La caída del intocable exjefe de seguridad de China, sentenciado a cadena perpetua, es el triunfo más importante de la campaña contra la corrupción de Xi Jinping, actual presidente chino, pero abre una caja de pandora en la cúpula gobernante.
El pasado 11 de junio, el Tribunal Primero Popular Intermedio de Tianjin comunicaba que Zhou Yongkang, exmiembro del todopoderoso Comité Permanente del Buró Político del gobernante Partido Comunista y exjefe del aparato de seguridad interna del régimen, fue condenado a cadena perpetua por cargos de recibir sobornos, abuso de poder y filtración de secretos de estado en base a un juicio cerrado y totalmente arcaico.
Las imágenes emitidas por televisión del veredicto muestran la repetición como farsa de los juicios y arrepentimientos de tipo estalinista usados en el pasado en los países mal llamados comunistas.
Grafiquemos la escena: “El presidente del tribunal, de cerca, lee lentamente la sentencia de cadena perpetua del acusado Zhou Yongkang, la privación de los derechos políticos de por vida y la confiscación de todos sus bienes. «¿Entiende, acusado Zhou Yongkang, la pena?» tronó el juez. «Sí», responde el interesado mirando hacia abajo. «Acusado Zhou Yongkang, ¿usted tiene algo que decir a la corte?» «Acepto el juicio y no voy a hacer apelación. Yo reconozco la realidad de mis crímenes y he violado repetidamente las leyes y reglas del partido, lo que resultó en un daño significativo al partido y tuvo un efecto negativo en la sociedad. Me declaro culpable y me arrepiento «, respondió Zhou en voz tranquila.Mientras que los cargos potencialmente mandaban una sentencia de muerte, se dijo que Zhou, de 72 años, recibió clemencia después de confesar y mostrar arrepentimiento y ordenar a sus parientes que entregaran la mayor parte de sus ganancias mal habidas.
Zhou Yongkang es el político de más alto rango en enfrentar la corte desde el juicio por traición en 1981 de la esposa de Mao Zedong y otros miembros de la “Banda de los Cuatro” que persiguieron a los opositores políticos durante la Revolución Cultural de 1966 a 1976.
Una victoria inmediata…
Desatando una feroz campaña contra la corrupción pero también contra la disidencia pro occidental, Xi Jinping ha conseguido asentar su autoridad interna y ganarse cierta simpatía popular que pretende instrumentar para fortalecer el régimen y el partido, que es su pieza basal.
La caída del jefe de seguridad sigue a la purga de un número de otros líderes que antes se consideraban intocables en China, entre ellos algunos de los generales de más alto rango del Ejército Liberación del Pueblo. Con miles de funcionarios del partido investigados o encarcelados en los últimos dos años, no puede haber duda ahora del alcance de la mano dura de Xi.
Para algunos especialistas, representa a su vez un paso importante en la campaña de dos años de Xi por desmantelar la facción política establecida por el exlíder del Partido Comunista, Jiang Zemin. Aunque sólo oficialmente en el cargo desde 1989 hasta 2002, Jiang y sus camarillas (incluyendo Zhou), mantuvieron el poder político y económico sobre el Partido y la nación por más de una década después de que Jiang se retirara de sus cargos. En especial, la defenestración de Zhou con una vasta red de patrocinio que cubría la provincia suroccidental de Sichuan, donde solía ser el jefe del partido en el sector estatal de petróleo, permite a Xi encarar una fuerte reestructuración en la estratégica industria petrolera nombrando a nuevos presidentes en las empresas petroleras estatales en el contexto de los cambios del mercado mundial y las reformas de la industria.
…pero riesgos estratégicos enormes
Sin embargo, a más largo plazo, su estrategia puede alimentar la inestabilidad. El origen del régimen chino actual se remonta a los años caóticos que la Revolución Cultural significó para la burocracia gobernante. Este movimiento iniciado como una confrontación de tendencias en la cúspide y en los diferentes sectores de la burocracia -en donde la fracción liderada por Mao apeló a las masas para presionar al aparato estatal y al partido- se fue transformando en un conflicto extremadamente agudo que implicó la movilización de sectores sociales fundamentales, los estudiantes, el campesinado -en menor medida- y fundamentalmente, en su pico, los trabajadores. Desde el punto de vista de la burocracia estalinista, este fue un hecho enormemente traumático que hizo añicos el monolitismo del estado y del PCCh y casi puso en cuestión su dominio.
Luego de la muerte del Gran Timonel y el breve interregno de confusión que le siguió, con la asunción de Deng Xiaoping, el verdadero padre de las reformas, la burocracia logra un nuevo consenso que contempla que la única forma de salir de este periodo turbulento y asegurar su dominio era el mantenimiento del crecimiento como base de la estabilidad política. Este consenso post Revolución Cultural que se mantiene con distintos altibajos hasta ahora es lo que permite el lanzamiento y posterior profundización de las reformas procapitalistas.
