Este año se cumplen también 70 años de la Segunda Guerra Mundial. Su resultado definió el statu quo internacional que al día de hoy conserva rasgos centrales del sistema de Estados, al igual que varios de sus paradigmas económicos, históricos y políticos. Presentada como un enfrentamiento entre “democracia y fascismo”, en el terreno ideológico la versión oficial sobre la guerra sirve para fortalecer el dominio imperialista y excluir la revolución social como alternativa para las masas explotadas. Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX fue uno de los más importantes exponentes de este enfoque y por lo mismo un buen contrapunto respecto del legado del trotskismo.

Para abordar el análisis y el debate sobre uno de los hechos más decisivos de los últimos tiempos, Ediciones IPS-CEIP junto a la Museo Casa de León Trotsky de México publica el volumen 8 de las Obras escogidas de León Trotsky, con textos del gran revolucionario ruso sobre el tema. Trotsky y su corriente caracterizaron a la guerra como interimperialista signada por la revolución como uno de sus fenómenos más relevantes. Fueron los únicos que sostuvieron una posición independiente de ambos bandos imperialistas.

También publicamos El significado de la Segunda Guerra Mundial de Ernest Mandel cuyos derechos fueron cedidos generosamente por la editorial Fontamara. Mandel participó en la guerra siendo militante de la IV internacional, su libro da una visión cabal de la guerra, la preparación y objetivos de los distintos imperialismos y de la Unión Soviética (URSS), sus principales episodios y su resultado. En pocas páginas permite un estudio exhaustivo y corroborar las premisas para la guerra de los trotskistas en la guerra mundial misma que Mandel describe con brillante precisión.

 

La naturaleza de la Guerra Mundial: ¿por “la democracia” o imperialista?

Los vencedores de la guerra, el bando integrado por los imperialismos “democráticos” de Europa, EE. UU., las direcciones mayoritarias de la clase obrera –la socialdemocracia y los partidos comunistas– junto a la URSS marcaron la impronta de la historia oficial. En los libros dedicados a la guerra, el espíritu historiográfico es casi unánime: no solo había estado justificada para terminar con el fascismo sino que la democracia había triunfado, el mundo iba ser mejor. En su Historia del Siglo XX Eric Hobsbawm dice: “Para los vencedores, la Segunda Guerra Mundial no fue solo la lucha por la victoria militar sino, incluso en Gran Bretaña y Estados Unidos, para conseguir una sociedad mejor” [1]. Según Hobsbawm, y los que sostienen que la Segunda Guerra estuvo signada por el enfrentamiento entre “democracia” y fascismo, la única alternativa que tenían las masas era subordinarse al bando aliado ya que la guerra venidera, “Había de interpretarse no tanto como un enfrentamiento entre Estados, sino como una guerra civil ideológica internacional”. La causa de la guerra mundial que más esgrimen es que

 

Fue el ascenso de la Alemania de Hitler el factor que convirtió esas divisiones civiles nacionales [entre pro y anti fascistas] en una única guerra mundial, civil e internacional al mismo tiempo… en el que la Alemania de Hitler era una pieza esencial: la más implacable y decidida a destruir los valores e instituciones de la “civilización occidental” de la era de las revoluciones y la más capaz de hacer realidad su bárbaro designio [2].

 

Abandonando todo punto de vista de clase, el reconocido historiador que se consideraba marxista excluye la revolución social y su triunfo –aunque parezca paradójico– durante lo que consideró “el momento decisivo en la historia del siglo XX”: “desde la Revolución de Octubre, la política internacional ha de entenderse, con la excepción del período 1933-45, como la lucha secular de las fuerzas del viejo orden contra la revolución social…” [3].

