El retorno de la discusión sobre Poulantzas es un fenómeno in crescendo en los ámbitos de la intelectualidad de izquierda1, especialmente a partir del ascenso de Syriza al gobierno de Grecia2. El interés por su obra radica en su teoría del Estado capitalista que pretende argumentar la posibilidad de una transición democrática al socialismo sin abandonar una perspectiva de transformación radical3.
Pero hay un contexto de más largo plazo que coloca la discusión sobre el Estado en el terreno de “debate estratégico” para la izquierda: la crisis de la socialdemocracia europea y la evidencia de la impotencia de las propuestas del tipo “revolución sin tomar el poder” que cobraron peso en la segunda mitad de los ‘90. En este sentido Poulantzas vuelve en un escenario bien distinto respecto de aquel en el cual él terminó de cuajar su teoría del Estado. Si el autor greco-francés escribió en el contexto de las crisis de las dictaduras europeas en la década del ‘70 (Grecia, Portugal y España) y a partir de allí recargó las tintas en los mecanismos de la democracia representativa como vehículo al socialismo, hoy el escenario es la crisis de las democracias que siguieron a esas dictaduras, en las cuales la salida socialdemócrata terminó configurando una suerte de “vía democrática al neoliberalismo”.
El Estado como relación
La clave de la conceptualización poulantziana reside en lo que el propio autor llama una
teoría relacional del Estado, que define como “condensación material de relaciones de fuerza entre las clases y fracciones de clase”. Este acento puesto en lo relacional está apuntando contra dos concepciones del Estado con las que quiere discutir4: la idea del “Estado-instrumento” que interpreta al Estado como un conjunto de instituciones cuyo contenido varía según la clase o sector de clase que lo dirija, motivo por el cual bastaría con hacerse de ese instrumento para garantizar un cambio en el carácter de clase del Estado (visión que Poulantzas atribuye al leninismo y que se plasmaría en las metáforas de “tomar”, “asaltar”, “copar” el poder del Estado); y la idea de “Estado-sujeto” (opuesto complementario de la anterior) que consiste en ver al Estado como un conjunto de instituciones que por su lógica interna (burocrático-administrativa) investiría a una determinada clase (o casta) como clase dirigente (visión que comparten dos corrientes en apariencia sumamente contrapuestas pero con un núcleo liberal compartido: los institucionalistas y los autonomistas).
¿Cuál es el punto común de estas dos visiones contra las que discute Poulantzas? La idea de una absoluta exterioridad entre las clases sociales y el Estado. Es esta preocupación por la relación entre las clases sociales y el Estado (presente ya en Poder político y clases sociales5) y su intento de establecer una relación más dialéctica entre estos dos polos, lo que vuelve a Poulantzas un autor digno de debate entre aquellos que sostenemos la necesidad de un cambio radical.
Desplazamientos teóricos
Permítasenos un punteo que, sin reponer la totalidad de la teoría poulantziana, destaca dos presupuestos teóricos del autor que nos permiten entrar en el debate de estrategias.
El primero es que cuando Poulantzas habla del Estado está pensando en una clave “ampliada” que incorpora la casi totalidad de las instituciones sociales en tanto tengan alguna función en la constitución y reproducción de las relaciones de dominación. Es esa amplitud la que hace que algunos autores lo comparen con la definición de “Estado integral” de Gramsci6. Sin embargo, la expansión poulantziana del Estado presenta cierta ambigu?edad que vuelve difícil establecer aquello que queda por fuera de él (y de sus instituciones). Si bien las relaciones de producción y la lucha de clases están definidos como espacios-prácticas-relaciones que desbordan al Estado, resultan difíciles de ser pensadas empíricamente en su exterioridad, dado que, como dice Poulantzas el Estado desempeña “un papel decisivo en las relaciones de producción y en la lucha de clases, estando presente ya en su constitución, así como en su reproducción”7. Aquí encontramos un primer desplazamiento teórico que hace que, en el intento de superación de las teorías que plantean una exterioridad no dialéctica entre clases y Estado, Poulantzas deje abierta una ambigüedad respecto de los límites de éste que termina por secundarizar el terreno de la lucha de clases extraestatal y permite el corrimiento entre la idea de “Estado como campo estratégico” a la del “Estado como campo estratégico excluyente”.
