Entrevistamos a Pelai Pagès, profesor de Historia de la Universidad de Barcelona. Nos habla sobre la crisis, elitización y «cambio de modelo» de la universidad, así como de las luchas de los 70′ del profesorado y la «gran frustración» de la Transición.
Pelai Pagès i Blanch es doctor y profesor titular de Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la UB desde el año 1975. Sus líneas de investigación abarcan desde la Segunda República Española, Guerra civil, el franquismo y la transición, hasta sobre el Movimiento obrero español y Nacionalismos en la historia contemporánea de Europa. Es autor de numerosos estudios sobre toda estas temáticas y ha publicado en revistas especializadas y de divulgación y participado en congresos, seminarios y coloquios en Bruselas, Moscú, Turín, ciudad de México, Marsella, Lausana, entre otros.
Pero además de su intensa carrera académica, es también un referente de las luchas contra el Plan Bolonia, tras una trayectoria combativa desde los años 70’ y la Transición durante su temprana carrera como docente universitario.
En esta entrevista nos hablará de cómo viene afectando la crisis actual en la Universidad, sobre el aumento de la precariedad laboral en el profesorado y la elitización cada vez mayor que cierra las puertas a quienes no pueden pagar las altas matrículas. Nos explica cómo estos grandes retrocesos son difíciles de cuestionar frente a una mayor jerarquización en los órganos de gobierno, dirigidos por una «casta universitaria» incuestionable e inmovilista frente a un «cambio de modelo» de universidad pública hacia el modelo de «universidad privada».
Nos habla como historiador y protagonista a la vez, de la historia de la lucha del profesorado en la década del setenta bajo el franquismo y la «gran frustración» que significó la llamada Transición democrática. Así como de la crisis ideológica actual en la producción académica e ideológica y en la historiografía. Su enorme espíritu crítico, sin embargo, como él mismo nos dice, no lo lleva a ser pesimista de que la sociedad puede transformarse. Dejando a los jóvenes estudiantes un mensaje optimista, y al profesorado, un mensaje de desafío a levantarse y luchar.
¿Cómo afectó la crisis en las Universidades?
La universidad se ha visto afectada por la crisis, igual que el resto de instituciones educativas como las culturales, sanitarias, etc. Inicialmente, un recorte en los presupuestos se ha concretado en una bajada de sueldos a todo el profesorado, en una reducción clarísima de los presupuestos dedicados a la investigación de tal manera que habido que hacer investigación cada uno por su cuenta al margen de ayudas.
Se ha visto reflejada también en una disminución del número de alumnos en las universidades, los aumentos de las matrículas han cerrado el paso a muchos alumnos. En fin, se ha visto afectada la universidad en un montón de aspectos importantes, tanto en la vida estrictamente académica y pedagógica como también en la investigación y el alumnado.
¿Cuáles son los planes de reforma educativa que se fueron aplicando a partir del Plan Bolonia?
El Plan Bolonia fue «un sueño descabellado», un sueño porque en teoría era perfecto. En Europa se quería aplicar el modelo anglosajón de universidad privada, que quiere decir, en primer lugar, una enseñanza personalizada con la cual el profesor seguiría paso a paso todo el trabajo del alumno, por tanto la atención y el proceso de seguimiento sería muy directo. En segundo lugar, habría una evaluación permanente a lo largo de todo el curso.
Con lo cual era ideal. Pero claro, ¿qué requería esto?. Requería por una parte, grupos muy reducidos. Ya en la época cuando se estaba diseñando el Plan Bolonia, hubo gente que lo experimentó y muchos profesores que se metieron en ello vieron que para poder hacerlo en condiciones, no se puede tener más de veinte alumnos por clase. Porque una atención personalizada y una evaluación permanente, significa, efectivamente, hacer muchos grupos.
Evidentemente era ideal si hubiera habido una financiación para poderlo hacer, pero Bolonia coincidió con la crisis, que ya estaba avanzada, con lo cual el Plan Bolonia representó que los estudiantes tuvieran que pagar una matrícula mayor, al mismo tiempo hubo una reducción presupuestaria, con lo cual el profesorado tiene grupos de 50 y 70 alumnos, que impide aplicar en condiciones el Plan Bolonia.
¿Se puede hablar de un avance de la elitización y restricción de la Universidad a los sectores populares y de la clase trabajadora?
Sí, claro, naturalmente. Yo les he dicho a mis estudiantes desde el primer día de clase: «Bienvenidos a Bolonia», vivimos en una «Bolonia» que presenta el «mundo al revés» porque hay que pagar una matrícula mayor desde hace unos años. Y esto, no ha revertido en mi sueldo, al revés, me lo han bajado, trabajando mucho más. El Plan Bolonia en la práctica hizo que, si la Universidad era bastante accesible hace unos años, ahora para muchos sectores de la sociedad es muy restrictiva.