Los trotskistas retoman la tradición marxista de la Primera Guerra Mundial, la del Partido Bolchevique y los primeros cuatro congresos de la III Internacional. Se basan en el carácter imperialista de la época y los fenómenos de guerra, crisis económica y revolución que desencadena [4]. En su decadencia y crisis, el capitalismo incuba la necesidad de los imperialismos más fuertes de disputar el mercado mundial. Por eso, la guerra imperialista es opuesta a los intereses del proletariado y de las naciones oprimidas, y reaccionaria en toda la línea. Debido al agotamiento y debilidad en los que caen los imperialismos, los sufrimientos inauditos de las masas en la guerra en la que no son sus intereses los que están en juego, la exacerbación in extremis de las contradicciones de clase de los momentos de “paz” favorece la puesta en consonancia de los factores objetivos (la decadencia y crisis capitalista) con los subjetivos (la irrupción revolucionaria de la clase obrera y su maduración política).

A fines de la década de 1920, León Trotsky fue uno de los primeros en anticipar la necesidad para el capitalismo de una nueva guerra mundial. La Primera Guerra Mundial dejó sin resolver una contradicción. Las potencias todavía hegemónicas, como Gran Bretaña y en menor medida Francia, mantenían su predominio internacional, pero su peso económico disminuía cada vez más. Por el contrario, seguía habiendo dos potencias emergentes a nivel económico, como Alemania y EE. UU., que para seguir desarrollándose necesitaban conquistar la hegemonía política mundial. Esta contradicción, tratado de Versalles mediante, no hizo más que agudizarse. También fue uno de los primeros pensadores de su época en analizar el fascismo como nuevo fenómeno político de masas pero alejado de toda visión psicológica o idealista:

 

La controversia sobre la personalidad de Hitler se hace tanto más aguda cuanto más se busca en él mismo el secreto de su triunfo. Entretanto, sería difícil encontrar otra figura política que sea, en la misma medida, el punto de convergencia de fuerzas históricas anónimas. No todo pequeñoburgués exasperado podía haberse convertido en Hitler, pero en cada pequeñoburgués exasperado hay una partícula de Hitler [5].

 

El enfrentamiento entre los Estados imperialistas no estaba determinado por criterios raciales o ideológicos, sino por los intereses económicos y políticos de las clases dominantes de cada uno de ellos. Si en tiempos de paz los regímenes y gobiernos se adecuaban, según el momento, a las necesidades impuestas por estos intereses económicos y políticos y su relación con el movimiento de masas, en la guerra esta tendencia se agudiza más. A quienes nuevamente intentaban engañar a las masas hablando de una guerra de regímenes burgueses entre “democracia vs. fascismo”, Trotsky les responde:

 

¿Nos olvidamos ya de que la actividad revolucionaria durante la última guerra consistió precisamente en denunciar la propaganda de los aliados, que hablaban en nombre de la democracia contra los junkers prusianos y los Hohenzollern? Reaparecen las viejas trampas para disimular los antagonismos interimperialistas detrás de falsos conflictos entre sistemas políticos. Por este camino se llega rápidamente a la idealización de la democracia francesa como tal, contraponiéndola a la Alemania de Hitler [6].

 

Para Trotsky solo la revolución en uno o más países avanzados podía frenar la guerra, oportunidad que la España revolucionaria y el proceso de ascenso obrero y radicalización francés dieron con creces pero fue traicionada por el Frente Popular. Cuando la guerra se tornó inevitable, convencidos de que engendraría la revolución, los trotskistas se prepararon no solo para resistir sino para vencer. Siguiendo a Carl von Clausewitz –como lo había hecho junto a Lenin, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht– concebía que la guerra es la continuación de la política por otros medios. A lo largo de la década de 1930, Trotsky escribió gran cantidad de artículos, documentos y manifiestos retomando esta tradición y actualizándola, habida cuenta de la existencia de la URSS, la propia experiencia de las masas en la Primera Guerra y las revoluciones coloniales que le siguieron.

