Hace un año y medio nacía Podemos. Se presentaba como lo nuevo, un movimiento participativo “abierto a toda la ciudadanía”. “Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos”, anunciaba entonces Pablo Iglesias, en referencia al movimiento de los indignados españoles que emergió el 15 de Mayo de 2011.

El 25 de mayo de 2014, la nueva formación política irrumpió con fuerza en la política española, obteniendo más de 1.200.000 votos y 5 eurodiputados. Ese fue el primer hito electoral de Podemos, a partir de cual inició su transformación en partido, adoptando una organización interna centralista, con un método más plebiscitario que “participativo” y un programa reformista, con el objetivo de ocupar “la centralidad del tablero político”. La asamblea de Vista Alegre en octubre de 2014 consolidó ese proceso.

A esto le siguieron una serie de “gestos políticos” hacia sectores del régimen y del establishment, destinados a mostrar que Podemos no era un “movimiento radical” o “antisistema” (como acusan desde la reaccionaria derecha española), sino un “movimiento ciudadano” y “moderado”, que buscaba ocupar el espacio que la socialdemocracia había dejado vacante.

Pablo Iglesias se reunió con el embajador norteamericano en Madrid, organizó reuniones “privadas” con líderes del PSOE como el expresidente Rodríguez Zapatero, aplaudió con fervor al Papa Francisco en el parlamento europeo y dispensó palabras elogiosas para Barack Obama, al mismo tiempo que otros dirigentes de Podemos iniciaban contactos con empresarios y banqueros.

El ascenso fulgurante de Podemos en las encuestas, sin embargo, se topó con un relativo

techo al acercarse las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo. Tres factores influyeron en este proceso. Por un lado, la irrupción en el escenario estatal del partido de centroderecha, Ciudadanos, con un discurso anticorrupción y de “regeneración” del régimen puso un límite a su crecimiento “transversal” en sectores que tradicionalmente votan a la derecha. Por el otro, la hipótesis de una rápida pasokización del PSOE que permitiese a Podemos ocupar su espacio político, no se cumplió. Por el contrario, la “casta socialista” logró mantenerse como segunda fuerza después del PP. Por último, aunque en menor medida, la moderación del discurso y el programa de Podemos también tuvo su efecto en una merma de votantes “por izquierda”. Así, de la crisis del bipartidismo español comenzó a perfilarse una suerte de “cuatripartidismo”. En ese marco, a mediados de abril Pablo Iglesias publicó un artículo que generó un cierto debate dentro y fuera de Podemos. Con el sugerente título “La centralidad no es el centro”, el artículo hacía referencia al que había sido uno de los lemas fundamentales de Podemos: ocupar “la centralidad del tablero”, superando –desde su punto de vista– la estrecha división entre “derecha e izquierda”.

Iglesias defendía allí que el proyecto de Podemos no era la regeneración democrática del régimen (“recambio de élites”), sino la expresión de un “proyecto político de irrupción plebeya”. Así, llamaba a “asumir sin complejos” el estilo “irreverente” de los inicios de la formación (que en gran parte se había licuado), compatible con la “defensa del Estado del bienestar y los derechos sociales” y llevar la disputa política a un terreno más “favorable”.

Hubo quienes quisieron leer esto como un “giro a izquierda” de Iglesias, en el contexto de una disputa política con su segundo al mando, Iñigo Errejón, por la orientación del partido. Pero nada más lejos de ello. Para Iglesias, la centralidad estaba marcada “por lo que señalaba (el expresidente socialista) Zapatero; un proyecto económico redistributivo frente al dogmatismo de la austeridad”, es decir, ocupar el espacio electoral dejado por “el agotamiento de los partidos socialdemócratas realmente existentes”, apropiándose de su discurso y su programa.

De este modo, intentaba rearmar su discurso frente a la caída en las encuestas, para disputar el espacio “disponible” por la crisis de la socialdemocracia (por haberse vuelto abiertamente social-liberal), al mismo tiempo que mantenía su estrategia de cambios evolutivos desde las instituciones del régimen.