A mí me han llegado casos concretos de gente que no se ha podido matricular en la universidad por el precio de las matrículas, que en unos años ha subido considerablemente, lo que ha sido una barrera infranqueable para muchos alumnos que no han podido pagar.
Cada año nos dan al principio unas listas de alumnos, que, a la «hora de la verdad» varios alumnos en las actas no están, y cuando preguntamos qué ha pasado, la respuesta es siempre la misma: «no han pagado la matrícula». Evidentemente es un gran paso atrás.
¿Cómo afectó la Reforma Laboral y los recortes en el profesorado?
Hay una disminución de sueldos y afectó en la política del Ministerio y el Rectorado que ha hecho que, cuando se iba jubilando el profesorado, sólo se fue cubriendo el 10% de los profesores jubilados. De tal manera que de diez profesores que se jubilaron, sólo entraba uno nuevo. Además, cuando los profesores que se jubilaban eran profesores catedráticos, es decir, funcionarios, se les sustituía por «personal laboral». Con lo cual, con lo que le pagaban a un catedrático o a un titular, servía para pagar a cinco profesores laborales.
Profesores laborales son aquellos a quienes se los contrata cada año, con lo cual cada año les tienen que renovar el contrato. Se han dado casos de contratos de un año que no se han renovado, y naturalmente esto implica que el sueldo se ha reducido. Hay profesores asociados que pueden cobrar, dando las mismas clases que un profesor titular, 500 ó 600 euros al mes.
Esto ha sido una política que se ha ido aplicando consecutivamente los últimos años. Y ha llevado a un «cambio de modelo» de la universidad. Nos estamos pareciendo cada vez más a universidades privadas, tanto por el precio de las matrículas, como también por el modelo de profesorado que se está aplicando.
Si hace unos años el 70% u 80% del profesorado era funcionario y sólo había un 15% ó 20% de profesorado laboral, ¡se quiere casi invertir la relación! Estamos en una precariedad absoluta.
¿Se podría hablar de que la precariedad laboral ha llegado a sectores del funcionariado, a los que hasta hace unos años nunca había llegado?
Totalmente. A ver, yo también fui por muchos años profesor laboral, pero sabía que tarde o temprano llegaría a ser funcionario. Yo soy de aquella generación de los denominados «penenes», Profesores No Numerarios, como en ese tiempo nos llamábamos, que tuvimos que llevar a cabo un combate fuerte y duro para conseguir nuestra funcionarización.
Estoy hablando de finales de los 70’ y principios de los 80’, cuando hubo oposición a resolver nuestra situación en un momento en que el profesorado que entonces llamábamos «No numerario» era mayoritario en la universidad.
Entonces, las conquistas del profesorado universitario, son producto de una gran lucha…
Y tanto, yo el otro día aún recordaba que alguna vez hemos ocupado el rectorado y nos quedamos a dormir siendo profesores. Cosa que ahora sólo hacen los estudiantes. Además se están dando unos fenómenos increíbles. Ahora el acceso al funcionariado, o también para mejorar la situación de los profesores, se hace a través de la acreditación. Se presenta en el Ministerio en Madrid la documentación que te piden y te acreditan o no te acreditan. Una vez acreditado, lo normal es que te sacaran una plaza.
Llevamos como 5 o 6 años, que el Ministerio en Madrid sigue acreditando a personal laboral para ser titulares y a titulares para poder acceder a ser catedráticos, pero no sacan ninguna plaza. Entonces es una situación absolutamente kafkiana, que se está dando desde hace 4 ó 5 años. Y hay muchos profesores laborales que están acreditados como titulares pero no les sacan la plaza.
¿Qué efectos tiene esta situación en la mayor «burocratización» de los órganos de Gobierno de la universidad?
Los decanos le dan la culpa al rectorado de todo, el rectorado le da la culpa al Gobierno de la Generalitat de Catalunya, y éste, pasa la pelota al Ministerio. Con lo cual, todo el mundo se lava las manos. Es una situación totalmente kafkiana, que viene acompañada, y en esto sí que estamos perdiendo una batalla importante, de un fenómeno de burocratización enorme.
Por tanto, ¿Se puede hablar de una «casta universitaria»?
Podría señalarte a muchos «colegas» que han vivido del cuento y cuando digo «cuento» digo de «cargos públicos». Un ejemplo concreto: me dijeron que tenemos un vice-rector, que no tiene un sólo tramo de investigación reconocido y es catedrático. ¿Cómo llegó a catedrático?, evidentemente por relaciones políticas.