Desde este nuevo volumen de las Obras Escogidas que publica una selección de sus trabajos más importantes, se ven las cuestiones sobre la estrategia y distintas tácticas según el carácter de clase y la posición dominante o subordinada de cada Estado a nivel internacional: sea entre Estados imperialistas –donde el proletariado de cada país debía enfrentar a su propia burguesía–; entre países imperialistas contra países coloniales o semicoloniales; de un país imperialista contra la URSS, que eran algunos de los escenarios que se vieron después confirmados. En estos casos las masas debían luchar por la derrota del imperialismo sin por ello claudicar a las direcciones del campo militar: a las burguesías nacionales de los países oprimidos o a la política de Stalin.

Frente a los distintos escenarios de guerra que se van perfilando durante la década del 1930, Trotsky y los trotskistas discutieron qué políticas debían llevar a cabo los trabajadores tanto desde las fábricas, participando de los aprestos de guerra, o desde el frente. Para cuando el movimiento obrero comenzaba a ser alistado al bando de los imperialismos “democráticos”, Trotsky planteó la necesidad de una política para poder intervenir de manera activa en el ejército, empezando por exigir la formación y el entrenamiento militar bajo control de las organizaciones obreras, para así enfrentar al peligro del avasallamiento de las potencias fascistas contra dichos países, pero sin dejar la dirección del combate a la burguesía “democrática”, que por sí sola y por el temor al alzamiento de masas podría entregarse de pies y manos como hizo Pétain en Francia. Al calor de estas elaboraciones y discusiones, debatieron con las distintas corrientes y posiciones, ¿había que subordinarse al bando democrático del imperialismo para derrotar al fascismo como política de mal menor?, ¿cambiaba el carácter social de los Estados europeos –de imperialistas a colonias oprimidas– por lo cual había que unirse con la burguesía “democrática” contra el fascismo? ¿Qué política había que levantar frente a la burguesía de los países aliados a la URSS?, fueron solo algunos de los debates.

La fundación de la IV Internacional un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial coronó la necesidad de forjar la organización más sólida posible para lograr sortear las enormes dificultades de los tiempos de guerra y resistir, para después luchar por el triunfo de la revolución cuando emergiese. Stalin, en cambio, además de la permanente capitulación a uno u otro campo imperialista para garantizar el control de la camarilla gobernante en la URSS, se convirtió en el freno mayor de la revolución que incluyó la represión a la vanguardia revolucionaria antes, durante y después de la Segunda Guerra. El asesinato de León Trotsky en 1940, fue parte de los “preparativos” de Stalin. En 1943, después de que la URSS hubiera derrotado al fascismo, que la resistencia se generalizara y la revolución ya presente avanzara, Stalin disolvía la III Internacional como señal a EE. UU. y Gran Bretaña antes de sentarse a negociar en Teherán.

 

La Segunda Guerra Mundial y la revolución europea

El significado de la Segunda Guerra Mundial de Mandel da una visión de la guerra imperialista que en su esencia nada tiene que ver con la de Hobsbawm. Desarrolla su naturaleza, causas y características mediante un vasto conocimiento del tema y puntualizado mediante sus hitos y cuestiones claves. Allí, establece de manera muy clara el cambio de la situación de la lucha de clases de 1943, después de la derrota estratégica de Alemania en la batalla de Stalingrado.

En Yugoslavia y Grecia, desde el inicio, la guerra se convirtió en guerra civil contra la ocupación alemana y la colaboración de las burguesías locales, en un caso, y en el caso griego, la dictadura militar del Rey protegido por Gran Bretaña llevó a la revolución social. Se generalizaron procesos de insurrección como en el Norte de Italia y la extensión de la resistencia contra el fascismo, como en Francia.

 

Conforme la resistencia antifascista se iba fortaleciendo, también aumentaba la propensión de la clase dominante a colaborar con los nazis. En 1943 la división social, más que la nacional, se hizo permanente y la guerra adquirió una dinámica revolucionaria dirigida no solo contra el retorno del antiguo orden sino, también, contra cualquier reforma de aquél [7].