En una entrevista reciente1, Iglesias da más pistas de qué significa esta operación de “ocupar la centralidad política”. Tras la irrupción de Ciudadanos en la escena política, dice,

…la transformación operada nos resitúa en el eje que nosotros habíamos considerado desde el comienzo como perdedor: el tradicional eje izquierda-derecha. Pensamos que sobre esta base no hay posibilidad de cambio en España y que el riesgo al que nos enfrentamos ahora es precisamente ser resituados en el mismo, lo cual nos distancia de nuestra apuesta por definir una nueva centralidad, que, insisto, no tiene nada que ver con el centro del espectro político o ideológico.

El curioso ejemplo que utiliza para explicar su estrategia es la visita del Rey Felipe VI al Europarlamento. A diferencia de los diputados del grupo de la izquierda europea, que no participaron de la recepción oficial, Iglesias fue a saludar al monarca. Pero, según dice, tuvo un “gesto subversivo”: se vistió con ropa informal y le regaló el DVD de Juego de Tronos… para que percibiera la “fragilidad” de su posición como rey.

Pretendíamos no quedar atrapados dentro de esa contradicción, dentro de las posiciones ya establecidas, mediante un mensaje irónico, que al mismo tiempo es un gesto plebeyo –y que funcionó muy bien mediáticamente, por cierto–, que nos permite modificar el eje de la discusión: no monarquía versus república, discurso que automáticamente se asocia a la memoria de la Guerra Civil española y que, desafortunadamente, deviene marco perdedor en la batalla por la interpretación social.

En el pensamiento político de Iglesias, la alusión a la “irrupción plebeya” no es más que una figura retórica, que no implica la búsqueda de las vías para “desatar” las energías del pueblo trabajador y los sectores más afectados por la crisis para imponer sus demandas.

Con la lógica de ocupar “la centralidad del tablero” y separarse del territorio identificado con la izquierda (y la extrema izquierda), la dirección de Podemos reduce el campo de la política a una operación mediática basada en “gestos” calculados (y muy bien preparados por su equipo de marketing, hay que reconocerlo) para seducir una opinión pública de centro. Para Iglesias, el debate sobre monarquía o república no es conveniente porque “la monarquía encarna una de las instituciones mejor valoradas en España, por lo que automáticamente aleja a sectores sociales que son fundamentales para el cambio político.”

Paradojas de un reformismo sin reformas y una “irrupción plebeya” que ni se propone irrumpir, ni mucho menos ser plebeya, puesto que ni siquiera se plantea, no ya desarrollar la movilización social, sino incluso abrir un debate público sobre la persistencia en el siglo XXI de un institución reaccionaria como la monarquía española.

Podemos, los pactos y la prueba del poder

Las elecciones del 24 de mayo del 2015 cambiaron en gran medida el mapa político español. En las principales ciudades del Estado como Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Santiago de Compostela y otras, candidaturas “ciudadanas” integradas por Podemos y otras fuerzas de la izquierda llegaron al gobierno de los Ayuntamientos.

Los casos más importantes son sin duda “Ahora Madrid”, encabezada por la exjueza penitenciaria Manuela Carmena, y “Guanyem Barcelona”, liderada por la activista antidesahucios Ada Colau. Sin embargo, en la mayoría de los casos los resultados no fueron suficientes para formar gobiernos con mayoría absoluta, como sucedió en Madrid. Para gobernar, las nuevas “candidaturas ciudadanas” debieron recurrir al apoyo del PSOE, que prestó sus votos de investidura a nivel municipal a cambio, nada menos, de la devolución del favor para obtener la presidencia en varias comunidades autónomas.

