El 15 de enero de 1919, en el curso de la Revolución alemana, son asesinados Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht bajo la represión del gobierno socialdemócrata contra los consejos obreros.

Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht representaban el espíritu de la revolución y del internacionalismo proletario. Sus figuras condensan la lucha contra el reformismo y contra la traición social patriota de la Segunda internacional que había apoyado a su propia burguesía en la Primera Guerra mundial.

La Segunda Internacional se había convertido en un “cadáver maloliente”, en palabras de Rosa Luxemburgo, al apoyar los créditos de guerra en el Reichstag, el 4 de agosto de 1914. Pero ese mismo día “se reunían en casa de Rosa Luxemburgo un reducido número de camaradas” que “resolvieron emprender la lucha contra la guerra y contra la política belicista de su propio partido. Este fue el comienzo de la rebelión que cerró filas bajo el nombre de Spartakus.” Clara Zetkin dio su apoyo desde Stuttgart y Karl Liebknecht no tardó en unirse a ellos. (1)

Cuando la sacudida de la revolución rusa impacta directamente en Alemania en 1918 con el surgimiento de consejos obreros, la caída del káiser y la proclamación de la República, Rosa aguarda impaciente la posibilidad de participar directamente de ese gran momento de la historia.

El gobierno queda en manos de los dirigentes de la socialdemocracia más conservadora, Noske y Ebert, dirigentes del SPD –este partido se había escindido con la ruptura de los socialdemócratas independientes, el USPD-. En noviembre de ese año el gobierno socialdemócrata llega a un pacto con el Estado mayor militar para liquidar el alzamiento de los obreros y las organizaciones revolucionarias. Rosa y sus camaradas, fundadores de la Liga Espartaco, núcleo inicial del Partido Comunista Alemán desde diciembre de 1918, son duramente perseguidos.

«El 15 de enero, una sección de soldados detuvieron a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo hacia las nueve de la noche.(…) De nada sirvió un intento de dar nombres falsos, porque los soldados sabían perfectamente de quiénes se trataba.» (P. Nettl)

Los llevaron al Hotel Edén, cuartel general de una de las divisiones paramilitares de los Freikorps –veteranos del ejército del Káiser- en el centro de Berlín.

Según documenta Nettl, un capitán de ese cuerpo, Pabst, declaró mucho después que los Freikorps, «tenían pleno apoyo de Noske”, miembro del gobierno socialdemócrata y comisionado del pueblo encargado de los asuntos militares. El gobierno socialdemócrata había hecho un acuerdo con los Freikorps para reprimir la insurrección liderada por los espartaquistas.

Cuando Liebknecht y Rosa salieron por la puerta, un soldado les propinó un culatazo de rifle en la cabeza, sus cuerpos fueron arrastrados y rematados a tiros. El cadáver de Rosa fue lanzado desde un puente a las oscuras aguas del río, donde fue encontrado recién tres meses después.

Con el asesinato de estos dirigentes –poco después será asesinado también Leo Jogiches-, líderes del naciente Partido Comunista Alemán, la represión del Estado bajo el gobierno socialdemócrata buscaba liquidar la revolución de los consejos en Alemania y aislar la revolución rusa. El crimen de la socialdemocracia consolida todo el curso reformista y social patriota de los últimos años, convertido en agente directo de la reacción del Estado burgués.

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“Hemos perdido a nuestros mejores compañeros, ¡y sus asesinos siguen formando parte del Partido Socialdemócrata que osa remontar su genealogía hasta Carlos Marx! ¡Estos son los hechos, camaradas! El mismo partido que traicionó los intereses de la clase obrera desde el principio de la guerra, que apoyó al militarismo alemán (…) ¡ese mismo partido y sus jefes (Scheidemann y Ebert) se autodenominan marxistas al mismo tiempo que organizan las bandas reaccionarias que han asesinado a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo!”. León Trotsky escribe estas palabras tan solo tres días después del asesinato de los dos revolucionarios. (2)

En el caso de Karl Liebknecht, ganó reconocimiento mundial por haber sido el único hombre que en 1914 tuvo el coraje de levantar su voz en la tribuna del Reichstag alemán contra la burguesía y su guerra, al mismo tiempo que se enfrentaba al patrioterismo de los diputados de su propio partido.

“Cuando el militarismo alemán festejaba sus primeras victorias, sus primeras orgías sangrientas (…) en medio de estos días sombríos y trágicos una sola voz se levantó en Alemania para protestar y maldecir: la de Karl Liebknecht. Y su voz resonó en todo el mundo”, escribe Trotsky.

Rosa Luxemburgo no podía hablar en esa tribuna, porque como mujer no tenía derechos electorales. Pero en su agitación incansable contra la guerra recorrió mítines obreros en todo el país, llamando a las masas obreras a movilizarse. Puesta en el ojo de la represión del Estado alemán, entre 1915 y el momento de su muerte pasó más tiempo en la cárcel que en libertad.

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El mismo día de su asesinato, Karl Liebknecht escribe sobre la derrota de la revolución alemana y el rol traidor de la socialdemocracia: “El mundo jamás conoció unos Judas semejantes, pues no sólo han traicionado lo más sagrado, sino que han clavado la cruz con sus propias manos. Al igual que la socialdemocracia alemana oficial se hundió más que ninguna otra en agosto de 1914, ahora, en el alba de la revolución social, ofrece la misma imagen repulsiva. En junio de 1848 y en mayo de 1871, la burguesía francesa tuvo que buscar los verdugos en sus propias filas. La burguesía alemana no ha tenido necesidad de esto porque los “socialdemócratas” les hicieron el despreciable y sangriento trabajo sucio.”