 

Muestra cómo a partir de ese momento, la hostilidad hacia el avance del Ejército Rojo, la resistencia fortalecida y la revolución en ascenso fue llevada a cabo mediante una lenta retirada alemana, cuando no mediante bombardeos aliados a poblaciones civiles como Dresde y Roma, entre otras ciudades y barrios obreros. El mismo Hobsbawm reconoce que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki lanzadas por EE. UU. no obedecieron a ningún peligro militar por parte de Japón.

Mandel afirma que fueron los procesos revolucionarios latentes y las huelgas obreras los que decidieron a EE. UU. a aplicar el plan Marshall de reconstrucción europea, a cambio de la terminación de los levantamientos obreros que le garantizó el estalinismo. Sobre la base de estas condiciones y la destrucción de enormes fuerzas productivas durante la guerra, su aplicación dio comienzo a lo que se conoce como los veinte “años dorados“ del capitalismo. El ascenso de la lucha de clases internacional y la Revolución china fueron un factor claro que impidió que avanzara en una guerra “caliente” contra la URSS. Y por otro lado,

 

El imperialismo estadounidense pudo restringirse porque tenía una salida de carácter económico. La opción que escogió entre 1946-48 fue la de concentrar sus esfuerzos en la consolidación política y económica del capitalismo en los principales países imperialistas. Y garantizarles suficiente crédito y espacio para desarrollarse, con el fin de iniciar una amplia expansión mundial de la economía capitalista, de modo de estabilizar política y socialmente al capitalismo en sus principales fortalezas. Por esa prioridad, otras metas fueron subordinadas, incluyendo la “salvación” de China del comunismo y “hacer retroceder” a la URSS a sus fronteras de preguerra y a la impotencia. Ayudado por los partidos locales, comunista y socialdemócrata, que por la forma rememoraba la estrategia de la burocracia obrera después de la Primera Guerra Mundial, el proyecto de Estados Unidos demostró ser muy satisfactorio para veinte años exactos: de 1947-48 a 1967-68 [8].

 

La derrota de la política del “mal menor” y el rol del partido revolucionario

Desde el triunfo del fascismo en Alemania, la derrota de la revolución española y el resultado de la Segunda Guerra Mundial, la política reformista de optar por el mal menor de las opciones burguesas para combatir al “enemigo común” fracasó en toda la línea. Debido a que trastoca todo el orden existente, la guerra, al igual que la revolución, permite comprobar la autenticidad de las estrategias, programas y políticas llevados adelante por las direcciones de masas al igual que las definiciones y fundamentos que le dieron sustento. Durante la Segunda Guerra el reformismo –en su versión socialdemócrata o estalinista– llamó a los trabajadores a disciplinarse detrás de la “burguesía democrática”, a costa de sacrificar la revolución europea que hubiese cambiado el destino de la humanidad. Los trotskistas discutieron también contra las posiciones centristas que oscilaban entre los reformistas y los revolucionarios, tanto frente a los procesos revolucionarios durante la década de 1930, como respecto a la guerra que se aproximaba. Nucleados en lo que se conoció como el Buró de Londres, ninguno de estos grupos centristas pasó la prueba de la guerra. Después de sobrepasar los primeros “años negros”, los trotskistas si bien diezmados por la represión y la guerra pudieron dar respuesta a los acontecimientos más relevantes. Mediante una política que enfrentó a ambos bandos, lograron llevar a cabo experiencias en la lucha de clases y en la organización de un núcleo que mantuvo a lo largo de toda la guerra una organización, intercambio y acción internacionalista. De conjunto, la IV Internacional en la Segunda Guerra Mundial fue la única corriente que participó de manera independiente. Sobre su historia en este período agregamos al volumen de Trotsky sobre la Segunda Guerra algunos artículos de dirigentes y organizaciones de la IV Internacional. También publicaremos a fin de mes Cuadernos del CEIP (digital) dedicado a este tema (Ver “Fuentes para consultar”).