Podemos presentó estas transacciones como un “giro” del PSOE hacia su programa. Sin embargo, la oleada de pactos que tuvo lugar en las últimas semanas significó un nuevo salto en su adaptación política a las reglas de juego de la degradada democracia burguesa española, negociando directamente con uno de los pilares del régimen político del ‘78. A pesar de toda la retórica sobre “lo nuevo”, la lógica del “mal menor”, que fue tan tradicional en la izquierda española durante las últimas décadas, pervive en el ADN de los líderes de Podemos.

La llegada al gobierno en ciudades importantes plantea a Podemos y sus aliados en las “candidaturas ciudadanas” la dura prueba del poder. Insertas en la lógica de la “gestión”, a poco de andar, estas candidaturas comenzaron a estrechar velozmente los “márgenes de lo posible” en el proceso de “cambio”, como puede verse en la ciudad de Madrid: no pasó ni una semana de gobierno para que la nueva alcaldesa iniciara una serie de “renunciamientos” sobre su –de por sí limitado– programa electoral.

Uno de los principales límites de estos fenómenos reformistas se presenta en su actitud frente a los grandes problemas sociales de la mayoría trabajadora, como por ejemplo los desahucios de las familias por los bancos, y su respeto a la legalidad capitalista. Sirvan como ejemplo las declaraciones de la nueva concejala de vivienda de Madrid a poco de asumir, planteando que “el Ayuntamiento no puede parar los desahucios”, y que “si hay un juez que te dice que hay que desalojar hay que desalojar, lo que vamos a hacer es paliar esas situaciones…”. Habiendo abdicado de toda perspectiva de movilización social, a la hora de implementar su propia agenda social, los nuevos gobiernos reformistas tienen el límite insalvable de su respeto absoluto por la “sagrada” propiedad de los bancos y la legalidad capitalista.

En una escala mucho mayor (y mucho más trágica), esta es la misma situación que estamos viendo en Grecia, donde el gobierno de Syriza ha capitulado a las principales exigencias de la Troika en tan solo cinco meses, abandonando los principales puntos de su programa de Salónica. Pero a pesar de todas las concesiones, la Troika exige aún más ajustes. En este escenario, Alexis Tsipras ha convocado un referéndum, llamando al pueblo griego a aceptar o rechazar el ultimátum, mientras continúa defendiendo su propuesta a los acreedores que incluye duras medidas antipopulares. Frente a la ofensiva imperialista de la Troika, los trabajadores y el pueblo griego se hayan completamente desarmados. El gobierno de Syriza se ha transformado así en el espejo de la impotencia del nuevo reformismo europeo.

El debate hacia las generales y la “unidad popular”

Los resultados del 24M no solo reconfiguraron el mapa político español. También mostraron la debilidad relativa de las candidaturas en solitario de Podemos en las Comunidades, en comparación con las candidaturas de “confluencia ciudadana” en los Ayuntamientos. Este fenómeno incentivó a los sectores que proponen impulsar una candidatura de “unidad popular” de todas las familias políticas a la izquierda del PSOE para las generales.

El debate está en curso. Sectores dentro de Podemos publicaron el manifiesto “Abrimos Podemos: por una candidatura constituyente”, defendiendo que “la irrupción de importantes fuerzas municipalistas en las principales ciudades, sitúa a Podemos en la intersección de buena parte de ellas, pero sin que quepa atribuirse exclusividad alguna”. Anticapitalistas (la asociación heredera de Izquierda Anticapitalista tras su disolución en Podemos), viene insistiendo en que Podemos no puede ser el “sujeto de sujetos” y también promueve avanzar en la confluencia con otras fuerzas de izquierda hacia las elecciones generales.

Aunque el movimiento más importante en el debate lo ha dado Izquierda Unida. Golpeada y en profunda crisis tras su fracaso electoral el 24M, donde obtuvieron los peores resultados de su historia, IU intenta recomponerse con una fórmula de unidad hacia las generales.

