivo triunfo del NO griego, convirtió una derrota en triunfo imponiendo su línea a ultranza. Tsipras, por el contrario, transformó el triunfo del NO, en derrota, aceptando la imposición alemana. En cierto modo, Merkel –imponiendo- y Tsipras –aceptando- rinden homenaje a la –a decir verdad, incorrecta- frase de Keynes cuando en 1923 decía que “los absolutistas del contrato son los verdaderos padres de las revoluciones”.
Estados Unidos, el FMI y Syriza
Pero las cosas son aún más complejas. Los tres grupos de contrariedades esbozadas en el punto anterior –y en gran parte la antigua advertencia de Keynes- desvelan a Estados Unidos y su principal operador financiero, el FMI, que viene cumpliendo un rolsistemáticamente macabro. En un primer acto, el organismo dejó correr la presión de la Troika hasta que Tsipras resolvió la convocatoria al plebiscito. Luego, mientras la Unión Europea empujaba la caída de Tsipras -amenazando a la población griega con que un triunfo del NO significaría la salida del euro-, el FMI sacó a luz un documento previo en el que manifestaba que la deuda griega era impagable. Con esta acción, de hecho, avaló a Tsipras y otorgó cierta garantía al voto NO. En un segundo acto, el FMI dejó correr la imposición alemana y horas antes de la aprobación del acuerdo por parte del parlamento griego, reveló otro documento –también ocultado previamente- en el que aseguraba el carácter insostenible del plan impuesto a Tsipras, en ausencia de una reestructuración de deuda. El FMI puso de manifiesto que sólo participará de un acuerdo con Grecia si existe una propuesta seria de reestructuración. De este modo, el organismo -con Washington detrás-, actúa como un cierto sostén de Syriza en el poder, obligando a Tsipras a aceptar las exigencias más brutales y ubicándose luego como “policía bueno” con la exigencia de atemperar la brutalidad alemana y de la UE, buscando “suavizar el contrato”.
Pero las grietas no se manifiestan sólo en el frente imperialista. Revelando una nula influencia en las decisiones de gobierno, el Comité Central de Syriza emitió una declaración mayoritaria en contra del acuerdo. Luego, cinco de sus ministros encabezados por el de energía, Panyotis Lafazanis –líder de la Plataforma de Izquierda del partido- votaron negativamente en el parlamento. Fueron recientemente removidos de sus cargos, siguiendo el camino del renunciante y autodenominado “marxista errático”, Yanis Varoufakis. Tsipras a la vez, completando y reafirmando la zaga de derecha iniciada con la formación de gobierno, nombró nada menos que en el cargo de ministro de seguridad social a un actor cómico miembro del partido nacionalista xenófobo, Anel, integrante de la coalición gubernamental. Los miembros de la Plataforma de Izquierda de Syriza, aún luego de la expulsión de sus cargos y tras la represión a las manifestaciones contra el acuerdo llevadas a cabo por la policía de Syriza, continuaron dentro del partido. Se preparan para una eventual necesidad de recambio.
Progresía económica y Plataforma de Izquierda
El economista norteamericano Paul Krugman, en consonancia con Stiglitz y situándose como “ala izquierda” de Washington –un as en la manga ante el eventual desmadre de la situación, que obligaría o permitiría a Estados Unidos influir más abiertamente-, viene insistiendo en que la crisis griega no tiene solución en la medida en que el país “carece de soberanía monetaria”. Krugman afirma que “la única vía de escape a la pesadilla griega es salir del euro”. Se pregunta si la salida del euro funcionará “tan bien como la devaluación de Islandia en 2008-2009 o el abandono de la paridad entre el peso y el dólar en la Argentina”. Y aunque se responde que “Tal vez no”, insiste en que “incluso si Grecia recibe un alivio significativo de su deuda, abandonar el euro ofrece la única ruta de escape posible para su interminable pesadilla económica”.
En análoga sintonía, Yanis Varoufakis atacando fundamentalmente a Schauble y al eurogrupo y dejando una puerta abierta al FMI, a Hollande e incluso a Merkel, se entusiasma con que en el caso de “arreglar la situación y tener una salida del euro digna, el resultado podría ser otro.” Aunque adelantándose a la eventualidad, asegura que “para gestionar el desplome de una unión monetaria hace falta mucha pericia y no estoy seguro de que en Grecia la tengamos sin ayuda externa”. Varoufakis revela además su rechazada propuesta frente al cierre de los bancos que consistía en “emitir nuestros propios pagarés o anunciar la emisión de nuestra propia liquidez en euros, recortar los bonos griegos de 2012 que tenía el BCE o al menos anunciar nuestra intención de hacerlo, y hacernos con el control de Banco de Grecia.” Por su parte el renunciado Lafazanis, mientras afirma que “la izquierda” perdió “su credibilidad y se arriesga perder su propia alma”, señala que por ahora continuará en las filas de Syriza luchando por “defender los grandes principios y valores y la orientación antimemorando”. No obstante, el dirigente de la Plataforma de Izquierda, con una posición similar a la de Varoufakis, defendería actualmente una política de salida del euro y nacionalización de la banca. Pero, la salida del euro, ¿sería una solución para los trabajadores y el pueblo griego?