Desde que comenzó la crisis capitalista en 2008 se vuelven a oír muchos de los viejos males y también los argumentos usados en ese período como fuente de soluciones para hoy. Europa y Grecia son las muestras más palpables de la degradación de las democracias imperialistas europeas y la polarización social. Se vuelve a hablar del Plan Marshall y la vuelta a los años dorados, la política del “mal menor” y el enfrentamiento entre regímenes, hoy etiquetado por la “democracia ciudadana” contra el neoliberalismo. En particular, la “nueva izquierda” europea asocia el enfrentamiento del pueblo griego con las instituciones dominantes de la UE como el que vivió durante la Segunda Guerra contra el nazismo, es decir, se trata de elegir entre “desmantelar los derechos sociales que conseguimos después de la Segunda Guerra Mundial en Europa o mantener la estructura del Estado social. (…) Eso es lo que nos estamos jugando” [9]. Los procesos sociales avanzan de manera desigual y combinada y se van acumulando en los intersticios de las contradicciones capitalistas actuales, la revolución volverá a emerger tarde o temprano, como ya vimos una primera oleada en la Primavera Árabe. Retomar este legado revolucionario plagado de lecciones en medio de los escenarios más disímiles de esos años impide comenzar desde cero frente a cada momento histórico. Este legado del trotskismo da la pauta de un marxismo vivo en la teoría, en los debates y en la experiencia en la lucha, es decir, actual. Un trotskismo que busca probar su programa y política, fusionándose con lo mejor de la vanguardia para, a su paso, ir forjando en la teoría y la práctica el partido para el triunfo de la revolución.

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 FUENTES PARA CONSULTAR

 

Artículos de la revista Estrategia Internacional

Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno – Manolo Romano

Discutiendo desde Trotsky con las ideas dominantes de nuestra época – Christian Castillo y Emilio Albamonte

Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias – Por Emilio Albamonte y Manolo Romano

La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo – Claudia Cinatti

Los trotskistas y la Segunda Guerra Mundial – Entrevista a Al Richardson

 

Cuadernos del CEIP “León Trotsky”

Trotsky y los trotskistas frente a la Segunda Guerra Mundial – Pierre Broué

Entrevista a Al Richardson sobre el papel de los trotskistas en la Segunda Guerra Mundial

http://www.ceipleontrotsky.org/Seleccion-de-articulos-sobre-la-Segunda-Guerra-Mundial

Prefacio de Los Congresos de la IV Internacional (1940-1946) Rodolphe Prager

Cuadernos del CEIP Nº 16 (próximamente, fines de agosto 2015)

A 70 años del Programa de Transición – Christian Castillo y Emilio Albamonte

 

Ediciones IPS-CEIP – Agosto 2015

El significado de la Segunda Guerra Mundial – Ernest Mandel

La Segunda Guerra Mundial y la Revolución, volumen 8 de las Obras escogidas de León Trotsky, nueva edición corregida y aumentada.



[1] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998, p. 166.

[2] Ibídem, pp. 150-51

[3] Ibídem, p. 64, subrayado nuestro.

[4] Lenin, El imperialismo etapa superior del capitalismo, Obras selectas, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2013.

[5] Trotsky, “Que es el nacionalsocialismo”, La Segunda Guerra Mundial y la Revolución, Obras escogidas vol. 8, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2015.

[6] Escritos de León Trotsky (1929-1940), “Stalin firmó el certificado de defunción de la III Internacional”, CD del CEIP “León Trotsky”, Bs. As., 2000, Libro 4.

[7] Ernest Mandel, El significado de la Segunda Guerra Mundial, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2015.

[8] Ídem.

[9] Declaraciones de Juan Carlos Monedero, ex dirigente de Podemos, publicadas en Europapress.es.

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