Estas palabras parecen premonitorias de las nuevas tragedias por venir para la clase obrera mundial en los años siguientes. Ya que el rol que juega la socialdemocracia en 1919 en Alemania lo repetirá trágicamente y en escala muy superior el estalinismo, “clavando la cruz con sus propias manos” mediante la traición de la revolución mundial.

Rosa Luxemburgo, águila de la revolución

Mehring dijo que Rosa Luxemburgo era “la más genial discípula de Carlos Marx”, una mente brillante que desde joven devoró las obras del marxismo y elaboró teóricamente sobre las grandes cuestiones del socialismo y la estrategia revolucionaria.

Recién llegada a Alemania en 1898, la joven socialista polaca se dispuso a entrar en batalla con un representante de la vieja guardia del SPD, Eduard Bernstein. Después de algunos años sin grandes conmociones sociales, gran parte la dirección socialista se había adaptado a la “rutina de la táctica” parlamentaria y sindical, transformándola en estrategia. Para estos socialistas, el capitalismo había logrado superar sus crisis y la socialdemocracia podía dedicarse a cosechar posiciones en el marco de una “democracia” que parecía ensancharse. Impregnado de este hálito posibilista, Eduard Bernstein revisa la teoría marxista y sostiene que el socialismo ya no necesita revoluciones ni lucha de clases, sino que puede expandirse desde el seno del capitalismo de forma gradual. El “debate Bernstein” tuvo muchos participantes, sin embargo, la refutación más general y aguda la hizo Rosa Luxemburgo. En su folleto “Reforma o Revolución” desarrolla argumentos que cien años después mantienen una actualidad impresionante.

Sus aportes son innumerables: las lecciones de la revolución rusa de 1905, las elaboraciones en el ámbito de la economía marxista, la polémica sobre la huelga general y la estrategia con Kautsky desde 1910, su agitación contra la guerra imperialista, la defensa de la revolución rusa de 1917 y finalmente su participación en la insurrección de los consejos obreros en Alemania y en la fundación del Partido Comunista. Por todo ello, a pesar de las diferencias que mantuvo en muchas cuestiones con los dirigentes bolcheviques, Lenin y Trotsky, ambos la homenajeron y reivindicaron su nombre como “bandera de la revolución”.

Lenin escribió en 1924 contra los que pretendían oponer la figura de Rosa a los bolcheviques, como Paul Levy -quien había sido expulsado del Partido Comunista y terminaría regresando a las filas de la socialdemocracia-. Lenin dice sobre éste que “suele suceder que las águilas vuelen más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila”. (3)

“Rosa Luxemburgo se equivocó respecto de la independencia de Polonia; se equivocó en 1903 en su análisis del menchevismo; se equivocó en la teoría de la acumulación de capital; se equivocó en junio de 1914 cuando, junto con Plejanov, Vandervelde, Kautsky y otros abogó por la unidad de bolcheviques y mencheviques; se equivocó en lo que escribió en prisión en 1918 (corrigió la mayoría de estos errores a fines de 1918 y comienzos de 1919 cuando salió en libertad). Pero, a pesar de sus errores fue –y para nosotros sigue siendo- un águila”, dice Lenin.

Años después, en 1931, Stalin lanza sus dardos envenenados contra Rosa Luxemburgo, acusándola de haber sido “oportunista” y no haber combatido el curso reformista de Kautsky. Según Stalin, en 1905 ella y Parvus: “Inventaron un esquema utópico y semimenchevique de revolución permanente”. (4)

Trotsky responde a Stalin en el artículo “¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!” (5), donde asegura que entre 1903 y 1914 Rosa Luxemburgo dio una batalla contra el oportunismo de Kautsky, de forma cada vez más tajante, mientras que Lenin estaba absorbido por los problemas rusos y seguía pensando que el bolchevismo era la “traducción rusa” de la tendencia kautskiana. En 1914, sorprendido por la debacle del SPD, es Lenin quien saca las conclusiones más radicales de esa traición y entonces escribe: “Rosa Luxemburgo tenía razón, hace mucho que comprendió que Kautsky poseía en alto grado el ‘servilismo de un teórico’…”.

En 1935 Trotsky retoma la polémica sobre Rosa Luxemburgo (6), en este caso enfrentando las interpretaciones “espontaneistas” de su obra, y a los que pretendieron crear un “luxemburguismo” como corriente enfrentada al bolchevismo. Marcando los puntos débiles de algunas elaboraciones de Rosa, y sin dejar de marcar las diferencias existentes, Trotsky es categórico en sus conclusiones: “Los trasnochados confusionistas del espontaneísmo tienen tanto derecho a referirse a Rosa como los miserables burócratas de la Comintern a Lenin. Dejemos de lado las cuestiones secundarias, superadas por los acontecimientos, y con plena justificación podemos colocar nuestro trabajo por la Cuarta Internacional bajo el signo de las «tres L», no sólo bajo el signo de Lenin, sino también de Luxemburgo y Liebknecht.

(1) Rosa Luxemburg, Paul Frölich, Ediciones IPS, 2013, Buenos Aires
(2) «Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo», 18 de enero de 1919, León Trosky, publicado por fundación Federico Engels.
(3) «Notas de un periodista”, 1922, Lenin.
(4) «Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo», 1931, Stalin, Marxists Internet Archive.
(5) “¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!”, 1932, León Trotsky.
(6) «Luxemburgo y la Cuarta Internacional», 1935, León Trotsky.

Publicado por Josefina Martinez

Josefina Martínez | @josefinamar14 :: Madrid

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