“El socialismo será democrático o no será nada” afirmaba Poulantzas, retomando a Rosa Luxemburgo, en el final de Estado, poder y socialismo en 1978. Este “socialismo democrático” como alternativa al totalitarismo estalinista buscaba otorgar una perspectiva a las luchas que desde el ascenso del ‘68 enfrentaban el carácter crecientemente bonapartista de los principales gobiernos europeos y a las dictaduras militares del sur de Europa. Precisamente entre 1975 y 1976 esta coyuntura pega un pronunciado viraje con el golpe de Estado contrarrevolucionario en Portugal y la guerra sucia en Italia, que abre la vía al “compromiso histórico” en ese país, a la moderación de la Unión de Izquierda en Francia y a la transición pactada en la España posfranquista. Por su parte el triunfo de la contrarrevolución en Chile inicia un ciclo de dictaduras sangrientas en América Latina.
A destiempo, Poulantzas caracterizaba que estos fenómenos no expresaban la fortaleza de los Estados capitalistas, sino que eran producto de su “debilitamiento” (signado por la crisis capitalista y el fin del boom de posguerra) y que contribuían a engendrar nuevas formas de luchas populares (democráticas, autogestionarias y de democracia directa). De ahí que, en un contexto de fracaso de la “vía democrática” (chilena) al socialismo y de adaptación y “transformismo” del eurocomunismo en los marcos de los Estados imperialistas europeos, paradójicamente Poulantzas desarrolle su defensa del proyecto socialista partiendo de la defensa de la democracia como su condición de posibilidad.
El atractivo actual de su planteo, para ciertos sectores de la izquierda, reside en su propuesta de articulación entre democracia y perspectiva de transformación social. Hoy la crisis capitalista desnudó, para gran parte de la población, el carácter limitado de las “democracias para ricos” generalizando un cuestionamiento al hecho de que aquellos que se beneficiaron durante las décadas de neoliberalismo continúen controlando los mecanismos principales para descargar las consecuencias de la crisis sobre las masas. Sin embargo este mismo cuestionamiento a las “democracias degradadas” convive con la ilusión política de que la democracia burguesa es el único horizonte posible. De ahí que en la emergencia de nuevos fenómenos reformistas en el sur de Europa (Syriza y Podemos) y que aún en el declive de los gobiernos posneoliberales latinoamericanos asistamos a una “inflación” discursiva en torno a la democracia1.
¿Hacia un socialismo democrático?
Ahora bien, ¿de qué democracia nos habla Poulantzas? Del mismo modo que sucedió en la definición del Estado como “campo estratégico”2, la tensión teórica (y luego política) de la conceptualización poulantziana de la democracia se sitúa entre las formas institucionales de la democracia burguesa, las relaciones de clase que dichas formas condensan, y las posibilidades de romper con las relaciones de dominación sin destruir las formas institucionales que las garantizan. Para Poulantzas las relaciones de fuerza entre las clases atraviesan las propias instituciones del Estado. Una “democratización sustancial” implicaría, en su teoría, una radicalización de las formas de la democracia “universal” y una penetración de las luchas populares al interior de las instituciones democráticas, de modo tal que su propia expansión genere un vuelco en la relación de fuerzas haciendo que ésta devenga incompatible con la dominación de clase. Si bien esto no niega en la teoría de Poulantzas la existencia de formas de democracia directa o autogestión de los productores, las coloca en un lugar secundario, casi de acompañamiento de este proceso de transformaciones del Estado.
…si la vía democrática al socialismo y el socialismo democrático significan también pluralismo político (y de partidos) e ideológico, reconocimiento del papel del sufragio universal, extensión y profundización de todas las libertades políticas, incluidas las de los adversarios, etc. no se puede emplear ya el término de rotura o de destrucción del aparato del Estado, a menos que se quiera jugar con las palabras. Se trata claramente, a través de todas sus transformaciones, de una cierta permanencia y continuidad de las instituciones de la democracia representativa: continuidad no en el sentido de una supervivencia lamentable que se soporta en tanto que no se puede hacer otra cosa, sino de una condición necesaria del socialismo democrático3.
Esta apuesta de “democracia hasta el final” como vehículo casi excluyente de la lucha de clases se asienta en el presupuesto de una “esencialización metafísica” de la democracia burguesa que, en última instancia, le impide a Poulantzas trascenderla, y que lesiona la relación, que nosotros también defendemos como inalienable, entre democracia y socialismo.
El fruto amargo y su cáscara
La tesis de Poulantzas parte de postular que la dictadura de la clase obrera supone la negación de la democracia. Esto vuelve a colocar como centro de la discusión la oposición entre dictadura y democracia, subvaluando el hecho, largamente discutido en el marxismo, de que todas las formas históricas de la “democracia” son determinadas por la preeminencia de una clase sobre otra. La crítica de Marx a la “ilusión democrática” que eleva a ésta por encima de las limitaciones materiales de la dominación de clase y del Estado, parte del reconocimiento de ese hecho. Sin embargo, lejos de toda oposición simplista entre “democracia” y “dictadura”, la propuesta de Marx no es la negación de los derechos democráticos (por “falsos”), sino la persistencia de la lucha por los derechos democráticos contra el Estado, la burocracia y las clases propietarias.