El vocero de esta política, Alberto Garzón, emplazó abiertamente a Pablo Iglesias a converger en una candidatura común. Sin embargo, la respuesta de Iglesias fue brutal:

Quedaos en vuestro sitio. Podéis cantar la Internacional, tener vuestras estrellas rojas… yo no me voy a meter con eso. Es más. Hasta puede que vaya (…) pero no quiero hacer política con eso. Dejadnos vivir a los demás.

Según Iglesias, hay dos escenarios de gobierno posibles para los que se prepara Podemos. Si el PSOE queda arriba de Podemos, como primera o segunda fuerza, entonces Podemos apoyará un gobierno del PSOE, aunque “no le guste”. Si es Podemos quien queda arriba del PSOE, estos se verán obligados a apoyar un gobierno de Podemos contra el PP. La “hipótesis de Podemos” se basa en estos escenarios: disputar el “centro” con el PSOE para superarlo electoralmente, aunque el pacto sería inevitable. La clave es en qué relación de fuerzas.

Esta estrategia es justo lo contrario de lo que sugería Tariq Ali a Pablo Iglesias durante una reciente entrevista en el programa Otra vuelta de Tuerka. El historiador paquistaní le dijo a Iglesias que “la ruptura con el extremo centro es crucial”, porque lo que dinamizó la emergencia de la “nueva izquierda” es “el deseo de romper con los partidos existentes del centro extremo”, como define Ali a la dupla de conservadores y socialdemócratas europeos.

El intento de disputar el centro y apuntar al pacto con el PSOE como vía para llegar al gobierno es uno de los principales motivos de la negativa rotunda de Pablo Iglesias a integrar una candidatura de “unidad popular” con Izquierda Unida. Aunque otro motivo, no menos importante, es el intento de mantener la posición de hiperliderazgo en la “renovación” de la izquierda, que logró imponer desde la fundación de Podemos.

El debate no está en el terreno del programa ni de la estrategia. Ambas formaciones comparten una perspectiva reformista, una orientación económica tibiamente neokeynesiana y una estrategia política de gestión de las instituciones del Estado sin cuestionar a los poderes reales del capitalismo español y europeo. El problema para Iglesias es que IU, a pesar de ser heredera de la tradición eurocomunista de Santiago Carrillo y el PCE –actor fundamental en la Transición que permitió el parto del odiado Régimen del ‘78, pactando con la monarquía y el franquismo en retirada–, aún está demasiado identificada con las “banderas rojas” y la “izquierda”. Una alianza con IU resituaría a Podemos en el temido “margen izquierdo” del tablero y eso, dicho en criollo, es “piantavotos”.

En definitiva, tanto la “hipótesis podemista” como la “unidad popular” de Izquierda Unida y otros sectores, solo pueden aspirar a la conquista de algún tipo de gobierno de colaboración de clases y una reforma cosmética del régimen. Porque, como ya hemos dicho, sin poner en movimiento fuerzas sociales y materiales que enfrenten al establishment, cambien la relación de fuerzas y preparen el “momento de ruptura”, sólo quedan los “acuerdos” con los poderes reales del capitalismo para hacer “lo que se pueda”2. El debate en curso plantea la necesidad de promover una posición independiente. Una perspectiva que se proponga desarrollar la movilización social y la lucha de clases para imponer un proceso constituyente revolucionario, que sobre las ruinas del Régimen del ‘78, permita poner en discusión absolutamente todo y abrir paso a una salida anticapitalista de la crisis.

Imbricarse en esta tarea es el mayor desafío que tiene por delante la izquierda anticapitalista y revolucionaria del Estado español.

NOTAS:

1. “España en la encrucijada”, adelanto de la entrevista a Pablo Iglesias que se publicará en New Left Review 93.

2. Josefina Martínez y Diego Lotito, “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata”, en IdZ 17.

* Este artículo fu publicado originalmente en la revista Ideas de Izquierda Nº21, Julio 2015.

Publicado por Diego Lotito

Diego Lotito | @diegolotito :: Madrid

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