La universidad es un coto cerrado que recuerda más a una sociedad estamental que no a una sociedad de clases. El punto grave de llegar a ser funcionario, es que te quedas en tu silla y sólo te pueden revocar a través de un expediente con una falla muy grave para que te lo abran. Es una casta intocable.
El problema grave que yo veo es que la universidad se ha vuelto a jerarquizar. De entrada, sobre el papel somos «democráticos» porque se elige al jefe de departamento en la junta de profesorado, se elige al decano a través de una junta de facultad, se eligen a los miembros de la junta de facultad.
Pero yo recuerdo, en plena Transición, que la Junta de facultad que teníamos, era asamblearia, participaban estudiantes, todo el profesorado, discutíamos abiertamente, se tomaban democráticamente las decisiones en las asambleas y se aprobaron así los estatutos de la Universidad. En gran medida, la democracia en la universidad desapareció.
¿Qué planteaban los estatutos de la universidad?
Los estatutos de la universidad planteaban una estructura universitaria más jerárquica, de «democracia indirecta», más acorde con el sistema político que hasta hoy vivimos. Vivimos en una democracia totalmente indirecta. Los movimientos sociales han cuestionado a los políticos justamente por eso.
Y eso mismo pasa en la universidad, se hacen elecciones, se nombra una junta de la facultad, un claustro de la universidad, el claustro elige al rector. Todo se hace indirectamente, bajo una democracia indirecta porque la Junta de la facultad elige al decano, no hay elección directa. Y la junta de facultad y el claustro deciden todo. El rector nombra su equipo rectorado y se limita, cada «X» tiempo, una vez al año más o menos, a convocar un claustro donde cuenta lo que hace. Y realmente nadie cuestiona ni critica nada, hay muy pocos críticos, ante la situación en la que nos encontramos.
Es decir que el Régimen de la Transición del 78’ jerarquizó más aún el gobierno de la universidad…
Sí, claro. Vivíamos unos años de Transición que parecía que nos comíamos el mundo. Realmente, el profesorado no numerario estuvo en contra de la funcionarización del profesorado, se pedían sueldos dignos, pero sin ser funcionarios para que hubiese un control real de los profesores. Y en las Cortes de Madrid, cuando se aprobó la Ley General de Educación, donde había muchos catedráticos de universidad, se aprobó una Ley que priorizaba los intereses de los catedráticos. Y eso no se ha modificado hasta hoy.
¿Cuál fue su experiencia en la lucha de los años 70’?
El profesorado de los años 70’ era muy combativo y nos manifestábamos en varios ámbitos de la lucha. En primera instancia, cuando creíamos que era conveniente, hacíamos huelgas. La huelga del profesorado era un fenómeno muy recurrente que además venía acompañado de un movimiento asambleario muy continuo, muy permanente y de acciones que hacíamos en las calles, en el rectorado y donde era necesario. Dábamos clases en la calle como forma de protesta, nos negábamos a dejarnos llevar por la estructura organizativa de la universidad que era bastante agobiante.
Los años 70’ eran unos años muy combativos, en los que se practicaba el asambleísmo democrático en el que todo el mundo podía decir lo que quería, en el que se tomaban las decisiones mayoritariamente porque el profesorado participaba mayoritariamente en las asambleas, junto a los estudiantes. Y no se tenía miedo al futuro.
También porque había un contexto político muy convulsivo…
Sí, también había un contexto social y político combativo, exactamente. Aún no había habido la «gran frustración» que comportó a nivel político la Transición. Y también esta frustración acabó concretándose en la universidad y en muchos otros ámbitos.
Yo recuerdo muy gratamente estos años que tuve de combatividad, porque realmente nos creíamos lo que hacíamos porque pensábamos que íbamos a un modelo nuevo de universidad mucho más participativa, democrática, abierta. Una universidad que de alguna manera fuese un espejo social. Fue una gran frustración y la Transición había cerrado ese proceso de lucha por la democratización de la universidad.
Yo no hace muchos años en el departamento, tuve que defender la «libertad de cátedra». Tuve que defenderla porque me querían imponer unos programas. A ver ¿Yo no puedo explicar lo que quiero? ¿Yo no tengo libertad, para, en una asignatura, organizármela como quiero? ¿Tengo que explicar un programa que me viene impuesto de arriba?. Esto es cargarnos el principio básico de la universidad, que es la libertad de cátedra.
Y esto es cargarse la universidad prácticamente. Y estamos en ello, en tener que defender la libertad de cátedra. Y hay pocos profesores críticos, y eso lo vimos en la lucha contra Bolonia. En esta lucha yo había estado y escribí una carta dirigida a los profesores de esta casa, donde decía que estábamos en pleno franquismo. Porque jamás en democracia, por una protesta estudiantil, el rectorado y los decanatos habían decidido cerrar la universidad. Y esto era la primera vez que se hacía en democracia.
