Una serie de elementos destacan en Francia el fortalecimiento de tendencias bonapartistas que actúan en el seno del régimen republicano-demócrata burgués. La especificidad de la presidencia de Hollande. El país de la renta, el militarismo y el (neo) colonialismo.
Una serie de elementos, desde el verano de 2014 con las primeras prohibiciones de manifestar en apoyo al pueblo palestino mientras que Israel acababa de lanzar su repugnante agresión militar contra Gaza, más tarde naturalmente luego de los atentados del 11 de enero, destacan ya el fortalecimiento de tendencias bonapartistas que actúan en el seno del régimen republicano-demócrata burgués. Por cierto no se trataba de decir que se estaba ante las puertas del fascismo o que el régimen democrático burgués estaba a punto de ser liquidado. Pero esta situación ya exigía avanzar en la identificación de la especificidad de la presidencia de Hollande y del gobierno de Valls, a la luz de esta tradición bastante arraigada en Francia caracterizada por el hecho de que el conjunto de los regímenes, incluidos los más abiertamente bonapartistas, siempre se apoyaron en modalidades democráticas burguesas, con la única excepción del paréntesis vichysta-pétainista entre 1940 y 1944.
No queremos poner el acento aquí en los elementos coyunturales, sino en los estructurales y estratégicos, ligados a la propia naturaleza del capitalismo francés, que explican esta necesidad de recurrir al bonapartismo. Es muy importante poner en claro estos elementos porque nos ayudarán a medir, en la secuencia política que se ha abierto con los atentados del 13 de noviembre, el decreto del Estado de excepción y “la entrada en guerra” de Francia contra el Estado Islámico, tanto dentro del país como en el exterior, que potencialmente no espera más que una chispa para fortalecerse y desplegarse a una escala inigualada desde hace décadas.
Algunas especificidades del capitalismo francés en el marco del sistema imperialista mundial
En primer lugar, algunas cifras. Francia, que forma parte de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, es la cuarta potencia militar mundial, la sexta en términos de exportación de armas, la novena por el PIB, la tercera en inversiones directas en el extranjero, el cuarto país en lo que respecta a las inversiones extranjeras directas, el sexto en cuanto a volumen de exportaciones, y el cuarto en términos de patrimonio por hogar. Ocupa por lo tanto un lugar específico desde el punto de vista de las relaciones imperialistas y en términos de acumulación del capital. Desde los años ‘90, a pesar de una cierta decadencia de Francia a nivel de la economía mundial, Paris sigue teniendo un peso no despreciable en el tablero internacional. Esta situación está directamente vinculada a las formas históricas particulares del capitalismo francés, de las cuales aquí nos interesan, en primer lugar, tres dimensiones.
Primer elemento, contrariamente a otros países como Alemania, en donde existe mucha más movilidad ascendente de las élites, Francia tiene como especificidad, ligada al rol central del Estado, heredero en última instancia de la monarquía absoluta, que a causa de la fusión estructural entre éste, los grandes patrones y las élites dirigentes de las grandes empresas, formadas todas en el seno de las grandes escuelas de élites públicas francesas –ENA, Politécnico, etc.– los círculos de los responsables de las decisiones se reproducen en un circuito muy cerrado al que solo tienen acceso las clases dominantes.
Segundo elemento, el peso aplastante del militarismo, no solo desde el punto de vista del aparato industrial sino también económico y social, cruzado con la herencia colonial, es lo que da la tonalidad específica al imperialismo francés hacia el exterior, teniendo consecuencias internas muy importantes.
Finalmente, tercer elemento, también relacionado al rol específico del Estado: Francia es un país en el que, a diferencia de un capitalismo puramente empresarial, en el sentido de un capitalismo de industria, reina en forma marcada un capitalismo de tipo rentista cuyos negocios están estrechamente ligados al Estado y a las exportaciones.
Para mantenerse en un cierto nivel, el capitalismo francés entreteje lazos particulares con sus antiguas colonias africanas. Estas permiten a Francia compensar su déficit comercial en términos de exportaciones a nivel internacional, asegurándose en torno a ellas un excedente comercial, además de los ingresos financieros sustanciales, y también un acceso asegurado a algunas materias primas. En términos de flujo de capitales hacia la antigua metrópolis, un rol particular de las élites o de las jerarquías africanas se juega en el retorno de capitales hacia Francia, desde Costa de Marfil, Gabon, República Democrática del Congo, etc. A lo que se agrega un espacio de despliegue no solo para el capitalismo francés en general sino también para sus principales empresas, sus multinacionales como Areva en Níger, etc. Pensemos en el hecho de que Total (petrolera francesa) controla un tercio de la extracción del petróleo en África, o en el rol específico de algunas multinacionales francesas sobre todo en los sectores infraestructuras y BTP tales como Bolloré, Vinci o también Lafarge para el cemento.
Basamentos e implicaciones geopolíticas
La importancia de esta configuración no se limita al terreno económico sino que se traduce también en el plano geopolítico. Desde un punto de vista militar destaquemos en primer lugar que entre 1969 y 2009 hubo al menos una intervención extranjera por año del ejército francés en África. Este intervencionismo pudo ver algunas de sus características redimensionadas o diferentes en relación a lo que habían podido ser en el curso de las últimas décadas. Pero Francia dispone aún de numerosas bases militares permanentes, el estacionamiento permanente de al menos 7.500 hombres en el continente africano, que desde entonces constituye una plataforma privilegiada de proyección para el aparato militar francés hacia las zonas que no estaban hasta aquí bajo la zona de influencia francesa, sobre todo los países del Golfo, gracias a los acuerdos firmados recientemente con los Emiratos Árabes Unidos y Abu Dhabi.