El segundo es que cuando Poulantzas destaca que el Estado es la condensación de relaciones de fuerza habla de dos cosas distintas bajo el mismo nombre. Por un lado, refiere a que no es posible tomar al Estado como un “bloque monolítico” en la medida en que éste expresa y reproduce las fricciones y contradicciones entre distintos sectores de la burguesía. Esta idea ya estaba en su noción de “autonomía relativa del Estado” en Poder político y clases sociales que, según sus propias palabras, cuando habla de autonomía se refiere específicamente “a la relación entre el Estado y las clases dominantes”8. Sin embargo, en Estado, poder y socialismo Poulantzas incorpora como parte de las contradicciones que surcan el propio aparato estatal a las contradicciones entre las clases antagónicas, y al hacerlo no establece ninguna diferencia de estatus entre el impacto que tienen unas contradicciones y las otras en la inestabilidad y/o crisis del aparato estatal. De esta forma, la definición del Estado “como condensación de relaciones de fuerza entre las clases y fracciones de clase” coloca en un mismo nivel relaciones completamente distintas: las relaciones de fricción-competencia (pero no de antagonismo) al interior de las clases dominantes (e incluso del bloque en el poder), y las relaciones de antagonismo entre las clases en lucha. Si bien en términos generales uno podría aceptar que ambas contradicciones tienen algún tipo de manifestación institucional, eso no implica considerar que tengan la misma. Por ejemplo es factible pensar que una fracción burguesa pueda ganar la mayoría del poder judicial y provocar una crisis institucional de envergadura (por poner un ejemplo candente en Argentina), crisis que no significa un peligro del carácter de clase del Estado sino más bien (en el mejor de los casos) un peligro del bloque en el poder o de su personal político. Pero al pensar una situación similar con la clase explotada y oprimida como protagonista se produce un salto de calidad. No es factible pensar que los trabajadores pueden ganar la mayoría de ninguna institución central del Estado burgués (y por ejemplo materializar institucionalmente la consigna “que un juez gane lo mismo que un maestro”) sin que el resto de los aparatos estatales (y su casta política) se abroquelen en defensa del carácter de clase del Estado.
En esa circunstancia, la pregunta pasa a ser: ¿sobre qué poder real se asienta esa jugada peligrosa al interior de los aparatos del Estado? La respuesta lleva necesariamente a la exterioridad que Poulantzas deja en la ambigu?edad. El desplazamiento teórico que establece indiferenciadamente las contradicciones al interior de la burguesía y las contradicciones entre las clases, hace que pueda interpretarse (pese a los recaudos enunciativos del autor) que existe una autonomía relativa del Estado respecto de la propia relación de dominación. Es justamente esa exterioridad-irreductibilidad entre el Estado (burgués) y las clases trabajadoras en la que se basa la estrategia de doble poder.
Ni instrumento, ni fortaleza: la opción estratégica de Poulantzas
Kouvelakis interpreta la experiencia de Syriza como: “una confirmación de la actitud de la opción gramsciana-poulantziana de tomar el poder por las elecciones, pero combinando eso con movilizaciones sociales, y rompiendo con la noción de un poder dual como un ataque insurreccional al Estado desde afuera”9. El “gobierno de izquierda” por la vía electoral era precisamente la preocupación política central de Poulantzas en la segunda mitad de los ‘70. La coyuntura histórica europea imponía la pregunta de en qué condiciones una “unión de izquierdas” (como se denominaba en Francia10) podía acceder al poder y dar curso a un vuelco de la relación de fuerzas abriendo la vía a un proceso de transformación social radical, que superara las experiencias de la derrota de la UP en Chile (1973) y de la revolución de los claveles en Portugal (1974), en las que Poulantzas ve ejemplificados los dos peligros que acechan a la revolución: la derrota vía represión de las clases dominantes y la social-democratización del proceso.