A nivel de la máxima dirección, esto se reflejó en el establecimiento de una dirección comunista colegiada y consensuada. El actual reforzamiento unipersonal de Xi Jinping rompe esta regla, a su vez que lleva a cabo una campaña en total opacidad. Ejemplo extremo en esta ocasión, el juicio de Zhou fue a puertas cerradas, después del escándalo público que había significado la caída de Bo Xilai, el antiguo mandamás en la ciudad de Chongqing también caído en desgracia y cuyo juicio en 2013 permitió conocer detalles jugosos sobre el estilo de vida de los más poderosos del régimen.
No menos importante, el presidente chino rompió otro tabú: el de no atacar a un ex miembro de la «Comisión Permanente», el liderazgo efectivo del partido y el país. Con la condena de Zhou Yongkang, nadie, dentro de la élite, es inmune. Ni siquiera el número uno actual. No es casualidad que la prensa comience a hablar de que Xi está siendo frecuentado por temores de asesinato. Así a principios de marzo, en una señal de que temía por su seguridad, Xi reemplazó abruptamente a los altos funcionarios de la Oficina de Seguridad Central del Partido Comunista y de la Oficina Municipal de Beijing de la seguridad pública, responsables de la protección de Xi y otros líderes.
¿Las peripecias y la lucha literalmente a muerte entre las distintas fracciones del PCCh relatadas en la novela El Chino por el maestro de la novela policial nórdica, Henning Mankell, se estarían convirtiendo en realidad?
Dicho de otra manera, nada de esto sucede sin implicaciones para la sustentabilidad del modo de transición de poder dentro del régimen chino. Y, estratégicamente, lo que pase en la cúpula es crucial: si se rompe o fragmenta el reaccionario consenso de la élite, las enormes contradicciones del proceso restauracionista pueden emerger en forma abierta, siguiendo la regla general de la historia china contemporánea en la cual los levantamientos sociales de las masas se disparan por las luchas de los de arriba, porque los líderes rivales apelan -abiertamente o por abajo- al apoyo de la población.
Solo la punta del iceberg
Que Xi deba arriesgar tanto en su intento de forma “maoísta” de relegitimar al Partido Comunista, es una expresión de los fuertes signos de descomposición que lo corroen y que le hacen perder una parte considerable de su legitimidad entre las masas, poniendo en cuestión el dominio de la burocracia restauracionista.
Es que, a pesar de lo implacable, la campaña contra la corrupción de Xi sólo ha arañado la superficie. La mayoría de las fortunas privadas acumuladas a través de medios dudosos permanecen intactas. Ninguno de los “príncipes rojos” ha caído.
Estos sectores “ligados por la sangre o el matrimonio” a los altos dirigentes del partido y del estado, se han aprovechado del secreto bancario para crear sociedades offshore o colocar sus bienes mal adquiridos. El nivel de fortunas de este sector burocrático devenido en burgués es monumental. Se trata de allegados del actual presidente Xi Jinping, de su predecesor Hu Jintao, de los ex primeros ministros Wen Jiabao o Li Peng, pero también de al menos quince de las más grandes fortunas del país, miembros de la Asamblea Nacional, generales, etc.
A nivel de masas, la caída de un personaje tan poderoso como Zhou ha abierto fuertes expectativas en una franja, mientras otro sector permanece en la indiferencia debido al descrédito del que goza el PCCH. Así Liu, un maestro de secundaria de Kashgar, en la noroccidental región de Xinjiang dice, expresando un sentimiento más general: «Nosotros, la gente común y corriente, queremos que el país siga atrapando ’tigres’ y ’moscas’ para que todos los funcionarios dejen de lado la ilusión de que pueden abusar del poder sin consecuencias». Estas ilusiones chocan con la realidad de que probablemente la condena de Zhou Yongkang, represente posiblemente el fin de la fase más aguda de la campaña anticorrupción: es que la moderación se impone para serenar la vida política y calmar los temores de los funcionarios más preocupados de salvar la piel que de aplicar las urgentes reformas del modelo chino en una transición aún incierta.
El intento de Xi de imponer cambios desde arriba, bajo el control de un partido depurado, disciplinado y reforzado en una economía y una sociedad complejas que transita por tiempos difíciles -a pesar de la imagen triunfalista- podría generar fuerzas incontrolables tanto a nivel de las masas como de la elites, en reacciones que fueran más allá de los designios de Xi. Que la burocracia estudie en estos momentos el periodo que llevó a la caída de Gorbachov para evitarlo o el famoso libro “L’ancien régime et la Révolution” de Alexis de Tocqueville, un estudio de la sociedad francesa a las vísperas de la Revolución de 1789 muestra, más allá de las apariencias, dónde están puestas sus verdaderas preocupaciones y que detrás de la indudable potencia de China se ocultan fragilidades.