No se podría minimizar la importancia de África para la vida política francesa. Existe un consenso compartido tanto a izquierda como a derecha, que consiste en mantener vínculos muy fuertes con ella, sobre todo desde 1981 y a pesar de las promesas de la izquierda de cambiar o modificar la relación existente entre Paris y sus antiguas colonias. Esta relación fue mantenida o modificada sistemáticamente, pero solo en sentido en el que cada presidente ha reconstituido su propia red franco-africana. África es por otra parte el terreno reservado al Elíseo, al igual que todo lo que incumbe al imperialismo francés, a su gestión y a sus diferentes modalidades, que nunca se discuten democráticamente ya que el parlamento jamás está implicado o es convocado sobre este terreno. En el más largo plazo, estos lazos a la vez privilegiados y únicos han persistido a pesar de las evoluciones del capitalismo francés, del rol de Francia a nivel internacional después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo como motor de la construcción europea.
Un capitalismo rentista y militarista generador de tendencias permanentes al bonapartismo
Lo que nos gustaría establecer aquí es que las especificidades del capitalismo francés, por su carácter rentista y militarista a nivel económico, geopolítico e incluso social, generan en forma constante, estructural, posibilidades o tendencias bonapartistas. En la medida en que estos rasgos repercuten más o menos directamente, según las secuencias o coyunturas políticas, a nivel de la relación de fuerzas entre las clases, es fundamental estudiar los orígenes de esas características para saber a qué tipo de capitalismo enfrentamos, mucho más cuanto que son esas características las que se han desarrollado más desde 2012 en la presidencia de Hollande, que ha multiplicado las intervenciones, de carácter militar pero también eco-geopolítico, en África y Medio Oriente.
Hollande, mientras trata de invertir la relación de fuerzas con Merkel, llevando adelante las discusiones a nivel europeo, siguió encarnando el coto de caza que es la diplomacia francesa piloteada directamente por el Elíseo, lo que se ha traducido, desde Sarkozy, por el derrocamiento de Gbagbo (ex presidente de Costa de Marfil, NdeT), las intervenciones en Libia, en Mali, en República Centroafricana, la política en Medio Oriente, y no es una casualidad si el primer país extranjero que invitó al mariscal Al-Sissi fue Francia, con la venta de los aviones de Dassault a la dictadura egipcia y otras petromonarquías. Esta crónica nacional, encarnada por las ráfagas de Dassault, es el reflejo de la debilidad en términos de competitividad del capitalismo francés, lo que explica también por qué el Estado sigue jugando un rol de agente tan importante para promover la industria francesa en el extranjero.
“Diplomacia de las bombardeos” y “guerra contra el terrorismo” en el exterior, contrarrevolución social en el interior
Pero si estos elementos señalados de la política externa son las fuentes más profundas de las tendencias reaccionarias, estas últimas provienen también directamente de la voluntad, desde 2008, de acelerar la contrarrevolución en curso a través de la liquidación de lo que puede quedar del Estado benefactor y transformar profundamente la relación de fuerzas entre capital y trabajo.
Producto de la debilidad que siguió al fin del período sarkozysta, en un primer momento la presidencia de Hollande ha sido menos bonapartista, marcada sobre todo por la tentativa, con los gobiernos Ayrault, de recurrir a la política del “diálogo social”. Pero esta tendencia rápidamente mostró sus límites, y mucho antes del salto bonapartista posterior a los atentados del 13 de noviembre. En efecto, con la llegada de Valls esta primera fase pronto se convirtió en pasado, como lo demostraron, entre otros, el triple recurso al 49-3 (recurso para saltear la votación parlamentaria) para hacer pasar la ley Macron, la criminalización cada vez más sistemática de las luchas sociales con, sobre todo, la Ley sobre Información (ley de los servicios de información promulgada en julio de 2015, NdeT), luego la persecución de los inmigrantes que no ha hecho más que intensificarse a partir de septiembre. Pero, muy claramente, el 13 de noviembre hicieron posible un fortalecimiento cualitativo del conjunto de estas tendencias liberticidas y antisociales dentro del país, en proporción directa a las intervenciones guerreras del imperialismo francés, al ritmo de una guerra por año desde el acceso al poder de Hollande, cuyo salto justo efectuado en el alistamiento militar en Siria es evidentemente la expresión más actual. Casi es necesario volver a la guerra de Argelia, al gobierno de Mollet, para encontrar un gobierno de izquierda tan reaccionario y liberticida a la vez.
En resumen, las principales tendencias bonapartistas en juego en la Francia de hoy se basan en la estructura del capitalismo francés, la naturaleza del Estado, y las particularidades del régimen. Pero como ya escribimos en nuestro artículo “Los atentados de París y la posibilidad de un movimiento antiguerra”, la realidad es que Hollande y la burguesía francesa, por las debilidades señaladas más arriba, no tienen soluciones a la altura de sus necesidades reales para resolver las contradicciones que están por explotar, y por lo tanto, todavía no tienen los medios de ofrecer otra cosa más que una sucesión de gobiernos y/o regímenes bonapartistas mal consolidados, lo que augura nuevas crisis en un futuro cercano, tanto en los de arriba como en los de abajo, sobre todo si la movilización contra el estado de emergencia, después del acto unitario del 17 de diciembre en París, hecha raíces.