La forma de conjurar estos dos peligros sería: contra la represión de las clases dominantes deshacerse de la estrategia del doble poder (y de la insurrección); y contra la socialdemocratización mantener la idea de ruptura y transformación del Estado. Esto es lo que lo lleva a la crítica de la idea de que hay un “Estado-fortaleza” que debe ser cercado –Gramsci– o tomado –Lenin y Trotsky– siempre desde el exterior. Poulantzas considera que la estrategia del doble poder se sostiene en una teoría instrumental del Estado y le contrapone su teoría relacional del Estado. Señala que el Estado “no es una torre de marfil aislada de las masas populares. Sus luchas desgarran al Estado permanentemente, incluso cuando se trata de aparatos en los que las masas no están físicamente presentes”11. Estos desgarramientos muestran que hay que descartar la posibilidad de derrumbamiento del poder burgués en un choque frontal con un doble poder proletario… debido precisamente al desarrollo del Estado, de su poder, de su integración en la vida social, en todos los campos (…) que al mismo tiempo lo hacen muy fuerte cara a una situación de doble poder y muy débil también; pues el segundo poder, si quieres, puede ahora presentarse también en el interior del Estado de algún modo; las rupturas pueden darse también en el interior del Estado, y ésta es su debilidad12.
Pero es este mismo efecto de fortaleza y debilidad, producto de la extensión del Estado, el que lo lleva a descuidar los problemas de la relación entre “interior” y “exterior” de la lucha de clases (si seguimos el esquema de Poulantzas). Desde una estrategia de doble poder no se trata de negar que el Estado burgués-capitalista en momentos de crisis “orgánicas” sufra fuertes desgarramientos y quiebres efectivos (ya sea por ascenso de la lucha de clases, por guerras o crisis catastróficas). Más aún, no solo no está descartada la posibilidad de que el resquebrajamiento del Estado comience “internamente”, sino que en muchos casos, y el ejemplo de la revolución rusa lo atestigua, este proceso es el que posibilitó el surgimiento de una situación de doble poder en la que los soviets reunían en sus manos una parte considerable del poder del Estado a tal punto que, como describió Trotsky, “no se podía siquiera cursar un telegrama sin su autorización”13.
En el ejemplo portugués la ruptura se da al “interior” por resquebrajamiento de los mandos del ejército y su confluencia con un poderoso movimiento popular antidictatorial. Pero la socialdemocracia militar desvió el proceso y derrotó la autonomía de las masas justamente porque éstas carecían de fuertes organizaciones de base (que no pueden sino ser “externas”).
En el caso del gobierno de la UP chilena, el momento de quiebre aparecerá más tarde, “internamente” a partir del choque entre el poder del Ejecutivo (asentado en las victorias electorales) y el resto de los poderes del Estado (declaración anticonstitucional de las medidas de Allende por parte del Congreso, Tanquetazo y finalmente golpe militar). También aquí la falta de desarrollo del emergente doble poder de los cordones industriales fue la causa de la inefectiva resistencia al golpe contrarrevolucionario, que forzosamente debía realizarse por fuera de la institucionalidad del Estado.
Estas experiencias fortalecen la conclusión de que hay que priorizar la emergencia de un poder “exterior” a través de los consejos obreros. Porque la otra opción, que otorga prioridad a la “interioridad”, nos desarma estratégicamente ante una ruptura efectiva de la maquinaria estatal (incluyendo especialmente su núcleo de poder represivo) en la medida en que busca al interior del propio Estado un punto de apoyo de su propia destrucción.
Lejos de postular una “exterioridad” pura, el desarrollo de una estrategia de doble poder no supone el abandono de una lucha por modificar la relación de fuerzas al “interior” del Estado buscando potenciar su crisis. Ya en la década del ‘20, atendiendo a las especificidades de Europa occidental a partir de un análisis de la fortaleza del Estado (al que analizaba precisamente por los cambios en las relaciones de fuerza entre las clases), Trotsky desarrolló para el ascenso obrero en Alemania una variante alternativa a la experiencia rusa que parte de los comités de fábrica y el control obrero (que tocan fibras sensibles para la dominación celular de clase) para desarrollar una “dualidad de poderes” en el período previo a la desarticulación del Estado. En la medida en que no son un poder alternativo al Estado aún no son estrictamente “externos”, y aprovechan la legalidad institucional para apuntalar la democracia y el poder de los trabajadores14. Al mismo tiempo, esta estrategia en el espacio productivo debía combinarse con una política de frente único y una fuerte intervención parlamentaria y electoral. La apuesta era que, en caso de un gobierno obrero, estos organismos apuntalaran el desarrollo de un poder alternativo. La originalidad de este planteo era que el “gobierno obrero”, que surge aprovechando la institucionalidad de la democracia representativa, se transformaría en una manera de golpear al Estado, como diría Poulantzas “desde su interior”, pero para fortalecer su remate “desde el exterior”.