Es la Comuna de París la que ofrece, a los ojos de Marx, la articulación entre democracia y socialismo. Allí encontraba la forma histórica de la dictadura –democrática– del proletariado y de un primer momento de decadencia del Estado (incluso se entusiasma y habla de su “abolición”). De ahí que la eliminación de todos los gastos de representación, de los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de sus sueldos al nivel del “salario de un obrero”, la completa elegibilidad y revocabilidad, son medidas que, como dijera Lenin en El Estado y la Revolución, muestran
…con mayor claridad que ninguna otra cosa el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de los opresores a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como “fuerza especial” para la represión de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza general de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos4.
Ahora bien, esta comprensión (que la Comuna de París clarifica) de que la dictadura del proletariado no conlleva un régimen político de tipo autoritario sino un trastocamiento de las bases de clase de la “democracia”, plantea un segundo problema central: el de las características de ese trastocamiento o, para ser más precisos, si dicho trastocamiento puede realizarse a fuerza de llevar la “democracia” hasta el final. He allí el punto central en que Poulantzas se diferencia de Lenin (a quien había reconocido la sofisticación de su análisis en El Estado y la Revolución) y desconoce la discontinuidad esencial entre los mecanismos de representación democrática (basadas en 1 hombre = 1 voto) en el marco del Estado burgués, y estos mismos mecanismos en el Estado de tipo Comuna, donde la representación democrática de tipo territorial se basaba en la existencia de barriadas de composición casi completamente proletarias. En esas condiciones históricas, la representación 1 hombre = 1 voto era viable por la relativa homogeneidad social de los habitantes de los barrios obreros de París que estaban “depurados” de elementos hostiles debido a que el Estado se había quebrado en la guerra franco-prusiana y la guerra civil había delimitado, social y territorialmente, dos campos beligerantes. Es esa situación determinada, la que permitía que la democracia representativa y la democracia directa de los productores se anudaran abriendo la posibilidad de amalgamar representación democrático-territorial con representación de clase5. Poulantzas leyó en la Comuna de París (por cierto al igual que Kautsky) una perspectiva de una continuidad de la representación democrática a través de la democracia universal, donde lo que había era una discontinuidad esencial bajo la forma de continuidad institucional.
De hecho, es por esta irreductibilidad de la discontinuidad esencial que Rosa Luxemburgo (referente de Poulantzas en su debate contra Lenin, pero olvidada cuando defiende la inevitabilidad de la dictadura del proletariado) no puede sino distinguir el núcleo social de la forma política, distinción que en Poulantzas desaparece para amalgamarse en una forma-contenido unívoca, y por lo tanto metafísica:
Ciertamente, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco hemos sido jamás “idólatras” del socialismo o del marxismo. ¿Hay que concluir, por eso, que tenemos el derecho… de tirar el marxismo cuando nos resulte incómodo? Trotsky y Lenin son la negación viviente a esta pregunta. Jamás hemos sido idólatras de una democracia formal, esta frase solamente tiene un sentido: distinguimos siempre el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa, desenmascaramos siempre el amargo núcleo de la desigualdad social y de la falta de libertad que se oculta bajo la dulce cáscara de la libertad y de la igualdad formales, no para rechazarlas, sino para incitar a la clase obrera a que no se contente solamente con la cáscara, sino que conquiste el poder político y la llene de un nuevo contenido social. Este es el deber histórico del proletariado cuando llega al poder, crear en lugar de la democracia burguesa una democracia socialista, y no destruir toda democracia6.
La distinción luxemburguista permitía una reapropiación acentuada de lo más generoso de las libertades democráticas, al tiempo que negaba toda separación de esas libertades formales del cuerpo social que las sustenta (en este caso el Parlamento burgués). Poulantzas repone los textos carcelarios de la revolucionaria polaca publicados en La Revolución Rusa donde critica la disolución de la Asamblea Constituyente, pero no da cuenta del cambio de posición de Rosa Luxemburgo en la propia Revolución alemana de 1918-1919. Allí la premisa estratégica era que estas instituciones pueden operar como núcleo aglutinador de las fuerzas de la contrarrevolución “en el último día” (como había señalado el viejo Engels) y que la bandera de una pretendida democracia “pura” sería un recurso de las clases dominantes.
La comprensión de la ligazón teórica entre derechos democráticos y cuestionamiento del carácter de clase del Estado capitalista (que está en el origen del análisis marxista y que la Comuna de París pone de manifiesto) deviene, en Poulantzas, en la negación de la discontinuidad esencial que supone la “democracia” en los marcos del Estado burgués y en el Estado de transición, identificando la permanencia de derechos y principios democráticos con las formas institucionales del Estado. El resultado, concomitante con su crítica a la estrategia del doble poder, es des-inscribir la lucha por demandas democráticas de una perspectiva de ruptura del Estado y de transición a una democracia socialista.