Las protestas de Bolonia fueron el último brote colectivo de protesta estudiantil que se ha dado en los últimos años. Fue muy importante, hubo cierta compenetración entre grupos numerosos de estudiantes de rechazo a Bolonia e implicó también a sectores importantes del profesorado.
¿Qué responsabilidad tienen las organizaciones sindicales respecto al bajo nivel de organización y protesta del profesorado?
Yo creo que las organizaciones sindicales ahora sufren las consecuencias de la actitud que tomaron en determinado momento. Yo hace unos años, a uno de los fundadores de Comisiones Obreras le dije que tenía la impresión de que los sindicatos habían modificado su razón de ser, de instrumentos de lucha, combativos, habían pasado a ser unos instrumentos de negociación y pacto con la patronal. Y me dieron la razón, fundadores de CCOO.
Cómo historiador ¿Cómo se vive la crisis desde el punto de vista de la producción académica e ideológica? ¿Hay una crisis ideológica en la Historia?
Sí, hay una crisis general. El otro día estaba hablando con un editor y me dijo: «es que cada día nos cuesta más editar libros de Historia y de todo tipo». Porque también en este ámbito se ha producido una crisis. Yo, si no puedo publicar un libro, prefiero no investigar, para que se quede el libro en el cajón. Ya tengo que hacer suficiente sacrificio para investigar robando horas, a veces de vacaciones, para que luego se pueda difundir y te lo publiquen. Igual yo soy de los que cree que hay que seguir insistiendo y hay que seguir adelante y no hay que rendirse.
Claro que hay una crisis ideológica. Yo soy de los que dicen que las clases populares tanto a nivel europeo como universal, tienen que volver a reinventar la utopía. En el siglo XIX se creó una utopía fantástica. El siglo XX, que tenía que ser el «siglo del socialismo», acabó siendo el siglo de la gran frustración socialista. Por el rol del stalinismo y el fracaso de la URSS, que representó un desarme ideológico importante, pero no justificable.
Mira debió ser el año 91-92, quizá 93, acababa de pasar el derrumbe de la URSS, me invitaron en la Universidad Complutense de Madrid a un debate, un poco sobre el futuro y la situación.
Yo era el único catalán que había, había representantes de la universidad vasca, gallega. Y en principio yo quería hacer una aportación académica, pero enseguida vi que estaba todo muy politizado y recuerdo que en el debate, un estudiante preguntó al representante del País Vasco: ¿Han notado ustedes la caída de la URSS? Y respondían: oh, sí, un desarme ideológico, una catástrofe, etc.
Entonces a mí me molestó esta respuesta, porque desde una perspectiva de izquierdas, yo pensé que teníamos que alegrarnos que hubiera caído la URRS. Entonces dije que, desde la izquierda y desde el marxismo, ya era hora de que hubiera caído la URSS, porque la URSS con el socialismo no tenía nada que ver. Y que en todo caso, el reto que se planteaba a finales del siglo XX y a principios del XXI a las izquierdas, era «reconstruir la utopía».
¿Quisiera decir algo más respecto a «reconstruir la utopía»?
Sí, que hay que volver a reconstruir y acabar con esta idea que surgió muy profundamente desde la derecha y el capitalismo, de que nos encontrábamos en el «Fin de la Historia», y con la idea de que ya fracasó la URSS y se había puesto en evidencia que era imposible un sistema de organización social superior al capitalismo. Pero, claro, estuvimos viendo la irrupción de un neoliberalismo brutal que habían empezado Margaret Tatcher y Reagan en los años 80’, que en los años 90’ se incrementó y que ahora se ha vuelto a incrementar.
Desde la Universidad, desde la Historia, desde la Historiografía, no podemos prescindir de este contexto, ni ser neutrales. Podemos adoptar la vía que queramos, pero neutrales no. Yo de todas maneras siempre he dicho, que el pesimismo es contrarrevolucionario y que el optimismo es revolucionario. Entonces yo, a pesar de todo quiero seguir siendo optimista, porque si eres pesimista tiendes a aceptarlo todo ¿entiendes?. A ser más pasivo, a que vale más no hacer nada.
El otro día en una reunión de los que estamos acreditados como catedráticos para ver qué hacemos propuse que teníamos que hacer una convocatoria y ocupar el rectorado y quedarnos a dormir. Y saldríamos en la prensa seguro. Bueno, yo creo que hay que ser optimista y hay que seguir luchando porque si no los poderes lo tienen muy fácil, no se puede en ningún caso ser pasivo.