La síntesis de esas experiencias de la lucha de clases de los ‘20 y ‘30 Trotsky las agrupa en el programa de transición como propuesta de solución al problema de la lucha por modificaciones sustantivas (siempre transitorias) de la “institucionalidad material estatal” (control obrero y apertura de los libros de contabilidad, reducción de los privilegios de la casta política, etc.), que opera en el sentido de debilitar las instituciones del poder burgués y fortalecer las organizaciones independientes de la clase obrera.
Considerar al Estado como “campo estratégico” tiene el problema de no ver el más amplio campo de lucha de las clases y de obviar los caminos de emergencia de un nuevo poder. La estrategia de Poulantzas ha sido denominada “dual” en contraposición a la del doble poder, pero es más bien, como señala Peter Thomas, una estrategia “bifurcada”, porque se encuentra escindida entre la participación de las masas a través de la democracia representativa y la democracia directa. Con menos pruritos académicos, e irónicamente, Daniel Bensaïd decía que Poulantzas se esforzaba por tener “el culo entre dos sillas”. Por un lado se asentaba en una democracia representativa que es sin embargo impotente para consumar la transformación de la naturaleza de clase del Estado; por otro lado se asentaba en un ejercicio autónomo de las masas que también es impotente para efectivizar una ruptura que debe provocarse en el seno del aparato del Estado.
1. En enero de este año se organizó en la Sorbona el “Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo XXI”. En 2013, la Universidad de Chile realizó también unas “Jornadas Nicos Poulantzas”, y ese mismo año salió publicada la reedición francesa de Estado, poder y Socialismo con un prefacio donde Razmig Keucheyan señala su relevancia para la coyuntura de la izquierda europea.
2. Véase en este mismo número “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata” de Josefina Martínez y Diego Lotito.
3. Para una trayectoria intelectual y política de Poulantzas véase “Interview with Nicos Poulantzas” de Stuart Hall y Allan Hunt, Marxism Today, julio 1979.
4. El debate que Poulantzas mantuvo con Ralph Miliband en la New Left Review entre los años 1969 y 1976 (conocido como el “Debate Miliband-Poulantzas”), tendrá fuerte influencia en la importancia que otorga Poulantzas a la lucha de clases en su posterior elaboración de una teoría relacional del Estado.
5. Publicado en 1968.
6. Véase Peter Thomas, “Voies démocratiques vers le socialisme. Le retour de la question stratégique” en http://www.contretemps.eu. Para una discusión sobre el concepto de “estado integral” de Gramsci véase Juan Dal Maso “Marxismo, intelectuales y clase obrera”, IdZ 16, diciembre 2014.
7. Estado, poder y socialismo, Bs. As., Siglo XXI, 1979, p.35. Destacado nuestro.
8. Véase Ralph Miliband, Nicos Poulantzas y Ernesto Laclau, Debates sobre el estado capitalista, Bs. As., Imago Mundi, 1991, p. 167.
9. Entrevista a Stathis Kouvelakis del 22 de enero por la revista Jacobin (disponible en español en www.lacalderaop.com.ar). Esta revalorización de la estrategia de vía democrática al poder es de neta inspiración poulantziana y es una licencia agrupar a Gramsci con Poulantzas –que se diferencia del italiano precisamente en el terreno de la estrategia (ver entrevista a Poulantzas de 1977 “El Estado y la transición al socialismo” en Vientosur, 07/05/13).
10. La “Union de Gauche” en Francia se inscribía en un contexto de búsqueda de coaliciones comunistas y socialdemócratas en toda Europa. Junto con la UP en Chile, la revolución de los claveles en Portugal y el enorme peso político y social del PCI Eurocomunista, ofician de referencia histórica principal sobre las que reflexiona Poulantzas.
11. Estado, poder y socialismo, ob. cit., p. 315.
12. “El Estado y la transición al socialismo”, ob. cit. p.5.
13. Veáse León Trotsky, Historia de la revolución rusa, capítulo XI “La dualidad de poderes”.
14. Es importante señalar que la frontera entre exterior-interior no la dan solamente las formas institucionales sino las estrategias políticas que orientan esas instituciones. Como señala Trotsky respecto de los comités de fábrica, estos no son “lo que la ley hace de ellos sino lo que los trabajadores hacen de ellos”.
* Artículo publicado originalmente en la Revista Ideas de Izquierda Nº 17, marzo 2015