El drama del euro y el drama del dracma
En primer lugar y razonado en términos si se quiere “técnicos” o propiamente capitalistas, resulta imposible comparar a Grecia con Argentina y su salida de la convertibilidad tras la crisis del 2001 –y por eso se ataja Krugman, aunque sin mucho detalle-, ignorando las grandes diferencias que las separan. Por un lado, el crecimiento de la economía Argentina tras la devaluación comenzó en 2003, acompañando una fuerte recuperación de la economía mundial. Dicha recuperación se sostuvo en un hecho estructural de magnitud como fue la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio y en el desarrollo concomitante de la burbuja inmobiliaria con epicentro en Estados Unidos tras un abrupto descenso de la tasa de interés. El incremento récord de los precios de las materias primas que acompañó este proceso, favoreció claramente la posición internacional de Argentina como exportadora de materias primas y en particular de soja y productos derivados, que se potenció con la devaluación.
Por el contrario, la situación económica internacional actual se caracteriza por una firme tendencia de largo plazo al estancamiento que no logra revertirse mediante tasas de interés históricamente bajas, con debilitados índices de inversión y productividad. La economía griega no goza, por otra parte, de especiales ventajas comparativas. Su aparato productivo es débil, vive fundamentalmente del turismo y de los astilleros que subsistieron a la crisis y algunas industrias pesqueras, de oliva y algodón. A diferencia de la Argentina que aún bajo condiciones de convertibilidad mantuvo su moneda, Grecia perdió la soberanía monetaria. El proceso de salida del euro -que implicaría reconstruir un sistema monetario en el medio de una profunda crisis nacional- resultaría cualitativamente más traumático que en la Argentina.
Pero incluso si nos abstrajéramos de estas significativas diferencias, los ejemplos de Argentina e Islandia deben ser evaluados en sus efectos sobre los trabajadores y el pueblo pobre. En el caso de Argentina y bajo condiciones internacionales altamente favorables, la devaluación significó una profundización de la recesión y una caída del salario real cercana al 40%. Aún en el marco de la relación de fuerzas establecida por el hecho de que las masas habían volteado al gobierno al grito de “que se vayan todos”, recién cinco años después, esto es en 2007, el salario medio real recuperaba los deteriorados valores del 2001, el año del estallido. Islandia, por su parte, es el ejemplo preferido de Krugman. Ese pequeño país europeo que no pertenecía a la zona euro declaró –en el marco de un proceso de ascenso popular- el no pago de la deuda contraída por los bancos, tras dos referendos nacionales. Sin embargo, el derrotero capitalista de Islandia llevó a devaluar su moneda un 35% contra el euro, para recuperar “competitividad”. Como señala Krugman en su libro Acabad ya con esta crisis, contar con la ventaja de una propia moneda, les facilitó mucho el camino para recuperar la competitividad: se limitaron a dejar caer la corona y, sólo con eso, recortaron los sueldos en un 25% en relación con el euro. Krugman dice también, con pretendida picardía, que “los trabajadores son mucho más reacios a aceptar, digamos, que al final del mes les ingresen en su cuenta una cantidad un 5 por 100 inferior a la que recibían, que no a aceptar un ingreso inalterado, cuyo poder adquisitivo, sin embargo, se ve erosionado por la inflación”. Keynes denominaba ilusión monetaria a esta modalidad de rebajar los salarios, que defendía abiertamente contra los “absolutistas del contrato”…Las propuestas de devaluación con creación de moneda, incluso moneda alternativa como bonos, pagarés, dinero electrónico y otras modalidades por el estilo, tienen por objeto favorecer la competitividad que por supuesto es la de los dueños del capital, en base a la devaluación salarial. Y esto, aún cuando se acompañe de medidas más de “izquierda” como la restructuración o el no pago de la deuda e incluso la nacionalización de los bancos.
La Plataforma de Izquierda de Syriza no sacó ninguna conclusión de la derrota.
Debido al terror que le inspiran las masas movilizadas y a su enfermiza confianza en los organismos internacionales e instituciones del capital, muy probablemente esté preparándose para una nueva traición en caso de que la lucha de clases griega impida la consumación del pacto de coloniaje. No hay solución “técnica” al gran laboratorio político en el que se convirtió la pequeña Grecia. Corrigiendo a Keynes, es el propio capitalismo y no los “absolutistas del contrato”, el verdadero padre de la revolución. No hay salida favorable a los trabajadores y al pueblo pobre en tanto sus direcciones pretendan la pasivización de las masas y continúen postulándose como los redentores del capital. La salida requiere un programa integral de emergencia, decididamente anticapitalista, cuestión que por supuesto no impide sino que implica la exigencia de la más amplia solidaridad a movimientos reformistas de izquierda que como Podemos en España o Die Linke en Alemania, conservan la confianza de amplios sectores de masas. Para la implementación de este programa será condición necesaria la más amplia movilización no sólo de los trabajadores y el pueblo pobre de Grecia sino y, muy en especial, la de los pueblos de Europa y del mundo.