El alma, el cuerpo y la innovación de Trotsky
Esta comprensión de que la democracia proletaria supone no solo la absorción, sino “una expansión hasta ahora desconocida del principio democrático a favor de las clases oprimidas” (Lenin) es sobre la que se para Trotsky en su análisis del fascismo alemán. Retomando a Rosa Luxemburgo sostendrá que la única opción para defender eficazmente las conquistas democráticas de las masas es contraponiendo un frente único defensivo de las organizaciones de la clase trabajadora, sobre la base de que:
…dentro del marco de la democracia burguesa y paralela a la incesante lucha contra ella, se formaron en el curso de muchas décadas elementos de democracia proletaria: partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubes, cooperativas, sociedades deportivas, etc. La misión del fascismo no es tanto completar la destrucción de la democracia burguesa, sino aplastar los primeros esbozos de democracia proletaria. En cuanto a nuestra misión, consiste en situar esos elementos de democracia proletaria, ya creados, en la base del sistema soviético del Estado obrero. Para este fin, es necesario romper la cáscara de la democracia burguesa y liberar de ella el núcleo de la democracia obrera. En eso reside la esencia de la revolución proletaria7.
Trotsky es incisivo a la hora de señalar la continuidad de aspiraciones democráticas vitales para la clase obrera, susceptibles de permitirle a su vez la conquista de la hegemonía de otras capas y sectores oprimidos, y la discontinuidad esencial que esta lucha supone con las formas institucionales de la democracia en los marcos del Estado capitalista8.
Es esta misma lógica la que le permite pensar el pluripartidismo soviético como respuesta programática ante la mayor complejización de las relaciones entre las clases (y con el Estado) y la creciente heterogeneidad al interior de la propia clase obrera. En La revolución traicionada Trotsky propondrá la legalización de todos los partidos de la clase obrera que luchen por mantener y profundizar el Estado de transición, oponiendo el programa del pluripartidismo soviético contra el “bonapartismo” de Stalin9. Este programa es la forma de mantener el carácter de clase de la dictadura del proletariado, al tiempo que contemplar la heterogeneidad al interior de la clase obrera y de su relación con otros sectores oprimidos. Es una forma, por ende, de evitar que la representación de clase se reduzca a una representación corporativa y aborte, de ese modo, la posibilidad de una política hegemónica. Pero a su vez, Trotsky rescata así, contra el carácter ilusorio de la “comunidad” conformada por los ciudadanos “libres e iguales” de la democracia burguesa, la defensa de las diferencias entre sectores de las clases oprimidas (y su expresión en distintos partidos políticos) de modo tal de extender las libertades democráticas en la transición entre la democracia obrera y la democracia socialista. Los postulados “hacia un socialismo democrático” de Poulantzas, en pos de evitar el peligro del estalinismo y la burocratización, resquebrajan esta dialéctica entre democracia y democracia socialista. En sentido contrario, para Trotsky la democracia soviética asume el carácter de “una cuestión de vida o muerte” ya que la ausencia de participación democrática de la clase trabajadora ahoga la posibilidad de una construcción consciente del socialismo.
NOTAS:
1. Para una referencia europea ver Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis (Madrid, AKAL, 2012) de Pablo Iglesias, y para una latinoamericana ver “Estado, democracia y socialismo. Una lectura a partir de Poulantzas” conferencia dictada por Álvaro García Linera en la Universidad de la Sorbona de París, en el marco del “Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo XXI”, realizado el 16 de enero de 2015.
2. Véase “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado”, Paula Varela y Gastón Gutiérrez, IdZ 17.
3. Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1979, pp. 320-321.
4. Véase “El estado y la revolución”, en Lenin, Obras Selectas, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 154.
5. Cabría preguntarse si la precarización laboral y la guettificación territorial que ésta ha conllevado en algunas regiones, configurando barrios populares completamente separados de los barrios ricos, no ha construido territorios con la suficiente homogeneidad relativa que permitan la implementación del voto universal sin que esto lesione el carácter de clase del organismo democrático. Si así fuera, esto no implicaría una continuidad entre democracia burguesa y democracia obrera, sino que indicaría la posibilidad de basar la democracia obrera (de los productores) en instituciones de tipo universal aplicadas a un territorio determinado.
6. Citado en Paul Frölich, Rosa Luxemburg, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 280.
7. León Trotsky, La lucha contra el fascismo en Alemania, Obras escogidas III, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 316 (destacado nuestro).
8. Ver El Programa de transición y la IV Internacional, Buenos Aires, CEIP León Trotsky, 2008.
9.Ver prólogo a La revolución traicionada y otros escritos, Buenos Aires, CEIP León Trotsky-Museo Casa León Trotsky y Ediciones IPS, 2014.
* Artículo publicdo originalmente en la revista Ideas de Izquierda #19, Buenos Aires.